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Cristina Losada

La autocomplacencia de izquierdas

Zapatero no se proclama de izquierdas cada cuarto de hora sólo porque, como tantos adolescentes, sufra una crisis de identidad, que también. Cultiva una parcela de votantes que se aferran a una adscripción política como a un salvavidas en el naufragio.

El presidente presentó en la Bolsa un superinforme sobre lo superbien que va nuestra superferolítica economía, y tuvo, al final del superacto, un rasgo de humor. Dijo que no quería ser autocomplaciente porque la autocomplacencia es conservadora. Era un rasgo de humor, pero no porque Zapatero quisiera hacer un chiste. Él lo dijo en serio. Y es ahí donde está la gracia. Aunque sólo se reirán los que no formen parte del público al que se dirige ZP, ése que necesita repetirse que lo que hace este Gobierno "es de izquierdas" para seguir prestándole su apoyo. Uno y otros, Zapatero y su claque, se autoconvencen de que son de izquierdas de ese modo tan primario. Y como aquí la marca "izquierda" ha dispuesto de una especie de plus de calidad sin organismo de control alguno, van sorteando los escollos.

El caso es que unas personas, que no han de ser todas necias, son capaces de aceptar que la autocomplacencia no es mala en sí misma, sino por no ser de izquierdas. Y se les escapa que el propio ZP, en aquel acto en la Bolsa, proyectaba uno de los rasgos más característicos de lo que, siguiendo el criterio de Girauta en La eclosión liberal, llamaré progresía en vez de izquierda: proclamar que es o hace lo contrario de lo que hace o es. Decir que no es autocomplaciente, justo, justo, cuando lo está siendo. Bien mirado, el presidente ponía el dedo en la llaga, aun sin querer. La autocomplacencia constituye la seña de identidad par excellence de las gentes que en España exhiben el pin de la izquierda en la solapa del modelito de Armani. Están encantadas de sí mismas por el hecho de decirse y decir que son de izquierdas. Una condición que no hace falta demostrar. Que sale gratis. Sin esfuerzo alguno, a cambio de nada, uno disfruta de superioridad moral e intelectual. Es la LOGSE o su ley sucesora, aplicada a la psique humana.

La obsesión de Zapatero por identificarse como de "izquierdas" está dejando un rastro de indicaciones que no conformarán una doctrina, pero sí un heteróclito manualillo. Figura en él, por ejemplo, aquello que dejó sentado antes de arribar a La Moncloa: que bajar impuestos era de izquierdas. Como reducir la presión fiscal era bueno por ser de izquierdas, pudo aumentarla una vez instalado. Y no reconocerlo. O también aquello otro de que "disuadir del consumo del alcohol y el tabaco" era igualmente propio de la izquierda. Lo esencial de ese breviario es el método que aplica, que no puede estar más claro: es de izquierdas todo lo bueno y es de derechas todo lo malo. Y quien decide que sea el bien y qué el mal es el propio Gobierno, según sus necesidades, como decía el clásico.

Zapatero no se proclama de izquierdas cada cuarto de hora sólo porque, como tantos adolescentes, sufra una crisis de identidad, que también. Cultiva una parcela de votantes que se aferran a una adscripción política como a un salvavidas en el naufragio. Su corpus doctrinal será raquítico, pero a los que le aplauden lo que les pone es la etiqueta y no el contenido del frasco. Eso queda para los antiguos, y no todos. Carrillo, ya ven, está colado. Los de IU, tocados y hundidos. Los intelectuales, rendidos. Y lo que ahoga cualquier brote de crítica es la autocomplacencia conservadora.

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