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EDITORIAL

Rubalcaba miente

en cualquier democracia que se precie de llamarse así, la mentira tiene las patas muy cortas y se termina cogiendo a los embusteros, por muy ministros que sean y por muy dura que tengan la cara

Si algo puede sacarse en claro del duelo dialéctico que ayer mantuvieron el ministro del Interior y Eduardo Zaplana en el Congreso de los diputados, es que Alfredo Pérez Rubalcaba es un mentiroso incorregible y escurridizo. Durante días ha estado sembrando de falacias las portadas de los medios afines en su búsqueda incansable de un caso parecido a la excarcelación de De Juana. No decimos igual sino parecido, pero no lo ha encontrado, porque no existe una arbitrariedad semejante en los treinta años de lucha antiterrorista en democracia; ni con Suárez, ni con Calvo Sotelo, ni con González, ni con Aznar.

Lo que se cocinó a finales del mes del febrero a caballo entre el Ministerio de Interior y el Palacio de la Moncloa no tiene parangón, de ahí los malabarismos que Rubalcaba ha tenido que hacer para hacerlo pasar por bueno. El problema es que, en cualquier democracia que se precie de llamarse así, la mentira tiene las patas muy cortas y se termina cogiendo a los embusteros, por muy ministros que sean y por muy dura que tengan la cara.

Ha dicho Rubalcaba, para empezar la sesión de patrañas, que a Iñaki de Juana se le aplicó el artículo 100.2 del Reglamento penitenciario obviando que este artículo no es pertinente en el caso. Lo que se ha otorgado al terrorista es un tercer grado encubierto ya que el tercer grado de verdad no podían concedérselo con la Ley General Penitenciaria en la mano. Lo peor de todo no es que no pudiesen porque la Ley en sí se lo impidiera, sino porque De Juana se ha negado a arrepentirse de sus delitos y no ha mostrado intención de abandonar su actividad criminal. Así de duro. Así de fraudulento con la Ley.

Pero esta no ha sido la única mentira de un ministro que, por días, se está cociendo en la propia ponzoña que él mismo ha tratado de inyectar. Desdiciéndose de lo anterior, aseguró ante la cámara que barajó la opción de conceder el tercer grado y la deshechó a sabiendas de que se le podía aplicar al preso. Dejando a un lado las imperdonables lagunas jurídicas del ministro; ¿en qué quedamos? ¿El tercer grado o el atajo del 100.2? ¿Cuántas opciones tuvo el ministro sobre su mesa antes de perpetrar la infame excarcelación de un asesino? Todo indica que lo que Rubalcaba hizo fue buscar un hueco para sacar a De Juana de la cárcel lo antes posible y cargándoselo a la Junta de Tratamiento de la prisión. De un modo silencioso, violentando la Ley y burlando al Estado de Derecho y al sentido común más elemental.

Encerrado en su laberinto ha vuelto sobre el tercer grado asegurando que De Juana se lo merecía en virtud del artículo 104.4, que dice que puede concederse a un preso el tercer grado si padece una enfermedad incurable. Doble mentira. Una, De Juana Chaos no padece una enfermedad incurable sino simple delgadez por dejar de comer. Y dos, el artículo 104.4 del Reglamento Penitenciario está por debajo del 72 de la Ley General Penitenciaria, el mismo que establece las condiciones para que se otorguen los terceros grados, es decir, arrepentimiento y abandono de la actividad criminal. Por principio un Reglamento está siempre subordinado a una Ley y no al revés. Un ministro debe saber de lo que habla, y más en un asunto tan importante como este.

No nos cabe duda de que Rubalcaba sabe de lo que habla, sabe bien lo que oculta y conoce a fondo las razones por las que el sanguinario De Juana tiene un pie en la calle. Sus mentiras reiteradas están a la vista. Ha intentado escurrirse pero la cacicada es de tal magnitud que, al menos esta vez, no lo ha conseguido. Zapatero, entretanto, ni sabe ni contesta.

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