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Bush 1, Demócratas 0

Las espadas siguen en alto. Bush ha conseguido el dinero para no rendirse en un año más pero tendrá que seguir sorteando numerosas zancadillas que le tenderán los que quieren explotar políticamente las dificultades en Irak

En la guerra washingtoniana a propósito de Irak, una batalla ha terminado con victoria de la presidencia sobre la mayoría rival en ambas cámaras, cuando se cumplen los 150 días del 110 Congreso de la historia de los Estados Unidos, en el momento en que el apoyo popular a la guerra ha alcanzado su cota mínima.

La pelea sobre la financiación de la guerra, que tiene su propio presupuesto distinto al del Pentágono, comenzó en serio el 5 de Febrero, cuando Bush solicitó la aprobación del correspondiente proyecto de ley. Han sido tres meses y medio de forcejeo en que los demócratas han tratado de demostrar a su núcleo duro antiguerra que estaban haciendo todo lo posible para ponerle término a la intervención en Irak, mientras que el presidente se mantenía firme en su prerrogativa constitucional de dirigir la guerra y los obligaba a la elección entre cerrar la espita del dinero o seguir apoyando económicamente el esfuerzo.

Al final, el temor a ser acusados de abandonar a las tropas ante el enemigo y provocar la derrota se ha impuesto sobre otras consideraciones políticas y ha llevado a un compromiso que representa esencialmente una victoria de la Casa Blanca. De momento. La mayoría se juega mucho en el tema como para no volver a la carga a la primera oportunidad, cosa que, para endulzar un poco la amargura de su derrota, no han dejado de anunciar.

Los líderes más significativos del partido han votado en contra, entre ellos los dos aspirantes mejor situados para la nominación a candidato demócrata para las elecciones presidenciales del 2008, Barack Obama y Hillary Clinton. Se les ha sumado un tercer candidato, también senador, mientras que un cuarto, el muy veterano en lides internacionales Joseph Biden, votó a favor. Obama no estaba en el Senado en el 2002, luego está libre del oprobio de haber aprobado la guerra. Hillary, manchada por esa mácula, está entre la espada y la pared. No ha querido nunca repudiar su voto de entonces, considerando, sin duda, que el reconocimiento de un error en materia tan grave sería más lesivo para su campaña que defender lo justificado de su actitud en aquel momento, pero ha tratado de redimirse proponiendo revocar la autorización que entonces se le concedió al presidente, propuesta que constituye un brindis al sol pero que tiene la virtud de ser la más radical de cuantas los divididos y perplejos demócratas han hecho.

Pero el problema de Hillary es el de todo el partido. A las elecciones primarias que designan al que ha de ser candidato oficial concurren los miembros más militantes del partido, es decir, los más izquierdistas; quien sea benigno con la guerra de Bush tiene pocas posibilidades de obtener el codiciado nombramiento. Pero el candidato así elegido tiene que enfrentarse con el electorado general y temen que, a pesar de la impopularidad de la guerra, una actitud demasiado derrotista e insolidaria con las tropas pueda tener consecuencias negativas.

De hecho, aunque los índices de aprobación de la guerra son los más bajos desde que empezó y Bush, con un 30% de aceptación, roza también sus mínimos, sigue habiendo una mayoría favorable a que se continúe proporcionando los fondos necesarios para financiar la contienda mientras el gobierno iraquí satisfaga ciertos requisitos. Las espadas siguen en alto. Bush ha conseguido el dinero para no rendirse en un año más pero tendrá que seguir sorteando numerosas zancadillas que le tenderán los que quieren explotar políticamente las dificultades en Irak y no tienen escrúpulos en seguir proporcionando oxígeno al enemigo, pero pretenden lavarse las manos de una derrota a la que sus acciones no pueden dejar de contribuir.

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