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Amando de Miguel

La glotomaquia

La política "normalizadora" de las lenguas españolas que no son el castellano conduce a lo contrario de lo que desean los nacionalistas, a su erosión como lenguas de relación habitual.

El conflicto lingüístico o glotomaquia en algunas regiones españolas pasa por el reconocimiento legal y político de una lengua como la "propia" de cada una de esas regiones. Pero la "propiedad" (con el privilegio que supone) termina reduciéndose a la actividad oficial. El problema es que en esas regiones donde se hablan comúnmente dos lenguas, el castellano es la lengua familiar de una buena parte de la población, incluso en algunas localidades de la mayoría. Pueden suceder dos cosas. (a) Que esa política de preterición de la lengua "impropia" tenga éxito. La consecuencia inmediata es que muchas familias verán desaparecer el idioma doméstico. En cuyo caso, si desean asegurar los puestos laborales de la próxima generación, tendrán que hacerse con el inglés como idioma de comunicación. Es evidente el cúmulo de tensiones que van a derivar de todos esos cambios. (b) También puede suceder que la política de desplazamiento del castellano no tenga éxito. En ese supuesto los nacionalistas radicalizarán sus posturas de exclusión o de monopolio cultural. Por una u otra vía el conflicto va a ser permanente y enconado.

La cuestión de las lenguas regionales es polémica hasta decir basta. Los nacionalismos españoles suelen apoyarse en la respectiva lengua "propia" como símbolo mayor de su identidad particular. Los otros elementos definitorios tienen menos fuerza o son inapreciables (raza, religión, incluso tradiciones históricas). La prueba es que solo se alzan los nacionalismos allí donde pueden apoyarse en una lengua privativa, es decir, la que apenas existe fuera de la región donde se difunde. Cuando esa lengua no tiene vigencia escrita, simplemente se fuerza su vitalidad por la vía oficial. Es el caso de las lenguas vernáculas de Asturias, Cantabria o Aragón. El empeño de los nacionalismos de todos los partidos por normalizar el idioma privativo significa desplazar el castellano hasta donde sea posible. Se llega incluso a inventar neologismos para que el idioma "propio" se aleje del castellano omnipresente. Es inútil. El castellano preterido en los círculos oficiales se impone a través del habla, de la comunicación privada. Otra cosa es que esa forma de supervivencia contribuya al deterioro de la lengua escrita. Pero ese es otro cantar.

La vitalidad del idioma español no depende de que sea "propio" de ningún territorio, ni siquiera "oficial". ¿Es que hay una indumentaria propia u oficial de los habitantes de una nación? Es claro que no. Pues la lengua hablada por una gran parte de sus habitantes tampoco añade mucho si queda definida como "propia" u "oficial". Si se declara "propia" una lengua es para confirmar que los que la tienen por familiar van a ser los que van a mandar en el territorio correspondiente. Ya se sabe, "siempre la lengua fue compañera del imperio" que dijo Nebrija del latín. Por lo que se refiere al caso de las lenguas regionales se trata de un imperio en una gota de agua.

La pugna entre el castellano y las lenguas regionales se resuelve por el carácter de lengua de comunicación (o de relación, según Gregorio Salvador) que tiene la lengua común de los españoles. Resulta que es también la lengua común en una veintena de países. Una lengua de comunicación es el extremo de un continuo cuyo polo contrario es la lengua étnica. Veamos los rasgos desde el punto de vista de la lengua de comunicación:

  1. Se aprende masivamente por los que no la tienen como familiar.
  2. Deja traducir fácilmente el gentilicio con que se conoce esa lengua. Por ejemplo, el castellano es Spanish para el mundo angloparlante, pero el vascuence presiona para que sea conocido en otros idiomas como euskera. En inglés España es Spain, pero en castellano se presiona socialmente para decir Euskadi (que, por otra parte, es un neologismo) en lugar de País Vasco.
  3. No necesita el carácter de lengua "propia", ni siquiera el de "oficial", para medrar.
  4. Se emplea más allá del círculo doméstico o del referido a las tradiciones en el territorio donde tiene vigencia.
  5. Se impone por la utilidad de los intercambios más que por la obligatoriedad.
  6. Destila una serie de obras literarias que se traducen a otras lenguas. Una forma práctica de ese reconocimiento es que algunas obras literarias más representativas llevan al reconocimiento del Premio Nobel para sus autores. Si ese logro no se consigue, al menos se podrá apreciar que las obras más destacadas figuren ampliamente en una enciclopedia de reconocimiento internacional como la Britannica.
  7. No sirve para identificar políticamente a una corriente de hablantes que se consideren nacionalistas.

