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Thomas Sowell

Las iras de la izquierda

Lo que odian los izquierdistas son las amenazas a sus egos. Y nada resulta más amenazador para sus deseos de controlar las vidas del resto de la gente que el libre mercado y sus partidarios.

No resulta sorprendente que aquellos políticamente de izquierdas mantengan un determinado conjunto de opiniones, pues lo mismo sucede con quienes se sitúan en otras posiciones en el espectro ideológico. Lo que asombra es la frecuencia con dichas opiniones se expresan acompañadas de hostilidad e incluso de odio.

Algunos asuntos concretos pueden levantar pasiones aquí y allí en cualquiera con cualquier opinión política. Pero para muchos izquierdistas la indignación no es un algo puntual; es un estilo de vida. ¿Cuántas veces ha visto usted a conservadores o liberales tomar la calle, al calor de furiosos eslóganes? ¿Con cuánta frecuencia ha visto usted a estudiantes universitarios de derechas acallando a gritos a un orador invitado o provocando disturbios para evitar que llegue siquiera a hablar?

La ira de izquierdistas, "progresistas" y radicales no tiene una causa obvia. Los objetos de su cólera han incluido a personas que no eran nada agresivas o incluso resultan afables, como Ronald Reagan o George W. Bush. No recuerdo a Karl Rove o Dick Cheney elevando la voz, pero son odiados como si fueran la reencarnación del diablo.

Ni siquiera hace falta que haya una persona identificable para despertar las iras de la izquierda. El lema "los recortes fiscales son para los ricos" es algo más que un eslogan político. Es incitación al odio. Todo tipo de personas puede tener todo tipo de creencias sobre qué nivel de impuestos es el mejor desde numerosos puntos de vista. ¿Pero cómo es posible que haya gente que se ponga tan nerviosa porque algunos contribuyentes puedan retener un poco más de su dinero ganado con esfuerzo, en lugar de entregarlo a los políticos para que lo repartan de un modo que les garantice la reelección? La furibunda izquierda no tiene tiempo siquiera para dedicarlo a evaluar el argumento de que lo que ellos llaman "recortes fiscales para los ricos" son en realidad recortes fiscales para la economía.

Tampoco es nueva la idea de que los recortes fiscales pueden a veces estimular el crecimiento económico, ofreciendo como resultado más empleos para los trabajadores y mayores beneficios para las empresas, lo que termina produciendo más ingresos fiscales para el Gobierno. Un economista muy respetado señaló en una ocasión que "los impuestos puede ser tan altos como que provoquen la destrucción de su objetivo", de modo que en ocasiones "una reducción de la carga fiscal tiene más posibilidades de equilibrar el presupuesto que un incremento". ¿Quién dijo eso? ¿Milton Friedman? ¿Arthur Laffer? No. Fue en 1933 y lo dijo John Maynard Keynes, un icono progresista.

Una reducción de los tipos fiscales han terminado aumentando los ingresos del Gobierno en muchas ocasiones, tanto antes como después de la afirmación de Keynes. Ahí están las rebajas de impuestos de Kennedy en los años 60, de Reagan en los 80 y de Bush hoy, que han conducido a un récord en los ingresos fiscales este mes de abril. Los déficit presupuestarios han sido con frecuencia producto de un gasto público desbocado, pero rara vez de la reducción de la presión fiscal.

Los que se encuentran en otro bando pueden oponer razonamientos diferentes. Sin embargo, la pregunta aquí no es por qué la izquierda tiene distintos argumentos, sino por qué tienen tanta ira. Muchas veces es una tarea completamente inútil intentar buscar principios detrás de esa rabia. Por ejemplo, la obsesión de la izquierda con los elevados sueldos de los altos ejecutivos de las grandes empresas nunca parece extenderse a los también muy altos ingresos, puede que incluso más que los anteriores, de los deportistas profesionales, actores o autores de libros de éxito como Danielle Steel.

Si la razón de su ira es la sensación de que a los directores de las grandes empresas se les paga demasiado, entonces debería cabrearles aún más enfado que existan personas con muchos más ingresos sin hacer absolutamente nada ya que han heredado sus fortunas. Sin embargo, ¿cuántas veces ha visto a la izquierda enfadándose con los herederos de las familias Rockefeller, Roosevelt o Kennedy? Ni siquiera herederos venidos a menos como Paris Hilton parecen provocarles realmente.

Pero si es es difícil encontrar un principio detrás de los cabreos de la izquierda, no lo es tanto encontrar una pose. Sus mayores enfados parecen dirigirse contra las personas y las cosas que obstaculizan o menoscaban la visión social de la izquierda, ese melodrama político protagonizado por la izquierda como salvadora de los pobres, del medio ambiente y de cualesquiera otras cruzadas en las que se entremeten.

Parece que lo que odian son las amenazas a sus egos. Y nada resulta más amenazador para sus deseos de controlar las vidas del resto de la gente que el libre mercado y sus partidarios.

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