Menú
EDITORIAL

Nuevo montaje del islamofascista Ahmadineyad

La aparente generosidad de Ahmadineyad no es sino un nuevo golpe de efecto dirigido a desviar la atención sobre su amenazadora política de rearme y a mejorar la maltrecha imagen que tiene entre la mayoría de los mandatarios árabes.

Entre las muchas taras del presidente iraní no figura precisamente la ineptitud a la hora de manejar las técnicas de la propaganda política. Lo que en los países democráticos se consideraría un mal menor, en manos de este dictador se convierte en una eficaz herramienta de intoxicación en aras de su objetivo de liderazgo de los sectores más radicalizados de la población de los países árabes y musulmanes.

Es así como hay que entender la burda operación de imagen montada a propósito de la liberación de los quince rehenes británicos retenidos desde el 23 de marzo por una supuesta violación de las aguas territoriales iraníes. Ni las lágrimas de cocodrilo de Ahmadineyad durante su rueda de prensa ni el patético montaje de la televisión iraní, con apretón de manos a los prisioneros y palabras de solidaridad con la juventud británica, obligada según él a viajar miles de kilómetros para subsistir, deberían hacer dudar a nadie de las verdaderas intenciones del presidente de Irán: liderar una jihad internacional contra Occidente, comenzando por Israel, estado al que recordemos del tirano se ha prometido destruir.

Sin embargo, el colmo del sarcasmo lo constituyen algunas de las frases de oro (sic) pronunciadas durante su rueda de prensa y el posterior encuentro con los cautivos. Si no fuera porque Ahmadineyad es hoy en día el único dirigente político que abiertamente apoya un nuevo genocidio, sus exhortaciones a que "la gente se ame" y sus referencias a Dios, a la compasión y a la justicia estarían dentro de la mejor tradición de humor negro británico.

Pero en el contexto actual, con un Irán dispuesto a dotarse de armamento nuclear cueste lo que cueste y una población musulmana dividida entre la condena a su política suicida y las no pocas simpatías que su presidente despierta incluso entre segmentos sunitas, la aparente generosidad de Ahmadineyad no es sino un nuevo golpe de efecto dirigido a desviar la atención sobre sus amenazadora política de rearme y a mejorar su maltrecha imagen entre la mayoría de los mandatarios árabes.

Sólo así, en clave interna, cabe interpretar su hipócrita referencia a la única mujer presa y sus inaceptables reflexiones sobre la falta de respeto y valoración que sufre la mujer en Occidente. Un triste sarcasmo viniendo de una persona que día tras día legitima las más crueles violaciones de los derechos humanos de las mujeres de su país.

Frente a actitudes y comportamientos como los de Ahmadineyad sólo caben la más enérgica condena y el apoyo a cualquier medida de sanción que el Gobierno británico proponga, bien en la UE o en cualquier otro foro internacional, en aras de la reparación del agravio cometido contra sus ciudadanos.

Sin embargo, es probable que el trágico sainete protagonizado por el presidente de Irán no sólo sirva para limpiar su imagen entre algunos musulmanes, sino que también dé pie a que más de un tonto útil en Occidente se dedique a alabar su talante magnánimo y dialogante, o a que alguna feminista use su intolerable machismo para denunciar el patriarcado y el etnocentrismo occidentales. A este respecto, la política exterior del Gobierno español debería habernos curado de espanto.

Volver a proponer en estos momentos la desprestigiada Alianza de Civilizaciones como remedio a la peligrosa jactancia del iraní equivaldría a añadir un vergonzante y cómplice colofón al intolerable comportamiento de Ahmadineyad. En este sentido, y parafraseando el dicho británico, nos gustaría esperar lo mejor, aunque razones hay para temer lo peor.

En Internacional

    0
    comentarios