Cuantos más rasgos de ese heptálogo acumule una lengua, más fácil será su mantenimiento y su expansión. Sencillamente se tratará de una verdadera lengua de comunicación. Cuantos menos rasgos posea, más fácil es que pertenezca al otro extremo de las lenguas étnicas, muchas de ellas en declive o incluso en rápido trance de extinción. Esa tendencia regresiva nada tiene que ver con su valor intrínseco, cultural e incluso espiritual. Surge así, una nueva paradoja. La política "normalizadora" de las lenguas españolas que no son el castellano conduce a lo contrario de lo que desean los nacionalistas, a su erosión como lenguas de relación habitual. En muchos otros casos se ha producido ese fenómeno de las "consecuencias no anticipadas de la acción social", al decir del sociólogo Robert K. Merton. Es una lección de humildad. Por lo mismo, el éxito del español como lengua de comunicación poco o nada debe a la política cultural del Gobierno de España.

Mientras subsista el carácter de "lengua de comunicación" que tiene el castellano frente al de "lenguas étnicas" que poseen todas las demás españolas, el conflicto será inevitable. La única alternativa lógica (aunque difícil) para la supervivencia de las lenguas regionales en España es que logren sustituir el castellano por el inglés como lengua principal de comunicación. Es algo parecido a lo que sucedió hace un siglo en Filipinas. Es una salida que han propiciado en España algunos intelectuales nacionalistas pero hasta la fecha con poco éxito. En Filipinas la sustitución del español por el inglés fue fácil porque los españoles nunca presionaron para que su lengua fuera oficial.

Uno de los rasgos más notorios del idioma español es que, a pesar de su fragmentación en una veintena de países, la forma escrita o culta es común en todos ellos. Hay variaciones mínimas, mucho menores que las que afectan al inglés, el portugués o el árabe. No obstante, subsisten algunas tendencias disgregadoras. Un ejemplo es la del tuteo, la forma cada vez más corriente en el habla del español, que se aleja del tratamiento de usted, típico del español americano aunque también lo sea del dialecto canario y en parte del andaluz. El tuteo se ha impuesto en los consejos de la propaganda oficial, en los carteles electorales. Un anuncio de la Junta de Andalucía dice: "Tú puedes parar el cambio climático: utiliza el transporte público". No se sabe qué admirar más, si el compadreo del consejo o la pretensión utópica de enlazar un suceso cósmico con una conducta personal. Un consejo de la Dirección General de Tráfico es "No podemos conducir por ti". En ese caso contrasta el plural mayestático, o simplemente irresponsable, con el tuteo confianzudo. En los anuncios publicitarios de España se utiliza cada vez más el tuteo, sobre todo si los destinatarios son los jóvenes.

Una paradoja del habla es la infinita gama de variaciones que muestra. Si el lenguaje es un código de señales, a partir de una treintena de signos, ¿por qué no se simplifica al máximo la variedad de palabras y de frases? Antes de eso ¿por qué no se unifican los idiomas y se comprimen en un tronco común las variedades dialectales? La respuesta es que el lenguaje no se hizo solo para comunicarse, sino también para confundir y engañar al interlocutor. ¿Qué mejor recurso, para esa función mendaz, que dominar la lengua mejor que el interlocutor? Sin llegar al engaño, basta con dejar las frases inconclusas o con doble sentido para despistar al interlocutor. El premio de esa técnica hay que dárselo a esta locución con la que terminan algunas parrafadas los gallegos: "¿y luego?".

No es verdad que el lenguaje sirva solo para comunicarse. Al menos en el habla está claro que también se emiten palabras para despistar o confundir al interlocutor. Lo de "hablando se entiende la gente" es gran sinsorgada. Hablando también se pelea uno. Muchos debates o coloquios no sirven para convencer al interlocutor sino para reafirmar las creencias de los intervinientes.

El idioma se explica también como un elemento de identificación, de pertenencia a una cultura, una ideología, un grupo. Está claro que el habla apunta a la diferenciación, a las variaciones que tienden al infinito. Las confrontaciones ideológicas acaban siendo un intercambio de significados que los contendientes dan a las mismas palabras. Así pues, no hay lugar para un solo idioma internacional, sea el inglés, el esperanto, el ido o cualquier otro. Incluso dentro de un mismo lenguaje, no hay manera de que las palabras sean siempre unívocas.

Aceptemos provisionalmente la hipótesis de que las lenguas sirven para distinguirse o diferenciarse. Se comprenderá ahora lo desmesurada que es la pretensión de que en un territorio con dos lenguas (una étnica y otra de comunicación) todos sus habitantes sean perfectamente bilingües. Esa pretensión, lejos de favorecer a la lengua étnica, significa el anticipo de su erosión.

El hecho de que en España convivan diversas lenguas étnicas con una lengua de comunicación no significa que la influencia se establezca siempre desde el castellano a las otras lenguas. Las influencias se dan en los dos sentidos. Ejemplos de la penetración del catalán en el habla castellana de hoy:

  • Generalización del como que, muchas veces en un tono coloquial.
  • Aprecio por el nuevo saludo buen día, cuando el castellano desprendido siempre ha deseado buenos días. El castellano posee un sentido festivo del plural (vacaciones, fiestas).
  • Aceptación del horrísono impersonal han habido, que, por otra parte, tampoco es muy ortodoxo en catalán.
  • Confusión entre sacar y quitar, entre escuchar y oír, entre ir y venir.
  • Generalización del verbo sentir (= oír).

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