Según nuestro intuitivo ministro de Industria, Joan Clos, la globalización es un pacto de ricos y pobres: "aceptamos importar los productos de los países pobres para que crezcan y así tengamos un mundo en paz... trasferimos riqueza a países que no la tienen".
El abuso rousseauniano de los pactos sociales y de la primera persona del plural llama la atención, porque es evidente que ese "nosotros" que sobrevuela el discurso de don Joan no se refiere a la sociedad sino sólo a la política.
Así se entiende la expresión "aceptamos importar". Una importación es una transacción de mercado (igual que las demás, aunque comprador y vendedor sean de países distintos), en la cual las dos partes aceptan, porque de otro modo dicha transacción no tendría lugar. El importador no compra a cambio del crecimiento del vendedor, sino porque le conviene pagar el precio a cambio de la mercancía que éste le entrega, y viceversa: el exportador acepta entregar la mercancía porque le conviene intercambiarla por el precio pactado. No tiene por qué haber políticos de por medio. En cuanto a que la exportación de los pobres convenga a la paz mundial, es un viejo argumento liberal, al que hay que añadir a los importadores, pero Clos parece sugerir que hay relación entre pobreza y violencia: la historia de guerras y terrorismos no lo demuestra.
La idea de que al importar "transferimos riqueza" es de un absurdo mercantilismo, porque la riqueza se transfiere en ambos sentidos, salvo que pensemos que exportar dinero es transferir riqueza pero importar mercancías por el mismo valor no. Igualmente absurdo es creer que la importación transfiere riqueza a países que no la tienen: es evidente que sí la tienen, puesto que tienen bienes por los cuales los extranjeros están dispuestos a pagar.
