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Fundación Heritage

Para qué sirve la guerra

Ese país ha tenido ya tres elecciones abiertas y está funcionando bajo una constitución redactada por iraquíes. De hecho, Kirkpatrick temía que el experimento iraquí con la democracia pudiera fracasar. Pero también podría ser un éxito.

Edwin J. Feulner

Los norteamericanos somos increíblemente impacientes y tenemos buenas razones para ello. A lo largo de la existencia de nuestro país, hemos disfrutado de un progreso sostenido. De hecho, consideramos que el progreso es un derecho de nacimiento. Y como consecuencia, casi siempre tenemos prisa por seguir avanzando.

Quizá sea por eso que la geopolítica es una fuente habitual de frustración para nosotros. Cuando de relaciones internacionales se trata –sea en la ONU o en el campo de batalla– es a menudo imposible avanzar con rapidez o siquiera de forma constante. A un pequeño logro estratégico por lo general le sigue un largo período sin progreso alguno. A veces hasta nos hace falta mirar atrás para ver el camino a seguir.

Y ésa no es la única contradicción que la geopolítica puede generar. A veces nos encontramos, como en Irak, "haciendo la guerra para mantener la paz". Ése es el título de un nuevo libro que la difunta Jeane Kirkpatrick terminó de escribir antes de su muerte el año pasado.

Kirkpatrick era una consumada experta de la escena geopolítica, un arte que había perfeccionado como catedrática antes de que Ronald Reagan la nombrase embajadora de Estados Unidos ante la ONU. En su libro hace un profundo análisis de las intervenciones norteamericanas en el extranjero desde 1991. Explica, por ejemplo, por qué la primera Guerra del Golfo fue un éxito mientras que nuestra participación en Haití no lo fue.

Admite que, aunque apoyó a la intervención post 11-S del presidente Bush en Afganistán, no estaba de acuerdo con que Estados Unidos debiera invadir Irak en 2003. Sin embargo y a pesar de que la idea de la invasión no la convencía, defendió ardientemente nuestro derecho, bajo las leyes internacionales, de entrar en Irak.

En realidad, fue justamente eso lo que Kirkpatrick argumentó con gran éxito ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. "El acto de fuerza de 2003 sobre Irak no fue ir a la guerra" afirmó a los delegados en Ginebra. "Fue, más bien, la continuación de la Guerra del Golfo de 1991 y por tanto algo completamente permitido según la ley."

Triunfó con ese argumento porque era correcto. Irak había estado doce años ignorando o violando las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Mientras tanto, Estados Unidos y nuestros aliados estaban luchando para hacer cumplir esas resoluciones. Nuestra intervención en 2003 no fue tanto una invasión como un cambio de táctica. En lugar de "mantener a Sadam Husein en su puesto", decidimos finalmente quitarlo de en medio.

Y la intervención directa no era la única forma de deshacerse de él. Kirkpatrick escribe también que Sadam "era un gobernante despiadado con un apetito insaciable por el poder así como con una capacidad ilimitada para la violencia, un hombre que necesitaba la guerra como el fuego necesita del oxígeno para arder".

Al destituirlo, creamos una oportunidad de cambio para Irak. Ese país ha tenido ya tres elecciones abiertas y está funcionando bajo una constitución redactada por iraquíes. De hecho, Kirkpatrick temía que el experimento iraquí con la democracia pudiera fracasar. Pero también podría ser un éxito.

Muchos quieren establecer un calendario rígido para Irak. Ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos han tratado de imponer una fecha límite para el regreso de las tropas, e incluso el presidente Bush ha admitido que nuestro país no tiene una paciencia infinita.

Pero la guerra de Irak no acabará tan rápido como nos gustaría. Es, después de todo, parte de la larga guerra contra el fundamentalismo islámico radical, que Kirkpatrick correctamente define como "una ideología de tiranía expansionista, propulsada por un deseo tenaz de dominar a otras naciones, culturas y religiones".

Es comprensible que los americanos queramos salir de Irak con rapidez. Pero deberíamos darnos cuenta que no adelantaremos mucho en el resto del mundo si no ganamos en Irak, donde nuestras tropas siguen adelante con la difícil tarea de hacer la guerra para mantener la paz.

©2007 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

Edwin J. Feulner es el presidente de la Fundación Heritage.

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