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Cristina Losada

El asesino que estará a las diez en casa

Con o sin pulsera, qué importa. Se le rogará que esté a las diez en casa. El resto de la jornada lo podrá dedicar a esa actividad en la que tiene sobrada y sangrienta experiencia.

No hay manera de saber qué es verdad y qué es mentira en todo cuanto atañe a la política del Gobierno hacia el terrorismo. Hasta anteayer, poco más o menos, primaba el discurso de que ETA no se había fortalecido de ninguna manera gracias a la permisividad y las cesiones que hacia ella y su entramado ha venido mostrando y dando Zapatero. No, clamaban los afectos a la negociación, no sólo es grotesco afirmar que la banda terrorista se ha rearmado y reorganizado, sino que, además, el que diga tal cosa le está haciendo el juego. Los más descarados señalaban con el dedo al PP, la AVT, el Foro Ermua y a quienes se oponen a ese invento del tebeo que responde por "el final dialogado", para acusarles de resucitar a una ETA moribunda. Y es que, según estas preclaras mentes, cuando uno denuncia que un grupo de criminales se está creciendo, la tal panda, aunque se halle en las últimas, va y se crece realmente.

Hasta aquí lo de ayer. Lo de hoy es que el ministro de Defensa, su CNI y el Gobierno vasco lanzan a los cuatro vientos que la banda prepara nuevos atentados. Muy tiesos ellos, sin que les incordie contradicción alguna con previas proclamas, anuncian guardia alta y advierten que se ha de esperar cualquier cosa, incluido un verano salpicado de artefactos, eufemismo con el que hoy se conoce a las bombas en los medios gubernamentales. Inútil preguntar cómo es posible conciliar estas noticias con la idea, por ellos y sus afines difundida, de que la ETA no ha engrosado su poder letal durante este período de tregua que le fue concedido por Zapatero. Un tiempo que no ha sido de tanteo, sino de tonteo. De estupidez peligrosa. Pero la pregunta no es cómo sino para qué. Para qué se da ahora una voz de alarma silenciada en tantas ocasiones para no dañar la credibilidad del discurso de la paz sostenido por el Gobierno. La más notoria, el 29 de diciembre, un día antes del atentado de Barajas. Y la más oportunista, ésta misma: se ha esperado a que pasaran las elecciones para alertar de las malas nuevas. Sepultado el pacto antiterrorista, el Gobierno administra la información sin que la oposición pueda ejercer un mínimo control. Y hace desaparecer o reaparecer a la ETA a conveniencia.

Ahora la saca. Y es que Houston, tenemos un problema. Tenemos muchos, pero uno se encuentra en un hospital, plenamente recuperado y buscando piso. Tenemos el problema de mandar a casa a un asesino en serie para que no cumpla en la cárcel el resto de la leve condena que le impuso el Supremo. Y hay que incentivar a esa parte del electorado que camina sin mirar a los lados por los riscos del apaciguamiento para que acepte, como un mal menor, la definitiva suelta de De Juana. De nuevo, se trata de hacer digerible una cesión con un chantaje: o lo sacamos, o mira lo que puede hacer la ETA. Y puesto que las elecciones no han sido un batacazo para el PSOE, dado que la anestesia sigue obrando efecto, más pronto que tarde saldrá. Con o sin pulsera, qué importa. Se le rogará que esté a las diez en casa. El resto de la jornada lo podrá dedicar a esa actividad en la que tiene sobrada y sangrienta experiencia.

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