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Larry Elder

Ejemplos de coraje cotidiano

Pero Sam nunca perdió el tiempo llorando por su mala suerte y puso tanta energía y entusiasmo en los peajes como en su anterior empleo. Muy pronto los conductores de Filadelfia hacían cola en la cabina de Sam para pagar sus peajes

Siempre parecía tan serio, mi médico. Sonreía muy poco, a pesar de mi constante torrente de bromas (normalmente) divertidas. Una vez, después de mi chequeo, me pidió que lo acompañara a su despacho para hacerme más pruebas. Al recibir una llamada telefónica personal, se excusó y abandonó la sala. De modo que curioseé, examiné sus diplomas amarillentos, y miré las fotos de la estantería que estaba tras su escritorio.

Una fotografía en concreto parecía bastante reciente, y en ella aparecía mi médico, su esposa y sus hijas con aspecto bastante formal en el porche delantero de una casa modesta. Teniendo en cuenta la reputación del doctor, su experiencia y su numerosa clientela, su casa en los suburbios de Cleveland parecía demasiado pobre para un hombre de su éxito.

Cuando volvió, señalé su fotografía familiar y le dije: "Doctor, ¿por qué todos parecen tan tristes?". Durante varios segundos no dijo nada. "¿Le he ofendido?", pregunté. Finalmente, se levantó y cerró discretamente la puerta.

Durante los siguientes veinte minutos me contó su vida. Su esposa y él, muy enamorados, se casaron jóvenes y rápidamente tuvieron varias hijas. Un día, su simpática y animada esposa perdió de golpe sus fuerzas. Estaba cada vez más distante y menos afectuosa. El doctor lo achacó en principio a la fatiga. Pero poco a poco su esposa era cada vez más fría y menos comunicativa, con estallidos intermitentes de furia sin motivo que los provocara seguidos de un súbito retraimiento. Los especialistas diagnosticaron que padecía una enfermedad mental congénita. Poco después, cada una de sus hijas, de diversas edades, comenzaron a manifestar los mismos síntomas.

Cada centavo que ganaba el doctor se iba en especialistas y terapia. Nada funcionó. Las hijas, disfuncionales ya, nunca terminaron el instituto. Los amigos dejaron de hacer visitas, porque su esposa y sus hijas reaccionaban negativamente ante "los extraños". Ignorando los consejos de internar a su familia en alguna institución, el doctor contrató y despidió a una serie de enfermeras antes de encontrar una que su familia aceptara. Ahora, me dijo el doctor, regresa cada día con su problemática familia, e intenta hacer sus vidas tan confortables como puede todo el tiempo posible.

– ¿Como puede soportarlo? – pregunté.
– ¿Cómo no hacerlo? – me contestó – Dios no espera menos.

Otra historia. Paul, un exitoso amigo mío de Filadelfia, empezó como conductor de reparto. A continuación entró en ventas, y descubrió que su personalidad e instinto suponían un don. Se metió en el mercado inmobiliario, asociándose con un promotor de éxito. Ahora controlan un gran número de franquicias en la costa oeste de una cadena nacional de restaurantes. El equipo de Paul también gestiona un creciente número de inversiones inmobiliarias. Paul se casó, y su mujer y él han tenido una maravillosa relación durante diecisiete años, y contando.

– ¿Qué te mueve? – le pregunté.
– Mi padre – dijo Paul.

Su padre, Sam, trabajó durante 33 años como jefe de nivel intermedio en una empresa fabricante de instrumental quirúrgico. A Sam le encantaba su trabajo, y la gente que trabajaba con él lo adoraba. "En aquellos días", me dijo Paul, "nadie se preocupaba por cosas como el acoso sexual". De modo que Sam, para subir la moral, podía acercarse a la encargada de distribución o la chica de contabilidad, pasarle el brazo por el hombro y decirle, "Oye, guapa, ¿qué tal va eso?". Este hombre atractivo con su sonrisa profidén contagiaba a todo el mundo su alegría y optimismo. Sus compañeros de trabajo aludían a Sam como el "gerente" no oficial de la compañía.

Un día, el propietario vendió la compañía. El nuevo propietario acompañó a Sam hasta su oficina, le dio dos horas para recoger sus cosas y le puso en la calle, diciéndole que se llevase su salario con él.

Hundido, Sam intentó encontrar un trabajo que le pagara lo suficiente como para mantener el estilo de vida de su familia. No tuvo suerte. Tras agotar todas las posibilidades de encontrar un puesto con salario y estatus comparable al que tuvo, finalmente aceptó un empleo en una cabina de peajes de la Pennsylvania Turnpike, a menos de la mitad del salario: la cabina número 6.

Pero Sam nunca perdió el tiempo llorando por su mala suerte y puso tanta energía y entusiasmo en los peajes como en su anterior empleo. Muy pronto los conductores de Filadelfia, pese a estar agotados de todo un día de trabajo, hacían cola en la cabina de Sam para pagar sus peajes, aunque las cabinas a izquierda y derecha tuvieran colas más cortas, por no decir que estaban vacías. "Pero en la cabina de mi padre", me dijo Paul, "la cola tenía de seis a ocho coches. No te engaño".

¿Por qué los trabajadores esperaban para pasar por la cabina de Sam cuando podían ir por una fila más corta, ahorrar tiempo y llegar a casa más rápido? "Porque mi padre mostraba la misma sonrisa que utilizaba en su anterior empresa", explicó Paul. "Siempre le decía algo divertido a cada uno de los conductores, y con frecuencia recordaba sus nombres. Los conductores preferían estar un par de minutos con mi padre, aunque eso significara llegar un poco más tarde a casa. Como te digo, no te engaño."

Todos los días, en Estados Unidos, personas normales y corrientes sacan adelante sus vidas con sentido del deber, honor y responsabilidad. Mantienen sus compromisos, haciendo lo que es necesario hacer con dignidad, orgullo y sin autocompasión. Hay héroes discretos, desinteresados y anónimos por todas partes.

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