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Jefe de espías y quejica

En su esfuerzo por eludir responsabilidades en el origen de la guerra lanza diversas acusaciones contra varios miembros del gobierno, aunque no contra Bush, pero confirma que los errores fueron errores y partieron de la comunidad de inteligencia.

Las recién aparecidas memorias de George Tenet, director de la CIA con Clinton y Bush hasta julio del 2004, han suscitado una crítica unánime en todo el espectro político norteamericano: quejica. Todos los memorialistas hablan pro domo sua y son los héroes sin tacha de su obra. Se atribuyen el éxito en todo aquello en lo que participaron y rechazan cualquier sombra de responsabilidad en los fracasos. Teniendo en cuenta todo esto y la reciente proclividad en el mundo anglosajón a vengarse con autobiografías ad hoc, casi instantáneas, de los gobiernos que ponen a un político relevante en la calle, los críticos de todos los colores consideran que Tenet se pasa de la raya en lamentaciones justificativas. Claro que le tocaron vivir tiempos más difíciles de lo normal, en un puesto que lo situaba, como dice en el muy adecuado título, "en el centro de la tormenta". En sus circunstancias, pretender salir incólume no suscita compasión sino chanza.

La tormenta fue, naturalmente, la guerra de Irak, aunque por extensión todo el fenómeno de terrorismo yihadista internacional. Cuando llegó el 11-S ya estaba en el centro de la tormenta, es decir, en la cabeza de la CIA. Pero ese fallo de inteligencia no le hizo mucha pupa. El desastre personal y de la institución que dirigía vino con las armas de destrucción masiva iraquíes, sobre las cuales no se retracta. Lo dicho, dicho está y lo escrito no puede hacerse desaparecer. Él lo creía, todos los creían y sobre eso no hay lugar a dudas. No miente quien se equivoca sino quien acusa cínicamente al equivocado de mentiroso. Esa desaprensiva acusación, hecha contra toda evidencia por interés político, ha inaugurado una época en la que deslegitimar y criminalizar a un bando acusándolo falazmente de mentir se ha convertido para los acusadores en el recurso político prioritario en la lucha por el poder en Estados Unidos o por su preservación en España, rompiendo con las más elementales reglas de juego limpio propias del sistema democrático.

En su esfuerzo por eludir responsabilidades en el origen de la guerra lanza diversas acusaciones contra varios miembros del gobierno, aunque no contra Bush, pero confirma que los errores fueron errores y partieron de la comunidad de inteligencia. Las acusaciones son de carácter exclusivamente político y aunque proporcionan algún refuerzo a los críticos de Bush no les compensan de la confirmación de que la inteligencia no fue tergiversada y las decisiones se tomaron sobre la base de convicciones bien arraigadas. En el fondo, nada que no supiera quien se interese más por la verdad que por la manipulación política y el inescrupuloso descrédito del adversario.

Las revelaciones en el libro de Tenet son casi inexistentes. Añade su punto de vista y enriquece lo conocido con algunos detalles. Es sorprendente que comentaristas políticos que no ha parado durante años de escribir sobre el tema hayan descubierto en las memorias lo que ya estaba dicho en documentos de inteligencia hechos públicos antes de la guerra y en las tres grandes investigaciones bipartidistas que se presentaron entre 2004 y 2005: la del 11-S, la del comité de inteligencia del Senado acerca las evaluaciones sobre Irak y la de la comisión Silverman-Robb sobre las capacidades de la inteligencia americana respecto a armas de destrucción masiva. Especial sorpresa ha producido la confirmación de las persistentes relaciones entre el régimen de Sadam y Al Qaeda así como la insistente búsqueda por parte de ésta de las armas prohibidas. Una vez más, salvo detalles y opiniones personales, estaba ya todo en el informe de la comisión del 11-S.

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