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Luis Hernández Arroyo

El orgullo de la razón

Demostrar la inexistencia de Dios mediante la razón obligaría, primero, a reconocer que ésta es un instrumento creado por un Dios omnisciente y de ahí su infalibilidad; puro argumento circular en el que se cae incesantemente desde la arrogancia.

Leo el último libro de Savater, en el que se muestra, como siempre, fiel a sí mismo. Si la fidelidad es una virtud, Savater la tiene. Sigue orgullosamente fiel a su descreimiento religioso, de toda la vida, como confiesa él mismo. Parece que la locura de la religión, sin embargo, le empieza a irritar más de la cuenta. Dice no entender que gente inteligente, incluso científicos de fama mundial, se confiesen creyentes. A mí me pasa exactamente lo contrario: admiro profundamente que una inteligencia superior se declare creyente. Si tuviera que explicar esta admiración me vería en un apuro. Supongo que forma parte de esa parte no racional (tampoco irracional) que me hace admirar lo difícil. Sí, me cuesta creer que la gente cree, pero no me molesta, sino todo lo contrario. Debe ser que no me siento tan seguro de mi inteligencia, o de la inteligencia humana como facultad de llegar a los rincones más oscuros.

En cambio, Savater rezuma confianza en la Ilustración, o en el iluminismo, que es como se dice realmente en francés. Es un nombre mucho más apropiado, pues la fe en la razón no deja de ser una fe tan iluminada por lo irracional como las demás. Pero para reconocer esto tan simple hace falta una humildad que pocos poseen. Popper, que no era creyente, demostró que la tenía cuando dijo: "La razón quiere justificarlo todo, pero no puede justificarse a sí misma: el razonamiento más profundo parte siempre de una premisa irracional". En otras palabras, la confianza en la razón es una fe. Es la máxima debilidad del ser humano; es doble, además: por insuficiencia como instrumento y por injustificada confianza en él. De todos modos, esto tendría que ser evidente: demostrar la inexistencia de Dios mediante la razón obligaría, primero, a reconocer que ésta es un instrumento creado por un Dios omnisciente y de ahí su infalibilidad; puro argumento circular en el que se cae incesantemente desde la arrogancia. Comprendo que a Savater le molesten los clérigos, pues esa es una fobia que comparto, pero es un error trasvasar esa ira al anhelo religioso, que sigue siendo, mientras la especie no cambie, lo más noble que tenemos.

Hay sin embargo una cosa que me irrita del dichoso librito: la negación, contra toda evidencia, de la relación de libertad y cristianismo (pág. 219). Esto no es una hipótesis, es un hecho que lo que necesita es indagarse sin negar la evidencia. ¿O a qué asigna Savater la libertad de Occidente? ¿A la Marsellesa, a la Volonté Generale de Rousseau, "el camino directo a Stalin", según su admirado Russell? ¿Dónde ve el nacimiento de la democracia, si no es en los países anglosajones, basada en su fe cristiana? No es la Ilustración –o la iluminación– volteriana, es la nueva perspectiva humana que trae Lutero lo que abre el camino de la libertad. Por cierto, su defensa del laicismo es penosa: no se puede edificar contra la historia y no ser pueril. Con esta liviandad pueden venderse libros (por cierto, con tan poca entidad como para estar hecho de viejos artículos y no advertírselo al lector: marca de la casa), pero no edificar; ni siquiera a sí mismo, que debería ser el íntimo fin del escritor. Yo así lo creo. Vista la liviandad, sus recientes posiciones políticas son perfectamente explicables: Savater no se enfrenta a la realidad, se enfrenta a sus ficciones, sus "criaturas del aire".

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