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Si pudieran, lo harían

Lo realmente significativo es que el común de los mortales, el español al que le están diciendo qué comer, qué beber, cómo conducir y cómo educar a sus hijos, ha acogido con entusiasmo las palabras de Aznar.

Las palabras de Aznar sobre la campaña de la DGT que la izquierda oficial y oficialista está repitiendo con el estruendo habitual son el perfecto espejo del principal mal que afecta a Europa, y que se refleja tanto en la fallida Constitución Europea como en las campañas de la DGT y del Gobierno de Zapatero en general. Estas palabras han surtido un doble efecto. Por un lado, el habitual en las elites políticas y periodísticas de este país. Entre los liberticidas habituales, que son legión en el gobierno de ZP –empezando por sí mismo–, la indignación ante lo que consideran una irresponsabilidad o una broma de mal gusto. Nadie parece querer quedarse atrás en la crítica a sus palabras, y quienes las comparten guardan escrupuloso silencio.

Pero lo realmente significativo es que el común de los mortales, el español al que le están diciendo qué comer, qué beber, cómo conducir y cómo educar a sus hijos, ha acogido con entusiasmo las palabras de Aznar. Y ello porque observa como cada vez más el Estado se está metiendo en su vida hasta límites asfixiantes, justificando en nombre de su seguridad un recorte de libertades sin precedentes, único en la historia y fruto de al menos dos causas: la capacidad burocrático-técnica del Estado y su incapacidad política y moral para hacer algo más que inmiscuirse en sus vidas.

Por anecdótico que parezca, ese y no otro es el problema que aqueja a Europa en estos momentos; la suplantación político-burocrática de la persona en nombre de su seguridad, de la que el individuo ya no es responsable, sino que lo es el Estado. En Europa se nos está retirando la capacidad de decidir, de elegir. Al hacerlo se nos quita la responsabilidad de nuestros actos. Se está convirtiendo al ciudadano en un menor de edad al que se le torea cada cuatro años para que se sienta vivo, pero al que se le dice cada vez más qué es lo que tiene que hacer. Y en esto el Gobierno de ZP es vanguardia europea.

Ello está produciendo una ruptura entre el ciudadano europeo y unas elites políticas y funcionariales que han usurpado para sí la decisión acerca de lo que le conviene o no le conviene. Los ciudadanos cada vez se fían menos de unos políticos partitocráticos y burocráticos que cada vez le atosigan más, y muestra una desgana a participar en la vida pública que es el principio del fin de una sociedad libre. Por eso cuando Aznar se salta los dogmas del establishment, el ciudadano se siente tan regocijado como escandalizado el contertulio de la radio o el político de turno. Es la ruptura que vive Europa hoy.

Lo cierto es que no pueden conducir por nosotros. Pero si pudiesen lo harían, en nombre de la seguridad. Y comprarían por nosotros, en nombre de la economía. Y elegirían colegio para nuestros hijos, en nombre de la educación. Y elegirían comida por nosotros, en nombre de la salud. Y elegirían trabajo por nosotros, en nombre del medio ambiente. Incluso harían el amor por nosotros, si les fuera posible y la técnica y la Educación para la Ciudadanía se lo permitiesen. Todo menos dejar en paz, que es el mandato supremo que las sociedades libres le exigen al Estado.

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