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Larry Elder

Elogio del riesgo

Todos estos empresarios de cincuenta y tantos corrían, a mi modo de ver, grandes riesgos, pero cuando les pregunté qué consejo se darían a sí mismos como jóvenes empresarios, todos contestaron lo mismo: "Arriésgate más".

El otro día recibí un correo electrónico de un amigo en el que me daba las gracias por mis consejos. Habiendo perdido contacto con él hacía mucho, apenas recordaba el incidente al que hacía referencia.

Hace años, él y yo pasamos una tarde sobre un barco en el lago Erie, junto a Cleveland. Empezó a quejarse de su trabajo y, después de escucharle en silencio durante un buen rato, le dije: "¿Y qué vas a hacer al respecto?" Se quedó pasmado, como si se hubiera quedado en blanco. Yo le volví a repetí la misma pregunta: "¿Qué vas a hacer al respecto?"

Finalmente, me contestó que nunca se le había ocurrido que tenía la opción de estudiar de nuevo su situación y quizá abandonar su empleo sin más y empezar con algo distinto. Me dijo que en su momento había pensado en irse y emprender un negocio propio pero que, después de todo, eso tenía sus peligros y temía que acabara en desastre. Yo le contesté: "El peor desastre es mirar atrás y preguntarte que habría pasado si lo hubieras hecho". Me preguntó la razón por la que creía tanto en correr riesgos y yo le conté una historia.

Cuando ejercía el Derecho a finales de los años 70, mi bufete ofreció la oportunidad de pasar el verano trabajando para United Way como captador de fondos. En ese puesto aprendí a explicar los detalles de la organización, como el porcentaje del dólar donado que llega al beneficiario, la eficiencia con que trabajaba, etcétera.

Accedí a participar en el programa bajo la condición de que mi supervisor en United Way me asignara a la división de negocios. Como captador de fondos para dicha sección, mi trabajo me exigía encontrarme primero con directivos ejecutivos de empresas medianas y grandes que ya donaban dinero, meternos en un coche para acudir al encuentro de algún amigo que no fuera donante aún, momento en el cual yo intentaba meterle el gol a este último directivo. Elegí el sector de los negocios para poder estar un rato, normalmente una hora de ida y otra de vuelta, cara a cara con estos empresarios de éxito. Les preguntaba cómo empezaron, por qué se metieron en negocios, qué errores cometieron por el camino y lo más importante: si empezaran hoy, sabiendo lo que habían aprendido después de tantos años, ¿qué consejo se darían a sí mismos?

Para que conste, cada uno de ellos dirigía compañías con éxito con ingresos netos de entre 25 y algo más de 100 millones en dólares, de los de los años 70. Casi todos tuvieron orígenes humildes, sin fortunas heredadas. Fundaron una empresa, algunos fracasando un par de veces antes de acertar. Uno distribuía zapatos. Otro transportaba mercancías. Otro fabricaba antenas de coches. Todos estos empresarios de cincuenta y tantos corrían, a mi modo de ver, grandes riesgos, pero cuando les pregunté qué consejo se darían a sí mismos como jóvenes empresarios, todos contestaron lo mismo: "Arriésgate más".

Estos hombres me hablaron de las oportunidades que no habían aprovechado, no porque ofrecieran unas perspectivas pobres, sino porque temían estar corriendo demasiados riesgos. Sí, es cierto que muchos de estos empresarios comenzaron negocios y fracasaron. Pero consideraron los "fracasos" experiencias de aprendizaje que los endurecieron y les hicieron más sabios de cara a futuras oportunidades. Lamentaban, sin embargo, no haber corrido aún más riesgos. "Larry, no tengas miedo de fracasar", me decían todos más o menos con las mismas palabras.

Pese a licenciarme en Derecho, esperaba que mi carrera me llevase por otros derroteros. Trabajé como abogado durante dos años y medio y después inicié un pequeño negocio que dirigí con éxito razonable durante quince años. Después dediqué mis energías al comentario político y social, y empecé a aparecer en radio y televisión. Siempre quise escribir y lo logré con mis libros y columnas.

Acabo de cumplir 55 y creo que tengo una buena vida. Mi madre falleció recientemente, pero vivió durante 81 vigorosos y completos años. Mi padre, a los 91, aún vive en la casa donde yo crecí. Hablamos todos los días. Tengo la suerte de poder verlo con frecuencia, y sigue teniendo una salud excelente. Se enorgullece de ser independiente y mantenerse por sí mismo. Es su modo de rechazar mis numerosas ofertas de venirse a vivir conmigo. Aún me hace reír.

Creo que mi trabajo merece la pena, tengo fe y practico, y adoro a mi familia y amigos. Pero desearía haber corrido más riesgos.

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