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Mark Steyn

Guns 'n' Poses

Virginia Tech creó un "zona libre de armas". O por ser más precisos, pusieron una señal que decía "zona libre de armas". Y, al igual que un sultán medieval chiflado, pensaron que simplemente declarándola así se convertiría en eso.

En cuestión de horas de la masacre del politécnico de Virginia, el New York Times había identificado el problema: "Lo que se necesita, urgentemente, son controles más estrictos de la posesión de armas letales que provocan una carnicería tan gratuita y unas pérdidas tan insoportables". Según la blogger canadiense Kate MacMillan, una oyente de su emisora de radio local fue más allá y dijo que enseñaba a sus hijos a "temer a las armas".

A ultramar, mientras tanto, la cadena alemana NTV fue la primera en identificar al autor material: para acompañar su información sobre el tiroteo, colocaron de repente una fotografía de Charlton Heston sosteniendo su fusil en una reunión de la Asociación Nacional del Rifle. Y en Yale, la vicedecana de asuntos estudiantiles, Betty Trachtenberg, reaccionó a la masacre del Virginia Tech tomando una medida tajante: prohibir todas las armas de atrezzo en las obras de teatro interpretadas en el campus. Tras las protestas del departamento de arte dramático, modificó su resolución para "permitir el uso de armas obviamente falsas" tales como espadas de plástico.

Pero no afrontamos sólo el grave peligro de las espadas de plástico demasiado realistas en las obras de teatro escolares. En uno más de sus discursos aún no aptos para ser escuchados por el público general, Barack Obama deploró la violencia del Virginia Tech como otro ejemplo más de la generalizada violencia de nuestra sociedad: la violencia de Irak, la violencia de Darfur, la violencia... er, un segundo, déle un minuto. Ah, sí, la deslocalización: "La violencia [que padecen] los hombres y mujeres que (...) de repente pierden su empleo porque su lugar de trabajo se ha trasladado a otro país". Y no olvidemos la violencia de los presentadores radiofónicos: "También hay otro tipo de violencia en la que vamos a tener que ir pensando. No es necesariamente violencia física, sino violencia que perpetramos unos contra otros en otros sentidos. La semana pasada, la gran noticia, obviamente, tenía que ver con Imus y la violencia verbal que dirigió contra mujeres jóvenes que eran un modelo para todos nosotros, modelos para mis hijas."

En los últimos días he recibido algo de correo procedente de personas que afirman que yo había insultado a los muertos del Virginia Tech. Obviamente, lamento no haber mostrado el exquisito gusto y la sensibilidad del senador Obama al comparar el recibir un tiro en la cabeza con una frase de Imus. ¿Estaría hablando en serio? Dudo que lo sepa siquiera. Cuando sucede algo salvaje e inesperado, es más fácil retirarse a nuestras metáforas y pesadillas de costumbre o, en el caso del senador, a un discurso de "últimas noticias" de la semana anterior. Quizá yo sea culpable de lo mismo. Pero entonces va la Universidad de Yale, una de las instituciones de enseñanza más prestigiosas del planeta, y anuncia que ya no es seguro exponer a hombres y mujeres de veintitantos a Enrique V a menos que, cuando los actores griten "Por Enrique, Inglaterra y San Jorge", estén blandiendo una brillante espada de plástico rosa y violeta procedente del parvulario local. A no ser que, claro está, el parvulario en cuestión haya prohibido hace tiempo las espadas de plástico según su propia política de "tolerancia cero".

