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George Will

Derecha, izquierda y realidad

La derecha, en cambio, argumenta que la esencia del Gobierno constitucional implica contener al Estado con el fin de permitir que el amplio abanico de elecciones que pueden darse en la sociedad adopte espontáneamente caminos no planeados.

La recuperación del equilibrio intelectual de la derecha exige una explicación convincente del motivo por el que Estados Unidos tiene dos partidos y por qué el de derechas es preferible. Las discusiones políticas del día a día involucran temáticas perennes que les dan más seriedad de la que comprenden muchos participantes. La polémica entre partidos, como la filosofía política occidental en general, tiene que ver con el significado de dos objetivos políticos importantes, libertad e igualdad, y el ajuste apropiado de la tensión entre ellos.

La derecha hoy tiende a preferir la libertad y, en consecuencia, se inclina a ser optimista con las desigualdades en los resultados. La izquierda está más preocupada por la igualdad, entendida, insisten, más como igualdad de oportunidades que de resultados. Sin embargo, tiende a inferir que la desigualdad material es consecuencia de la desigualdad de oportunidades. De ahí que sus propuestas lleven a un crecimiento del ámbito de intervención del Gobierno para evitar que el mercado haga su papel en asignar riqueza y oportunidades. La izquierda busca cada vez más implantar la igualdad en la forma de una dependencia equitativa del Gobierno de más y más personas para más y más cosas.

De ahí la hostilidad de la izquierda a los programas de libre elección escolar que desafían el semimonopolio de la educación pública. De ahí la hostilidad a que cada uno pueda financiar una pensión privada con una parte de lo que paga a la Seguridad Social. De ahí su temor a las cuentas de ahorro sanitario, mediante las cuales los particulares que adquieren seguros sanitarios desgravables pueden pagar los gastos médicos rutinarios, del mismo modo que los propietarios de automóviles no compran seguros para cubrir los cambios de aceite. De ahí la defensa de la izquierda de la responsabilidad –e, inevitablemente, el racionamiento– del Estado sobre la sanidad, que constituye actualmente el 16% de la economía y subiendo.

Incrementar dramáticamente la dependencia del Gobierno pone de común acuerdo la ética izquierdista de la provisión común con el interés del partido de izquierdas en complacer a su facción más poderosa: los empleados públicos y sus sindicatos. La respuesta específica de la derecha debería ser que el argumento sobre si debería haber un Estado del Bienestar está zanjado. El debate, hoy en día, se hace sobre el modo en que se reparten las prestaciones sociales. Es algo importante, porque algunas incentivan y otras disuaden de atributos y actitudes –una orientación hacia el futuro, la independencia, la responsabilidad individual en la vida sana– que son esenciales para una vida digna en la sociedad económicamente vibrante que necesita para existir nuestro Estado del Bienestar, hambriento de ingresos en una demografía envejecida.

Este razonamiento es congruente con el argumento de la derecha de que un Estado excesivamente benevolente no es un benefactor, y que el capitalismo no sólo nos hace más prósperos sino mejores. La izquierda afirmó en tiempos que las enormes entidades corporativas del capitalismo industrial degradaban a los individuos al alimentar la dependencia, la pasividad y la servidumbre. La derecha desafía la ceguera de la izquierda ante el mismo peligro proveniente de la mayor entidad social, el Estado.

La derecha argumenta, como hicieron los Padres Fundadores, que el propio interés es universal a todas las personas, pero que la dignidad de cada uno de nosotros está ligada al ejercicio de la independencia y la responsabilidad personal en la búsqueda del propio interés. La izquierda asegura que la dependencia equitativa del Estado minimiza los conflictos sociales. La respuesta es que la cultura de las prestaciones sociales subvierte la paz social mediante la proliferación de dependencias rivales.

La mentalidad de las prestaciones sociales, animada por el Estado del Bienestar, exacerba los conflictos sociales entre generaciones (al transferir riqueza a los ancianos), entre grupos raciales y étnicos (por la discriminación positiva) y entre todos los intereses organizados (desde los granjeros a los sindicatos, pasando por los receptores de subvenciones a empresas) al ser el Estado, y no las fuerzas impersonales del mercado, el que distribuye los recursos escasos. Esto, insiste la derecha, explica el motivo de que crezca el Estado al mismo ritmo que el cinismo sobre la política.

La discriminación positiva entre colectivos raciales es la esencia destilada de la izquierda por dos motivos. En primer lugar, la discriminación positiva implica identificar a grupos supuestamente discapacitados por la sociedad; víctimas que, a causa de sus dificultades para competir, deben permanecer bajo la tutela del Estado. Segundo, porque la discriminación positiva pone vívidamente de manifiesto la convicción central de la izquierda de que el deber del Estado no es permitir los cambios sociales, sino canalizarlos en la dirección que elija. La derecha, en cambio, argumenta que la esencia del Gobierno constitucional implica contener al Estado con el fin de permitir que el amplio abanico de elecciones que pueden darse en la sociedad adopte espontáneamente caminos no planeados.

La derecha apoya la exhortación del Presidente Kennedy: "No preguntes qué puede hacer tu país por ti; pregunta qué puedes hacer tú por tu país". Y añade: sirves a tu país al apoyar un ámbito de vida amplio y en expansión de la que tu país no sea responsable.

Este es el núcleo de lo que resulta atractivo de la derecha, sin hundirse en "temas sociales" que deberían ser dejados todo lo que sea posible al "federalismo moral", es decir, debatidos dentro de cada estado. En política exterior, la derecha comienza, y casi termina, renunciando a la fatal arrogancia que ha sido desastrosa domésticamente para la izquierda: el orgullo de querer controlar lo que no se puede, ni se debe, controlar.

La derecha es realismo sobre la naturaleza humana y la capacidad del Estado. ¿Es también políticamente realista, es decir, persuasivo? Ese es el tipo de pregunta a la que responden las campañas presidenciales.

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