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Jeff Jacoby

El pozo sin fondo de los centros de convenciones

Si la manera de gestionar centros de convenciones con éxito fuera uno de los grandes misterios sin resolver de nuestro tiempo, quizá habría motivo para que el Estado se hiciera cargo de esa labor. Pero hay un buen número de locales privados con beneficios

La calle Lansdowne, la meca de la vida nocturna de Boston, está a punto de sufrir una remodelación. Por 14 millones de dólares, el magnate de los clubs Patrick Lyons pretende reemplazar el Avalon y el Axis, dos de los locales más populares de la ciudad, "por un moderno complejo de ocio que incluirá restaurantes, terrazas y un mirador con vistas al parque Fenway", según informó el Boston Globe. Las nuevas instalaciones darán cabida hasta a 2500 visitantes, y presentarán "un escenario más grande, mejor iluminación, más comodidades y un sistema de sonido 'tan bueno como el que teníamos' o mejor".

El mismo día, el Globe informaba de que el Centro Hynes de Convenciones de la calle Boylston también está a la espera de sufrir un cambio de cara. James Rooney, director ejecutivo de la Massachusetts Convention Center Authority, quiere dedicar 18 millones de dólares a una renovación que añadirá 2.800 metros cuadrados de espacio comercial, reemplazará alfombras y cortinas del edificio y actualizará sus sistemas de seguridad, abastecimiento y tecnología.

Dos lugares de asueto público; dos actualizaciones multimillonarias. A primera vista, podrían parecer equivalentes. En realidad, no podrían ser más diferentes. La calle Lansdowne será renovada con fondos privados. Lyons dirige una lucrativa empresa y con su inversión de catorce millones de dólares pretende seguir ganando dinero. Si resulta estar equivocado sobre lo que quieren y están dispuestos a pagar sus clientes, él será el único que sufrirá las pérdidas. Rooney y la MCCA, por su parte, van a gastarse dinero públicos para remozar el Hynes. El centro de convenciones es un pozo sin fondo y lo seguirá siendo cuando la renovación esté acabada. Pero eso no es problema para Rooney y sus suyos, porque no son sus fondos los que están en peligro.

Por lo que parece, Rooney es diligente y está bien considerado. Pero eso no cambia el hecho de que los centros de convenciones que son propiedad del Estado y están gestionados por él son un error. Rara vez generan suficientes ingresos como para cubrir el coste de construirlos y son aún menos los que cubren sus costes operativos.

El Hynes es un ejemplo de libro. En 1979, el alcalde Kevin White anunció un plan para transformar el antiguo Auditorio Hynes de los Veteranos en un centro de convenciones mucho más grande. El precio previsto era de 35 millones de dólares. Hacia 1983, la estimación llegaba a los 150 millones. Cuando el interventor del estado sumó el coste total en 1990, había alcanzado los 475 millones. El Hynes pagó por fin sus deudas el año pasado, pero sigue siendo un pozo sin fondo, que sobrevive exclusivamente por medio de una generosa subvención anual de los contribuyentes. Según Rooney, el año pasado ese subsidio llegó a los 7,8 millones de dólares.

Por si no fuera poco el dinero derrochado en el Hynes, resulta que no es el único centro de convenciones público que no hace más que fabricar pérdidas. Hace tres años, el estado abrió otro: el Centro de Convenciones y Exposiciones de Boston Sur. Más grande que el Hynes, el BCEC genera también mayores pérdidas. El año pasado necesitó un rescate de diez millones de dólares para salvarlo de la bancarrota.

La defensa habitual de operaciones con pérdidas como el Hynes y el BCEC es que provocan "un efecto multiplicador", estimulando tanta actividad económica en la zona que sus propias pérdidas financieras no tienen importancia. Pero eso supone que los cientos de millones de dólares que se les ha quitado del bolsillo a los ciudadanos para pagar estos centros de convenciones no los habrían gastado mejor quienes los ganaron. Sabiendo lo que sabemos sobre la forma en que los gobiernos toman decisiones, sería absurdo suponer tal cosa. Y no nos olvidemos de que existe también un efecto multiplicador negativo: el impacto acumulativo de todo lo que se dejó de construir, de invertir, de expandir y de ganar dinero porque el estado cogió los dólares y los dedicó en su lugar a centros de convenciones.

En el mundo real, las pérdidas sí importan. Las empresas que siguen perdiendo dinero terminan en bancarrota. Si la manera de gestionar centros de convenciones con éxito fuera uno de los grandes misterios sin resolver de nuestro tiempo, quizá habría motivo para que el Estado se hiciera cargo de esa labor. Pero hay un buen número de locales de exposiciones privados con beneficios que han encontrado la manera de funcionar. Dos de las más grandes de Boston son el Centro de Exposiciones de la Bahía y el World Trade Center.

En lugar de derrochar otros 18 millones de dólares en el Hynes, el estado debería subastar la gestión al mejor postor. Que el libre mercado determine cómo utilizar mejor el lugar. Si un centro de convenciones en la calle Boylston tiene sentido económico, los inversores privados se subirán al carro de buena gana. Si no lo tiene sentido, como sugieren veinticinco años de números rojos, Boston estará mejor sin él.

En Libre Mercado

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