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Ignacio Villa

La gran farsa

Zapatero ha elegido refugiarse en esa nube de palabras bonitas y huecas donde parece que todo va estupendamente y alejarse del Parlamento, donde le podrían haber llevado la contraria.

El presidente del Gobierno ha escogido la Bolsa de Madrid, y no el Parlamento que prometió convertir en el centro de la vida política, para hacer el balance económico de su Ejecutivo. Se ha limitado, como a nadie puede extrañar, al autobombo. Ha sido una escenificación cuidada en lo formal y llamativamente vacía en los contenidos; poco balance y mucho humo. Repite así una estrategia que, para qué engañarnos, no le ha ido mal en otras ocasiones: ante la evidencia de unas encuestas a la contra, de una gestión lastimosa, de un Gobierno en manos de los terroristas, Rodríguez Zapatero intenta despistar a los ciudadanos poniendo en marcha la maquinaria de la propaganda.

Zapatero ha vuelto a proclamar la buena nueva de la España de las maravillas, aunque a estas alturas de la legislatura ya no le crea absolutamente nadie. Alabar los éxitos de una política económica caracterizada por la más completa inacción, excepto en lo de Endesa, y falta de reformas ha sido el recurso escogido por el Gobierno para intentar frenar el desgaste que conlleva una forma de hacer política que se encuentra en su fase terminal.

Eso sí, el escenario en el que ha aparecido Zapatero en la Bolsa era espectacular. Allí estaba medio Gobierno y gran parte de los nombres que toman las decisiones económicas y empresariales. Parecía como si en España no hubiera pasado nada en estos últimos tres años; todos sonreían encantados de haberse conocido. Una gran farsa. No hubo hueco para hablar del proceso de rendición ante los terroristas, del cierre a cal y canto del Congreso para aquellos asuntos que no interesan al Gobierno, del intervencionismo del Ejecutivo en la OPA sobre Endesa, de la desastrosa política exterior de Zapatero, de la fuerte crisis institucional que ha supuesto la reforma del Estatuto de Cataluña, del desesperado e infame intento del Gobierno por dividir en dos a la sociedad española o de la manera en que el presidente del Gobierno ha puesto patas arriba las normas que los españoles nos habíamos dado en la Transición. Todos disimularon y miraron hacia otro lado, rindiendo pleitesía al poder, no sea que Zapatero siga en la Moncloa otra legislatura más.

El acto de la Bolsa de Madrid no tenía contenido real, más allá del espectáculo mediático compuesto por Moncloa como escenario para la venta de unos logros económicos de Rodríguez Zapatero que, simplemente, no existen. Pero nadie lo ha señalado. Es el momento del peloteo, de quedar bien, de mirar hacia otra parte; el momento de la cobardía.

Zapatero ha elegido refugiarse en esa nube de palabras bonitas y huecas donde parece que todo va estupendamente y alejarse del Parlamento, donde le podrían haber llevado la contraria. Pero que nadie se engañe, los cumplidos tienen una vida muy corta y sólo sirven para amortiguar temporalmente el desgaste de una legislatura lamentable. El acto en la Bolsa ha pretendido ser un lavado de imagen, pero no se puede limpiar la imagen de un político cuya credibilidad está destruida desde hace tanto tiempo. Después de tantas farsas, una más ni se nota.

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