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GEES

Por los terroristas iraquíes

Nadie condenará, como jamás han hecho ni harán, los coches bomba y los suicidas de cinturón explosivo que hacen saltar por el aire hombres, mujeres y niños, civiles desarmados hambrientos de paz

Mal que les pese, y no parece que les pese nada, la manifestación del sábado 17 por la tarde que Zapatero convoca a mano escondida para culpar al PP de sus propias malandanzas con ETA y etarras, no es por la paz y contra la violencia, como falaz y desvergonzadamente dicen. Se convoca a favor de los fascistas locales y yihadistas foráneos que, de la mano las más de las veces, aunque a manotazos en otras, han convertido Irak en su campo privilegiado de experimentación de tácticas terroristas que en su día exportarán con diligencia y desinterés a todo el mundo, a nada que consigan su propósito con ayudas como la que, entre Cibeles y Atocha, se disponen a prestarles.

Nadie condenará, como jamás han hecho ni harán, los coches bomba y los suicidas de cinturón explosivo que hacen saltar por el aire hombres, mujeres y niños, civiles desarmados hambrientos de paz, hartos de vivir con el corazón en la boca, que no aciertan a comprender por qué las izquierdas europeas los quieren tan mal y son tan indiferentes a sus angustias que apoyan a los que en sus países perseguirían como bestias dañinas.

No sólo no los denuncian sino que en su propia incongruente vileza vilifican a quienes defienden a la población contra los que la atormentan. Para los atormentadores, coronas de laurel e himnos de gloria. Los llaman resistentes iraquíes con absoluto desprecio del hecho incontrovertible de que una abrumadora mayoría los aborrece. Iraquíes no mucho, puesto que representan a los menos, pero decididamente resistentes, por la furia con la que se resisten a cualquier forma de gobierno mayoritario y a la pérdida de su omnímodo poder sobre cuerpos y almas.

A buen seguro los sufridos manifestantes disfrutarán de un menú de discursos en los que afianzarán sus irracionales pero lucrativas convicciones. Los oradores abusarán, prostituyéndolo, del Derecho Internacional. Harán uso del nombre de Naciones Unidas cual casa de lenocinio para justificar la utilización de tragedias distantes en beneficio de su apego al mandiño y la glotona degustación de las mieles del presupuesto, así como para denigrar sin medida ni escrúpulos a los rivales políticos que podrían poner en peligro su inalienable derecho al goce ilimitado de tan naturales beneficios.

Y la foto de las Azores, horrenda, pecaminosa, blasfema, eje del mal donde los haya. Cómo no, olvidarán convenientemente al cuarto en concordia, que también posó más de una vez para el artista de la cámara, el señor Barroso, entonces jefe de gobierno, ahora presidente de la Comisión Europea a gusto de todos. Cuando en un viaje a España un periodista de convicciones profundas le preguntó si la foto había tenido para él un costo muy elevado, respondió en tono de sorpresa. ¿Pero cómo? Estaba con nuestro aliado más próximo, España, nuestro aliado más antiguo, Inglaterra, y nuestro aliado más importante, los Estados Unidos. Así se habla. Le faltó decir, pero se sobreentiende, que estaban apoyando una causa legal, legítima, justa y estratégicamente indispensable. No como otros.

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