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José Antonio Martínez-Abarca

La fea guapa gente

Ahora es mucho más cutre que entonces, aunque tenga incluso más dinero, ya que pronto va a tener el país. La historia se repite, pero no como farsa esta vez, sino como liquidación de existencias. Carmen Posadas a éstos no les hubiese dedicado una mirada.

El entonces gobernador del Banco de España Mariano Rubio se levantó los amores de aquella bella escritora de libros para trayectos en metro no sólo porque tuviera poder y firma en los billetes de curso legal ("aquí se fía", podía haber añadido de puño y letra a su rúbrica en los "marianitos"), sino porque era un seductor otoñal que mudaba de camisas con iniciales porque le crecían desde dentro ellas solas, como le ocurre a las culebras, y, vejete pulido, airoso y rosado como culito de bebé, había aprendido que dejarse un bigote con las cerdas por debajo del labio como el señor Segura y el señor Arenillas, amigos del señor Sebastián, es poco elegante, porque uno puede estar comiendo fideuá varios días después de terminada la comida. Había un nivel.

La gente guapa de los ochenta fue otra cosa, no muy allá, pero un poco más entonada que lo que estamos viendo ahora. Los albertos pusieron de moda los peinados de cortinilla, antes que nadie hubiese oído hablar del actor Hugh Grant, y también las gabardinas, que pasaban horas bajas desde que la cadena Cortefiel, que en los años setenta tenía sede en Norteamérica, le vendiera la suya al teniente Colombo. Y, en fin, Boyer, la Preysler, Mario Conde, quien encontró que el secreto de la apostura caballerosa consistía en haber encogido junto con el traje metido en una bañera o bajo las duchas de la cárcel, era toda gente a la que los gorilones no hubiesen podido negar la entrada a las discotecas porque todo estaba dentro de un orden, corrupto, pero orden.

En cambio ahora, si no es porque en algunos sitios les suena vagamente la cara ("me recuerdo de tu carácter", decimos en el sur) del factótum de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, Carlos Arenillas, éste tendría problemas para que no lo tomaran por uno de esos gorrones de canapés que se van a merendar gratis a los happenings finos de la capital. Dicen que ha vuelto la beautiful people de los ochenta, sólo que ahora es mucho más cutre que entonces, aunque tenga incluso más dinero, ya que pronto va a tener el país. La historia se repite, pero no como farsa esta vez, sino como liquidación de existencias. Carmen Posadas a éstos no les hubiese dedicado una mirada.

La beautiful de ahora es como de mercadillo (de valores, por supuesto), propia de una España embrutecida por una televisión que no existía hace veinte años, tupida de tipos que juegan "a palas" playeras en medio de Madrid, dirigentes que, como Zapatero, se mueven dentro de un traje a medida como bajo un encofrado de cemento Portland, profesionales de los negocios de sobremesa, amantes del tegüi bien cargado y socialistas hechos a sí mismos que entran en las instituciones como el latifundista en su coto, señalando desde un repecho a las visitas, siempre en domingo: "To esto que veis, es mío, lo que no veis desde aquí, también es mío, y aquí no es donde más tengo". En Intermoney, la Oficina Económica del presidente o la CNMV no es donde más tiene esta nueva clase gozante y desvergonzante. A ver si se suben a algún repecho un día y nos enseñan el coto privado entero.

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