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Luis Hernández Arroyo

Cómo vaciar el Estado y quedarse con el poder

No se nos oculta a algunos pocos que vivimos en una situación excepcional en cuanto a la legitimidad de los actos de nuestro Gobierno. Éste ni siquiera cubre las apariencias de unas reformas por el procedimiento legítimo

En un curioso librito sobre el totalitarismo, de Leonard Schapiro, se hace una esclarecedora distinción entre Poder y Estado: si Poder es simplemente la capacidad de ser obedecido, Estado es ese poder, pero revestido de alguna legitimidad, ya sea avalada por unas instituciones democráticas, ya sea por una aceptación tácita, como deviene de una regularidad no contestada por la mayoría. Es decir, hay Estado cuando hay unas instituciones y cargos (no personas) que ejercen el poder de una manera regular, más o menos esperada por todos, con una ley que autoriza ese ejercicio, sea esa ley democrática o no. Lo que busca el autor citado es distinguir entre un estado autoritario y un totalitarismo absoluto, como fue el de Hitler o Stalin frente al de Mussolini, que nunca logró aniquilar del todo el Estado anterior.

En contra de lo que se cree, el totalitarismo no es la injerencia del Estado en la vida de los individuos: significa, por el contrario, el vaciado del Estado por el partido (nazi, o comunista), que elimina cualquier vestigio de legitimidad o de acción regulada por unas normas, con el fin de imponer el poder personal absoluto del líder y su grupo. Es la invasión del Estado por un cáncer que no necesita más que corroerlo y dejarlo en la carcasa; lo deseca, como la mantis religiosa a su víctima, y ya está: ya es libre de gobernar a golpe de decreto, o simplemente a voces, sin el "enojoso papeleo" (Hitler dixit) y los inacabables conflictos entre cargos e instituciones. Todos obedecen una sola voluntad que se expresa a través de unas pocas personas de confianza.

Así, Hitler no necesitaba ir a su despacho para invadir Europa: lo podía hacer desde su idílico retiro montañoso. ¡Ni siquiera necesitó invalidar las leyes de Weimar, que siguieron vigentes hasta su muerte! Se mofaba de la "veneración verdaderamente canina" de los alemanes por el Estado. En cuanto se le presentó el conflicto entre las SS y la policía estatal, simplemente subordinó ésta a Himmler, jefe de las SS, y se acabó el problema: a partir de entonces, reinó la iniquidad. En Historia de un alemán, de Sebastian Haffner, se narra como se invadía por la fuerza bruta un tribunal, un cuerpo jurídico, un organismo público, por los camisas pardas. Bastaba que se asomaran éstas en un recoleto recinto para que todos los funcionarios salieran despavoridos. Fácil asimilación.

No se nos oculta a algunos pocos que vivimos en una situación excepcional en cuanto a la legitimidad de los actos de nuestro Gobierno. Éste ni siquiera cubre las apariencias de unas reformas por el procedimiento legítimo, sino que promulga leyes y toma decisiones que conculcan la legalidad y las instituciones y las vacía de fuerza para el futuro. ¿Estoy acaso insinuando que este Gobierno tiene rasgos fascistas? Simplemente estoy diciendo que nos están vaciando nuestras leyes y organismos y llenándolos de "funcionarios" afines, obedientes sin fisuras, en un proceso ciertamente menos expeditivo que el de las pardas camisas, pero que prosigue su marcha. Se proponen no dejar en pie más que las fachadas. Fachada de Justicia, fachada de Parlamento, fachada de organismos reguladores, etc. Los pocos que quedan con dignidad, poco a poco caen por dimisión o cese. Ahora sólo falta vaciar de contenido las elecciones, para no interrumpir tan rentable proceso ¿Cómo harán? Porque algo harán.

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