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Amando de Miguel

El inglés como radiación de fondo

En inglés se exige pronunciar continuamente el nombre del interlocutor porque así se determina el equivalente al tratamiento de tú o de usted. Cuando se intercala el nombre de pila del interlocutor quiere indicar que rige la norma del tuteo.

Las penetraciones del inglés son tantas que darían para un libro. De hecho (y ese es ya un anglicismo), se han escrito libros enteros sobre los "falsos amigos" que provocan las malas traducciones del inglés. Sin llegar a tanta falsificación, algunos anglicismos se introducen como modas, por simple imitación del habla de las películas. Por ejemplo, lo sé, lo sé (que en español castizo sería "claro") o lo admito (en lugar del más cabal "lo reconozco"). También tiene mucha aceptación el y punto. Es una forma de cerrar un enunciado para que resulte más categórico. Uno exclama y punto como si estuviera dictando.

El idioma español, a diferencia del inglés, permite eludir el pronombre personal al conjugar los verbos. Por ejemplo, basta decir "creo" sin tener que afirmar "yo creo". Esa última forma solo se justifica cuando se requiere un énfasis especial o cuando se intenta transmitir que "yo creo y no otra persona". Pero cuando se introduce ese "yo" (u otro pronombre personal) a voleo, nos encontramos con un hablante que sobreactúa. Cabe decir "creo", "yo creo" o "creo yo" en una escala ascendente de énfasis.

Al oír una conversación en inglés, el testigo español se puede sorprender de lo corriente que es el hecho de que los dos interlocutores pronuncien el nombre de la otra persona. Desde luego, tanto en inglés como en español, el pronombre se inventó para no tener que estar diciendo el nombre de las otras personas. Pero ese tabú es mucho más pronunciado en español. Tanto es así que la conjugación de los verbos permite prescindir del pronombre. En el español de la radio y la tele, el presentador suele pronunciar muchas veces el nombre del corresponsal (tal como se hace en inglés), pero en ese caso la función es de avisar que va a empezar o a finalizar su intervención. En inglés se exige pronunciar continuamente el nombre del interlocutor porque así se determina el equivalente al tratamiento de tú o de usted. Cuando se intercala el nombre de pila del interlocutor (y no digamos el hipocorístico) quiere indicar que rige la norma del tuteo.

El sentido dramático del habla se corresponde con la idea de los ropajes con los que se disfraza el actor para la representación. Se colige el alto valor que los españoles conceden a la apariencia, a la indumentaria, a cierta afectación del habla. El lado negativo es la hipocresía; el positivo es el cuidado para presentarse ante los demás con elegancia, dignidad y prosopopeya. El peligro de preocuparse excesivamente por la apariencia está en la hipersensibilidad que puede llegar a mostrar un alto sentido del ridículo.

Las frases hechas cumplen muy bien la función de dar seguridad a las relaciones interpersonales que muchos españoles consideran difíciles. De ahí, por ejemplo, la extremosidad del sentido del ridículo, lo que en cada caso procede para sentirse seguro en la interacción con los demás. Son abundantes las paremias que modulan ese sentimiento. Un ejemplo puede ser el "no estar la Magdalena para tafetanes" o su equivalente menos refinado "no estar el horno para bollos". Es un recurso retórico para convenir en que no es el momento para andarse con bromas.

El español ha sabido siempre muy bien cuándo hablaba en broma o en serio. Quizá últimamente se ha roto esa capacidad de discernir los dos tonos. La prueba es que se repite mucho lo de es broma (otro anglicismo), más todavía en la corresponde internética. También se puede recurrir a un sonriente emoticón para el mismo propósito. La confusión quizá se deba a que, en la conversación por escrito, no se vean los gestos, el lenguaje corporal.

La influencia del inglés se puede sustanciar a través de mínimos cambios de expresiones inveteradas. Por ejemplo, ahora es moda decir "en la tarde" en lugar de "por la tarde". El uso prevaleciente es decir "en el inicio" en vez de "al comienzo". De modo general, la creciente penetración de la preposición "en", ya abundante en español, es ahora una plaga.

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