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Cristina Losada

Lo pequeño es estúpido

Una cosa es la política que se hace en España y otra la que se hace en las regiones de España. Más aún: pueden y hasta deben resultar opuestas. ¿Lo ha entendido? Yo tampoco.

Hace unos días, el líder del PP gallego manejaba la hipótesis de un pacto de gobierno con el BNG. No es que no le hiciera ascos a tal coyunda, sino que le parecía que estaba entre las posibles y las potables. Si su partido ganara las próximas elecciones, elucubraba Feijóo, tendría la "obligación" de intentar ligarse a alguno de los otros con representación parlamentaria y como éstos son sólo dos, a saber, el PSOE y el Bloque, pinto, pinto, gorgorito, y por qué no, o mejor dicho, por qué sí los nacionalistas.


Reconozcamos que ese deber político que se impone el orensano no es fácil de cumplir. Su partido fue el más votado en las últimas autonómicas, las de 2005, y quienes se juntaron para gobernar fueron los otros. Pero la dolorosa experiencia no le ha quitado el ánimo pactante. Se diría que lo ha precipitado en un sentido: se vuelca con más anhelo hacia los nacionalistas que hacia los socialistas. Una preferencia que no es singular de este político ni del antiguo solar y fogar de los suevos, sino que aparece allí donde los dos grandes partidos se han convertido en una especie de clubs de fútbol regionales.

Para justificar la improbable alianza, Núñez Feijóo decía que en el BNG militan personas moderadas, que aceptan la Constitución y se alejan del radicalismo. Siempre hay buena gente; casi en cualquier parte. Ahí tenemos, por ejemplo, a ese veterano miembro del Bloque que preside una asociación de amistad entre Galicia e Israel cargada de magníficos propósitos. Pues bien, el destino de este buen hombre va a ser el de tantos otros de su condición en el seno de organizaciones extremistas: la expulsión. Ser amigo de la única democracia de Oriente Próximo choca de frente con el antiimperialismo. Pero este es un pequeño detalle y cualquier día, el jefe del PP gallego nos mostrará las pruebas de que el Bloque camina por la senda de la moderación y por la de la Constitución, como el otro. Y será un caso digno de estudio, pues de la Transición acá los nacionalismos se han empeñado en ir por el carril contrario y con Zapatero en el desgobierno, circulan a todo gas.

Una y otra vez se ha tratado de reconducirlos hacia la vía moderada, leal y racional y de integrarlos, como suelen decir, en el sistema. Pero nada de nada. Y erre que erre, siguen saliendo políticos con vocación de misioneros, dispuestos a venderles pelucas constitucionales a los nacionalistas cazadores de cabelleras; a arriesgarse a misiones imposibles que a la postre son suicidas, por una compensación, claro, que no es por amor al arte que intentan llevarse al huerto al grupo o grupúsculo regionalista de turno.

Quien quiera entender cómo es posible que el dirigente de un partido que defiende la Constitución y la unidad de la nación considere seriamente formar gobierno con otro que persigue la liquidación de ambas debe descender de la atalaya y abandonar la visión panorámica. Sólo así captará que una cosa es la política que se hace en España y otra la que se hace en las regiones de España. Más aún: pueden y hasta deben resultar opuestas. ¿Lo ha entendido? Yo tampoco.

Proclamaba hace años un libro de mucho éxito: "Lo pequeño es hermoso" (Small is beautiful). Y contraatacó otro con toda razón: "Lo pequeño es estúpido". La obra de Beckerman trataba de la necedad en el renglón ecológico, pero el principio que sentaba en su título puede aplicarse a la política española. Explica la ausencia de una política española.

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