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Jorge Vilches

El balcón de Génova

Agotados definitivamente los temas de la guerra de Irak y el 11-M, se han dedicado a la aznarofobia, que tiene el efecto curioso de animar aún más a la derecha.

La dimisión de Sebastián, mostrando el error de cálculo de Zapatero, y la confesión de la derrota con la publicación, ahora, del sondeo de abril del CIS que da la victoria al PSOE, pueden generar una euforia malsana en el PP.

La victoria electoral de los populares en las elecciones del 27-M se ha producido tanto por errores ajenos como por aciertos propios. Entre los primeros, lógicamente, está el despiste de la izquierda. Parafraseando a José María Marco, los socialistas no entienden por qué crece la derecha liberal en España. Y no lo entienden porque se mueven entre tópicos y conceptos anticuados que, dichos en público, sólo mueven a la risa o a la sorpresa. Las acusaciones de derecha extrema, patrioteros de hojalata, neoliberales, fascistas, clericales y golpistas sería enternecedora si no fuera dramática.

Tan dramático como que los zapateristas no han podido ofrecer casi nada positivo en esta campaña electoral, empeñados como están en hacer oposición a la oposición. Y, agotados definitivamente los temas de la guerra de Irak y el 11-M, se han dedicado a la aznarofobia, que tiene el efecto curioso de animar aún más a la derecha.

Por lo que hace a los aciertos propios, la segunda parte de la victoria, el PP ha sabido mantener, sobre la base de principios reconocibles y sólidos, la crítica al "proceso de paz", al desorden territorial o a la nefasta política exterior. Asimismo, ha desarrollado una constante e impoluta movilización callejera. El resultado ha sido la imagen, en definitiva, de un partido de oposición que, en lugar de achicarse ante el totalitario "cordón sanitario", se ha crecido.

Todo esto está muy bien, pero no es suficiente. La euforia malsana está llevando a repetir en todos los foros algo que ningún politólogo en su sano juicio firmaría: que quien gana las elecciones municipales gana luego las generales. Las razones para no creerlo son múltiples; por ejemplo, el cuerpo electoral es distinto –no votan los comunitarios ni los inmigrantes–, no se vota al notable local, los partidos independientes no se presentan y su voto se reparte... Pero sobre todo es preciso atender a la variable temporal.

En las elecciones municipales de 2003 ganó el PSOE por una diferencia similar a la del PP en 2007, pero el Gobierno Aznar consiguió remontar esa pequeña distancia en los ocho meses siguientes. Ya se había hecho pagar en las urnas al Ejecutivo popular por Irak, el Prestige y el Yak-42. Las encuestas daban una victoria a Rajoy o, como mucho, un empate técnico. Sólo los atentados del 11-M cambiaron el sentido del voto.

La euforia no debe impedir que se lean bien los resultados del 27-M. Es preciso activar los resortes del voto propio con la crítica, la movilización y la imagen de partido de gobierno, pero sin motivar el voto adversario. Un equilibrio que permita volver al balcón de Génova, previendo que, en ocho meses, como hizo Aznar, los socialistas puedan remontar el resultado.

La batalla no ha terminado. Ya lo dijo Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán: los franceses son peores enemigos en la paz. Y no va por Sarkozy, precisamente.

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