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José Vilas Nogueira

Políticas de imagen e imágenes políticas

"En el principio fue el verbo", se lee en Juan (1:1), pero hoy la civilización de la palabra parece haber muerto. El principio de la política actual tiende a ser la imagen televisiva, un artificio, en el sentido fuerte de la palabra.

La baronesa Thyssen se situó a las puertas de su museo, vestida de teenager. Trapitos adolescentes, aunque millonarios. Trataba, una vez más, de defender sus queridos árboles del Paseo del Prado. Estaba graciosa la dama, con sus mohines de campeona forestal y sus cadenas de atrezo, y felices estarían las criaturas que tan denodadamente amadrina si su alma vegetal les permitiese tal estado. Claro es que en el lote, los añosos árboles hubieron de soportar, en la anterior ocasión, a Pilar Bardem, más adecuada para el papel de bruja que para el de hada protectora, y en la presente a Sebastián que, enfundado el torso en terno de banquero y sin flechas, no es gran cosa. Pero todo se andará, que el hombre sueña con manzanariles playas, y tampoco parece difícil encontrar a alguien que te asaetee liberalmente y por precio módico.

Siempre fue propio de baronesas y otras damas de alcurnia regalarnos, a los del común, con sus hermosas imágenes, no sé bien si por la caridad de remediarnos su inaccesibilidad o por la crueldad de hacérnosla más patente. También los grandes señores y caballeros se hacían magníficos retratos, aunque estos de significación menos ambigua, pues solían ser exhibición de poder, arrogancia o riqueza. Hoy gracias a la democracia, poderosa religión de la sociedad de masas y unisexo, con su biblia por entregas (las revistas del "corazón"), la cosa ha cambiado. El retrato ya no es reflejo de la belleza de la dama o de la arrogancia del caballero. El orden se ha invertido. Es el modelo el que ha de ajustarse a su retrato.

"En el principio fue el verbo", se lee en Juan (1:1), pero hoy la civilización de la palabra parece haber muerto. El principio de la política actual tiende a ser la imagen televisiva, un artificio, en el sentido fuerte de la palabra. El discurso es ya sólo un componente accesorio de la imagen. Ciertamente, la palabra política nunca fue enteramente ingenua. Siempre buscó seducir el entendimiento de sus destinatarios. Pero incluso al servicio de la apelación emocional conservaba la grandeza del verbo. ¿Quién no ha admirado el discurso funerario de Marco Antonio, ante los restos ensangrentados de César, magistralmente reinventado por Shakespeare?

Nada de esto parece sobrevivir. Ni siquiera Francia, donde los políticos hablan tan bien y la retórica (en el sentido no peyorativo) política tiene una buena tradición, semejaba escapar al fenómeno. En el debate televisivo entre los dos candidatos a la Presidencia de la República, del pasado día 2, Madame Royal fue mera imagen. Si se sustituyesen sus palabras por las contrarias, mediante un doblaje, nada cambiaría. Quedaría lo que es: la "imagen" de mujer moderna, madre de familia con hijos, justiciera, "solidaria", luchadora, etc., la imagen que sus asesores le han fabricado, conforme a lo que ellos entendieron que satisfacía mejor la demanda de los electores.

Una evidencia, entre muchas. Al final del debate, los moderadores preguntaron a los candidatos por su opinión sobre el rival. El señor Sarkozy se mostró muy cortés, expresando, que al margen de sus diferencias políticas, tenía una alta consideración por la señora Royal. Ésta, por el contrario, se negó a corresponderle, pues el debate político "es un debate de ideas". Pero como una imagen no tiene ideas, se extendió (el reloj ya se había parado) sobre su perfil de chica guay: mujer moderna, madre de familia con hijos, justiciera, "solidaria", luchadora, etc. (mucho "talante", diría el bobo de Zapatero). Afortunadamente, los franceses han preferido a Sarkozy. Por lo menos para ellos no todo está perdido.

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