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John Stossel

El pesebre es mayor que nunca

Thomas Jefferson dijo una vez: "El progreso natural de las cosas es que la libertad ceda y el Gobierno gane terreno". Es triste que no sea ningún mito.

Bill Clinton declaró una vez: "La era del Gobierno grande ha terminado". Tanto los republicanos como los demócratas estuvieron de acuerdo. Como chiste, no está mal.

El Estado creció con Clinton, y ha crecido aún más rápido con su sucesor. El Estado es hoy tan grande que más de la mitad de la población obtiene de él una parte importante de sus ingresos, según afirma un estudio del economista Gary Shilling. Consultor y experto en pronósticos, Shilling asegura que el porcentaje de norteamericanos que se alimenta en un parte substancial del pesebre estatal se encuentra en el 52,6%. En el 2000, era el 49,4%. Parece increíble que en 1950, apenas el 28,3% de los estadounidenses viviera del contribuyente. Shilling vaticina que llegaremos al 60% para el 2040.

Uno de cada cinco norteamericanos trabaja en algún organismo del Estado o para una firma que depende de la financiación del contribuyente. También uno de cada cinco se beneficia de la Seguridad Social o de una pensión federal. Esa cifra crecerá conforme los nacidos en el baby boom pasen a estar a cargo de la Seguridad Social que, no lo olvidemos, es un programa de transferencia de rentas. Entre otros receptores de las dádivas gubernamentales están los nueve millones que reciben cartillas de alimentación, los dos millones que obtuvieron ayudas para la vivienda y los cinco millones que acuden a la escuela a cargo del contribuyente federal. Según los cálculos de Shilling, los receptores de este dinero también forman parte del grupo al que llama "beneficiarios del Gobierno".

¿Pero el sistema social no fue reformado en 1996? Sí, superficialmente. Sólo se paga en metálico durante un tiempo limitado y se espera que los receptores, con el tiempo, terminen trabajando. Millones de mujeres antes dependientes de la Seguridad Social lo han hecho así. Pero la idea de que el contribuyente ha obtenido un respiro o de que la dependencia total ha decrecido es un mito. Como informaba Associated Press:

El Estado del Bienestar es mayor que nunca a pesar de una década de políticas diseñadas para privar a los pobres de la ayuda pública. La cifra de familias que recibe prestaciones en dinero de la Seguridad Social se ha hundido desde que el Gobierno impusiera límites temporales a los pagos hace una década. Pero otros programas para los pobres –incluyendo Medicaid, las cartillas alimentarias y las prestaciones por discapacidad– están reventando de nuevos miembros. El resultado es que casi una de cada seis personas depende de alguna forma de asistencia pública, un porcentaje superior al de cualquier otro momento desde que se comenzó a medir ese dato hace dos décadas.

El presupuesto también se preocupa de los que viven holgadamente. Los subsidios agrarios y las subvenciones a empresas benefician a los latifundistas y a las grandes compañías, y los ricos obtienen grandes prestaciones de Medicare. El Cato Institute afirma que existen casi 1.700 programas federales de subsidios que nos cuestan cientos de miles de millones de dólares al año.

Según el Leviathan on the Right de Michael Tanner, el gasto federal interno ha crecido durante la Administración Bush un 27% en términos reales, mientras que el gasto discrecional –es decir, el que no depende de "derechos" otorgados a los receptores, generalmente en administraciones anteriores– ha crecido un 4,5% al año. (El incremento anual de Clinton fue "sólo" del 2,1%). ¿Quién habría dicho que un presidente republicano rompería el récord de gasto de Lyndon Johnson?

El Estado es "esa gran ficción mediante la cual todo el mundo intenta vivir a expensas de todos los demás", escribió Frederic Bastiat, el gran economista del laissez-faire de la Francia del siglo XIX. Por supuesto, no todo el mundo puede vivir a expensas de todos los demás, pero quienes no saben nada de economía lo intentan, instados por políticos que buscan formar una base electoral que les dé la victoria.

El Estado carece de riqueza propia. Para poder concederle algo a alguien, antes tiene que quitárselo a quienes lo produjeron. Pero esa requisa puede desanimar la producción futura, dejando menos a ser redistribuido por los políticos. Los norteamericanos productivos han salido adelante a pesar de la constelación de programas de transferencias de riqueza en vigor, pero ¿cuánto tiempo continuarán haciéndolo?

Los estados europeos del Bienestar están aprendiendo que los productores no se dejan ordeñar para siempre. Sus economías se están quedando atrás y la tasa de paro es elevada. Las promesas del Gobierno superan a los recursos disponibles y los ciudadanos a los que se les prometió seguridad de por vida ven reducirse sus prestaciones.

Aún así esto no disuade a nuestros defensores del Gobierno grande. Ni siquiera los inminentes desastres de la Seguridad Social y Medicare les avergüenzan. De modo que no espere que el Estado deje de crecer. El Washington Post informa con pesimismo que "durante los cuatro meses anteriores a las elecciones al Congreso, el registro de nuevos lobbys casi se ha duplicado de 1.222 en el período comparable del año anterior a 2.232". Los lobbys acuden donde está el dinero y el poder.

Thomas Jefferson dijo una vez: "El progreso natural de las cosas es que la libertad ceda y el Gobierno gane terreno". Es triste que no sea ningún mito.

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