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José García Domínguez

Blanco los quiere grises (más aún)

Está claro el propósito de los estrategas de Ferraz: que su gente pueda pasar inadvertida en una rueda de reconocimiento policial.

Como confunde la navaja de Ockham con la trompa de Eustaquio, el rapaz Blanco no entiende que ordenando a los candidatos socialistas que se muestren grises incurre en un pleonasmo. Así, puesto a la labor sacarles los colores a los suyos, Pepiño acaba de pontificar que "grises, negros o marrones podrían ayudarnos a dar ese aspecto que buscamos en el candidato y candidata". Ya sabe lo que hay, pues, todo hermafrodita de progreso que aspire al mando en plaza: o de gris o de negro, o a comerse el marrón de Blanco.

Y es que el asunto de las colorainas no resulta tan baladí como a primera vista pudiera antojarse a los no avisados. Por eso Pepiño, que sabe latín, ansía imponer un conceto plástico homogéneo en el partido: de María Teresa Fernández Etcétera hacia abajo les exigirá a todos lucir uniformados de gerente de funeraria. Que si a los compañeros y compañeras los dejas sueltos un minuto, en seguida te salen en la portada del Pronto; ellas, bajándose del BMW en chándal y con tacones –en plan arreglá pero informal–; y ellos, con el Rolex de oro y embutidos en una chupa de napa como aquélla de Felipe que hizo furor entre los horteras de provincias a finales del siglo pasado.

"Somos grises" será, pues, el verdadero lema, el subliminal, de la campaña del PSOE. De tal guisa, a sus oscuros postulantes a concejal de Urbanismo sólo se les tolerará adornarse con "estampados muy pequeños" al objeto de "no generar demasiada confusión". Igual que habrán de tener el especial cuidado de mostrarse a los curiosos únicamente en "fotos atemporales". Está claro el propósito de los estrategas de Ferraz: que su gente pueda pasar inadvertida en una rueda de reconocimiento policial. En fin, la izquierda, que es gregaria por naturaleza, parece decidida a saltar en bloque del "hay que ser absolutamente moderno" de Rimbaud a ese "hay que resultar definitivamente mediocre" que prescribe el "Manual de Estilo" –valga el sarcasmo– de Blanco.

El hombre sin atributos, he ahí el paradigma moral y estético del zapaterismo. No se nota, no traspasa, no mancha. Incoloro, insaboro, insípido, inane, en su escudo de armas se lee: "No voy muy allá" (insospechada tercera vía entre el "Plus Ultra" de los unos y el "Non Plus Ultra" de los otros). Y esta coletilla: "Mírame, mírame bien: soy el Hombre del Traje Gris, alguien tan vulgar como tú; incluso más si me apuras. Fíjate, no destaco por nada. Resulto clavado a la peor nulidad que se haya cruzado en tu vida, ¿no te parece maravilloso? Si el partido me sustituyese mañana por cualquier otro compañero y compañera, seguro que no te darías ni cuenta. ¿Has reparado en que ni siquiera serías capaz de describir el anodino estampado de mi corbata? ¿A qué esperas entonces? Vótame, tonto."

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