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Víctor Llano

No son cubanos

¿Por qué el Gobierno de Bush pierde el tiempo preguntando a Zapatero qué quiere para los cubanos? Le consta que quiere para ellos lo mismo que quiere para los españoles. Todo lo que no sea memoria, dignidad y justicia.

Una estadounidense y un español discutieron esta semana en Madrid sobre lo que es mejor para los cubanos. Lástima que ninguno de los dos naciera en La Habana y viva en la Isla de las doscientas cárceles. ¿No dicen que lo que único que importa es lo que piensen los cubanos? ¿Qué sabe Moratinos del sufrimiento de Óscar Elías Biscet o de la angustia de Martha Beatriz Roque y de Oswaldo Payá? ¿Qué sabe de luchar todo el día para no tener nada? ¿Qué sabe del miedo a los tiburones y a las corrientes del Estrecho de la Florida?

¿Por qué el Gobierno de Bush pierde el tiempo preguntando a Zapatero qué quiere para los cubanos? Le consta que quiere para ellos lo mismo que quiere para los españoles. Todo lo que no sea memoria, dignidad y justicia. Quiere lo que quieren los sectarios liberticidas que montan en cólera cuando le preguntan por los crímenes de los hermanos Castro. En Madrid quiere que apartemos la vista de los trenes de la muerte. En La Habana de Villa Marista quiere pasar página y que nos preguntemos de qué viene para que no sepamos dónde va.

Los cubanos jamás aceptarán que Estados Unidos conceda al Gobierno socialista la categoría de interlocutor privilegiado en todo lo que tenga que ver con su sufrimiento. Los estadounidenses no pueden ofrecerle a Zapatero lo que no es suyo. ¿No dicen que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio? Las víctimas de la tiranía castrista ya saben lo que quieren los que trabajan en Europa para sus verdugos. Les consta que quienes más pudieron hacer por ellos fueron quienes primero les traicionaron.

Castro estrenó un nuevo chándal poco después de que Rice y Moratinos se reunieran en un palacio de Madrid. Poco le importa lo que aquí se habló. Su único interés se centra en incrementar la represión y en no perder las llaves de las más de doscientas cárceles. Mientras viva nadie parece dispuesto a quitárselas. Ya veremos cuando muera. Tal vez entonces ni Rice ni Moratinos puedan hablar por quienes no les han pedido que hablen por ellos.

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