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EDITORIAL

Vergonzoso Pumpido, lamentable Bermejo

Quizá no sea aventurado suponer que, en el fondo, lo que el Fiscal General dice no vale ni la mitad que lo que no dice

Con este Gobierno de saltimbanquis los ciudadanos no saben bien a qué atenerse: lo que un día vale al día siguiente es un disparate, y viceversa. Así, esta semana nos hemos encontrado con que las palabras del Fiscal General del Estado caducan en unas pocas horas dependiendo de dónde sople el viento. Si sopla desde ciertos medios de comunicación madrileños, el Fiscal se torna duro e implacable con los terroristas; si, por el contrario, sopla desde el País Vasco, Conde Pumpido se deshace como un terrón de azúcar en la leche. Quizá no sea aventurado suponer que, en el fondo, lo que el Fiscal General dice no vale ni la mitad que lo que no dice.

Porque, y en esto sería estúpido llevarse a engaño, el verdadero culpable del obsceno sainete al que estamos asistiendo por culpa de las listas de ANV no es otro que Cándido Conde Pumpido. Gracias a sus silencios, a su vergonzosa inacción reiterada, Batasuna ha vuelto a las elecciones. Lo ha hecho con otro nombre, tal y como se temían hace años los padres de la ley de partidos. No contaban, evidentemente, con la traición desde arriba, con el maridaje anti natural de batasunos y Fiscal General del Estado. La quiebra del Estado de Derecho que anunciábamos con el anuncio de las negociaciones entre el Gobierno y la ETA hubiera podido evitarse si el Fiscal General que, por definición, tiene que hacer cumplir la Ley, se hubiese dedicado a su trabajo.

No nos cansaremos de repetir que el problema de fondo es que en España la independencia judicial es pura ficción. La Fiscalía trabaja por y para el Gobierno de turno, y tanto el Consejo General del Poder Judicial como el Tribunal Supremo o la Audiencia Nacional son meras extensiones de la Moncloa o, en el mejor de los casos, del Congreso de los Diputados. La teoría política advierte de los riesgos de amputar la independencia de los jueces, la doliente realidad es que, de tres supuestos poderes, sólo uno es efectivo y cuenta. Una democracia que se queda sin contrapesos no es tal sino una pantomima en la que, siquiera superficialmente, se guardan las formas. Los gobernantes lo saben y hacen un uso intensivo de la  judicatura y la Fiscalía en su beneficio. Zapatero no iba a ser menos y, claro, está siendo el que más y peor utiliza los resortes judiciales en su provecho. De casta le viene al galgo.

Es tarde de cualquier modo para sorprenderse por la parcialidad y desvergüenza de Pumpido. En los tres años que lleva en el cargo ha dado sobradas muestras de sectarismo y de atender única y exclusivamente a la voz de su amo. Lo que no estaba escrito hasta ahora era el guión que ha empezado a interpretar el ministro de Justicia con tanta pasión y arrebato que Pumpido, a su lado, se ha quedado en nada.

Fernández Bermejo, izquierdista sectario hasta la médula, ha entrado en campaña electoral mordiendo. Con aire matonesco, impropio por otro lado de un ministro de Justicia, ha insistido en el presunto derecho que asiste a Batasuna a presentarse a las elecciones municipales bajo otras siglas. El que en su día fuera enemigo declarado de la ley de partidos ve en este orden de cosas recién alumbrado una ocasión pintiparada para radicalizarse a placer defendiendo lo indefendible y, ya de paso, apuntándose a la campaña contra el PP orquestada por toda la izquierda. Nombrar ministro a un personaje tan lamentable fue un error perfectamente calculado por Zapatero que ve en estos hoolingans de salón el complemento ideal para su política de tensión permanente. Con Bermejo tenemos exactamente lo que esperábamos de él. En esto, y en casi todo lo demás, no nos ha defraudado.

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