Creo que tenemos un problema en nuestra cultura, pero no con las "armas realistas" sino con ser realistas con la realidad. Después de todo, ya "tememos a las armas", al menos las que están en manos de miembros de la Asociación Nacional del Rifle. Si no, ¿por qué íbamos a prohibirlas en tantas áreas de la vida? Virginia Tech, conviene recordar, era una "zona libre de armas", formal y orgullosamente designada como tal por la administración de la universidad. Pero aún así el asesino se llevó sus armas y munición al campus. Era una "zona libre de armas" excepto para las que pertenecían al tipo que los quería matar a todos. Si el Virginia Tech no hubiera derogado de facto la Segunda Enmienda en sus instalaciones, alguien podría haber hecho lo mismo que hace cinco años en la Appalachian Law School: cuando un aspirante a asesino múltiple hizo acto de presencia, dos alumnos corrieron a sus vehículos, cogieron sus armas y lo mantuvieron a raya hasta que llegaron los polis.

Pero eso no se puede hacer en el Virginia Tech. En su lugar, la administración creó un "zona libre de armas". O por ser más precisos, pusieron una señal que decía "zona libre de armas". Y, al igual que un sultán medieval chiflado, pensaron que simplemente declarándola así se convertiría en eso. La "zona libre de armas" resultó ser un fraude, no sólo porque hubo al menos dos armas en el campus la mañana de la tragedia, sino en el sentido más importante de que el centro estaba promoviendo entre sus estudiantes una visión del mundo profundamente ilusa.

Yo vivo en el norte de Nueva Inglaterra, que tiene una tasa de criminalidad muy baja, en parte porque hay un porcentaje alto de poseedores de armas. Sí tenemos crímenes ocasionales, no obstante. Hace unos cuantos años, una pareja de alienados perdedores adolescentes procedentes de una pequeña ciudad de Vermont decidieron que iban a matar a alguien, robar sus tarjetas de crédito e irse a Australia. De modo que fueron a una casa aislada en los bosques a un par de pueblos de distancia, llamaron a la puerta y dijeron que su coche se había averiado. El tipo pensó que su historia olía mal, de modo que cogió su revólver automático y les dijo que se largaran. De modo que inventaron una historia mejor, y simularon ser estudiantes haciendo un trabajo medioambiental. Desafortunadamente, el viejo chocho que resultó ser quien vivía más cerca del anterior estaba hasta las narices de ecologistas y los persiguió hasta que se marcharon.

Al final se dieron cuenta de que podían pasarse meses llamando a puertas en el Vermont rural y New Hampshire, y para su desgracia no ver nada aparte de tíos malhumorados con camisa de leñador apuntándoles con los dos cañones de sus escopetas a través de la puerta exterior de cristal. De modo que hasta esos idiotas fueron capaces de encontrar la solución: ¿cuál es el lugar más próximo donde es más probable encontrarse con tipos indefensos y simplones que hayan renunciado a todo medio de resistencia? Respuesta: el Dartmouth College. Así que condujeron a lo largo del río Connecticut, llamaron al timbre, y asesinaron a un par de bienintencionados profesores progresistas. Dos inadaptados depravados de estupidez abrumadora (a juzgar por sus diarios) habían podido, no obstante, identificar con precisión a las víctimas más fáciles de matar en la zona fronteriza de Vermont. Promover la vulnerabilidad como virtud moral no es simplemente una idiotez. Al igual que las nuevas propuestas de Yale, le dice a todo el mundo que no se vive en el mundo real.

El fraude de la "zona libre de armas" no sólo está relacionado con las armas de fuego; ni siquiera es un síntoma del desagrado del estamento académico hacía una sensibilidad de la que la Segunda Enmienda es una parte esencial, sino que es un síntoma de una reticencia más profunda por parte de segmentos críticos de nuestra cultura a involucrarse en la realidad. Michelle Malkin escribió hace poco una columna en la que vinculaba la prohibición de la autodefensa a "la erosión de la autodefensa intelectual" y la retirada de las universidades a los cuarteles de invierno de los códigos de expresión y los "espacios seguros", algo diametralmente opuesto a los principios de investigación honesta y debate vigoroso sobre los que se fundaron. Y, por tanto, tenemos "miedo a las armas", a la "violencia verbal" y a los espadachines excesivamente realistas de la producción teatral universitaria de Los tres mosqueteros. ¿Cómo podrá funcionar una sociedad criada en lugares así?

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