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Álvaro Bardón

El fracaso de la "guerra contra las drogas"

Debiéramos legalizar la producción y consumo de drogas, al menos de las blandas, como cuando éramos independientes. Se podría aplicar un alto impuesto al consumo, que lo desaliente, y con esos fondos hacer una política que reduzca la drogadicción

Los políticos chilenos decían: "nosotros no tendremos los problemas de drogas de otros países".

Esa tontería se basaba en que el prohibicionismo haría desaparecer el delito por todas partes: mafias, secuestros, coimas, asesinatos, robos, etcétera. Pero, como se ve todos los días y como se vio antes con la "Ley Seca", el tráfico de drogas y la corrupción aumentan en Chile, aunque de forma reservada se perdona e indulta a algunos, siempre que "sean de los nuestros". Los jóvenes y madres pobres, a la cárcel, aunque se les liquide su vida. Como en Estados Unidos, donde los más perseguidos por drogas son negros y latinos.

Todavía no estamos como Colombia y México, donde el poder de los grupos ligados a los narcos es espectacular. Ni como en Bolivia, donde su sistema político se desnaturalizó, en parte por la guerra contra la coca inventada en Washington y que creó a Evo y a los muertos y heridos de la potencial guerra civil y de la inútil lucha contra el narcotráfico.

"Pero aquí estamos bien", nos dicen los políticos, pese a que ya falten cárceles, el crimen aumente y las casas se enrejen para defenderse de los ladrones, que cuentan con la protección y tolerancia política de quienes los ven como explotados.

Nuestra delincuencia aumenta por el ya clásico fracaso de la guerra contra el narcotráfico. El gran negocio de la clandestinidad crea enormes recursos, con ejércitos de mafiosos, "vendedores", soplones, cómplices y variadas peleas que se resuelven a balazos. Todo en secreto y sin testigos.

Si la coca y marihuana se despenalizaran, como el alcohol, tabaco y cafeína –y como siempre fue en la historia de la humanidad–, bajaría la delincuencia, las mafias desaparecerían y los enfermos podrían tratarse abiertamente, con una mayor probabilidad de sanar. El problema, dicen los médicos que entienden –no esos que son parlamentarios–, no esta en todos los consumidores, sino con los adictos, que son un tema de salud y educación, que debe tratarse por expertos en hospitales, hogares y colegios, en lugar de policías, jueces y mafiosos en las cárceles.

Ahora, con la historia del lavado de dinero y el estilo Bush, se está armando una cara e inútil máquina represiva que usted no se imagina. Estamos volviendo a cuando comprar dólares era delito con cárcel y ya investigan, sin su autorización, sus depósitos y giros. Adiós al secreto bancario y adiós a la libertad personal. Y los políticos, incluidos los "progres", aplauden. Los tontones creen que aquí vamos a pillar a lavadores de dinero de miles de millones de dólares, quienes ahora, sabiamente, planean operaciones en este enorme país de profundísimos mercados.

Todas estas tonterías made in USA se aceptan sumisamente y nuestra izquierda gobernante sólo dice "¡A su orden, mi general!", como antes lo hacía Salvador Allende con la Unión Soviética.

Por dignidad, debiéramos legalizar la producción y consumo de drogas, al menos de las blandas, como cuando éramos independientes. Se podría aplicar un alto impuesto al consumo, que lo desaliente, y con esos fondos hacer una política que reduzca la drogadicción, la corrupción y el crimen, además de permitirnos recuperar la libertad, ya casi perdida sólo por meras sospechas y denuncias.

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