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José Vilas Nogueira

Don Quijote, la Transición y la formación del espíritu progre

No es que sea poco, pero 1977 sólo vivió unas elecciones limpias y competidas. La libertad civil y la democracia las requieren, pero no se agotan en eso.

Estamos de fastos oficiales, más o menos esplendorosos. Celebran, dicen, la recuperación de la democracia. Pero, entre nosotros, la fiesta de la democracia y la libertad civil tiene vida efímera: la esperanza de las vísperas sucumbe a la pesadumbre y el desengaño de la nona. No es que sea poco, pero 1977 sólo vivió unas elecciones limpias y competidas. La libertad civil y la democracia las requieren, pero no se agotan en eso. Sin sus necesarios complementos, cuanto más se repiten las elecciones, más se reducen a un disfraz sutil del despotismo. Los ciudadanos, conformados sobre la matriz del hincha deportivo, se convierten en súbditos rendidos a los demagogos.

La celebración de la transición va acompañada de la exaltación de la persona y la obra de don Adolfo Suárez. No me gustaría romper tan rara unanimidad. Pero, aun rendido a ella, subrayaría el aspecto trágico, tan evidente por otra parte, de la figura y obra del político abulense, ya que en Ávila, y no en olvidado lugar de la Mancha, nació el principal artífice de nuestra transición. Enloqueció Don Quijote a fuer de leer libros de caballerías, y hastióse don Adolfo de frecuentar caciques disfrazados de nacionalsindicalistas, mitad obreros, mitad patrones de yate de secano. Salióse el primero por los anchurosos campos, abruptas sierras y aun alguna ciudad espejo de cortesía, en busca de damas e infelices a quien socorrer con su fuerte brazo. Centróse el segundo en deshacer aun mayor entuerto: la procura de la concordia nacional y la paz civil.

Entre otras aventuras, aconteció a Don Quijote tropezarse con una cuerda de presos. Viéndoles ir tan mal de su grado, no vaciló el caballero en acometer a los guardas y liberarlos de sus prisiones. Mas como les demandase, en justa recompensa, fuesen a rendir homenaje a su dama, la excelsa Dulcinea, los bellacos, más encallecidos por el mal que por los grilletes, le robaron y molieron a palos.

Similar aventura vivió don Adolfo (que caballeros y villanos se igualan en no aprender en cabeza ajena). Topóse el de Avila con los socialistas y los comunistas, no propiamente en cuerda de presos, pero con no mejor semblante que Ginés de Pasamonte sujeto a sus cadenas, tal era su avidez de poder y su desnudez de ideales. Hízoles un lugar al sol don Adolfo, con la quijotesca condición de que se rindiesen a su dama, la soberanía nacional, en este caso. El pago es conocido: descalabraron a su benefactor y escarnecieron y escarnecen a la soberanía nacional.

Sin duda, 1947 es una efeméride más modesta que 1977. Sin embargo para mí tiene algún significado. En aquel año hice yo el primero de Bachillerato. Durante los seis siguientes y, después, los cinco de la Facultad, hube de afrontar la asignatura de Formación del Espíritu Nacional. Apenas recuerdo los contenidos de la disciplina. Sí a los profesores que la impartían, burócratas falangistas ayunos de la más mínima dotación intelectual. Fuera del mantenimiento de este personal, la asignatura carecía de cualquier utilidad. Incluso los estudiantes adictos al régimen se choteaban de tan patético intento adoctrinador.

Pero los déspotas progres que nos gobiernan quieren reeditar el invento. No les basta con el apoyo de la casi la totalidad de las televisiones, la mayor parte de la prensa escrita, la mayor parte de los intelectuales, artistas y titiriteros varios. Van a implantar la Educación para la ciudadanía. Naturalmente, no habrá alusiones al espíritu nacional, si acaso al espíritu anti-nacional, que es lo progre. Tampoco se referirá a la soberanía nacional, ni al régimen constitucional, ni a la decencia de los políticos (la ministra que la promueve es la esposa de un financiero enriquecido a la sombra de la Moncloa). Los grandes objetivos serán la promoción de las conductas alternativas a la heterosexualidad, el laicismo y el relativismo moral. Les deseo parejo éxito al que tuvo el adoctrinamiento franquista.

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