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Walter Williams

Competencia o monopolio

Casi todo el mundo está de acuerdo en que el Estado financie la educación, pero no hay ninguna razón para que, además, la produzca. Estamos de acuerdo en que el Gobierno tenga aviones de guerra F-22, pero eso no quiere decir que tenga que fabricarlos.

¿Les conviene más a los consumidores la competencia o el monopolio en los mercados de los bienes y servicios que compran? Apliquemos esa pregunta a algunos aspectos de nuestras vidas.

Antes de la desregulación, cuando existía un monopolio y se restringía la participación en servicios telefónicos, ¿estaban los consumidores mejor o peor que ahora que hay una dura competencia? Cualquiera que tenga más de cuarenta años sabrá la diferencia. La competencia ha proporcionado a los consumidores una gran variedad de opciones, precios cada vez más bajos y una atención al cliente mucho más atenta que cuando el Gobierno metía la mano en el negocio de la telefonía.

¿Qué me dicen de los supermercados? ¿Estarían mejor o peor los consumidores si uno o dos supermercados gozaran de un monopolio exclusivo? El supermercado promedio ofrece más de 50.000 artículos diferentes, tiene rebajas, regala premios y utiliza distintas estrategias para captar clientes y conservar su lealtad. ¿Tendría los mismos incentivos si gozaran de un monopolio?

El Gobierno le da a los pobres cupones para comprar comida. ¿Estarían mejor si en lugar de gastarlos en cualquier supermercado les obligaran a hacerlo en tiendas del Gobierno?

Son abundantes las evidencias que demuestran que los consumidores se benefician cuando los proveedores de bienes y servicios están motivados por los beneficios, donde sobrevivir requiere el constante esfuerzo en conseguir y mantener clientes. ¿Bajo qué condiciones pueden sobrevivir los empresarios ofreciendo un mal servicio y pocas opciones a altos precios, sin complacer además a los clientes? Si ha pensado que la respuesta es "donde la competencia está limitada y existe un monopolio bendecido por el Estado", puede venir a la primera fila de la clase.

El mejor ejemplo de los efectos de los monopolios gubernamentales es la educación pública. John Stossel, de la cadena de televisión ABC, produjo un documental, apropiadamente titulado Estúpidos en América: cómo engañamos a nuestros niños, que demuestra visualmente lo que no es sino un fraude educativo. En el documental hacen un examen internacional estándar a estudiantes promedio de bachillerato en Bélgica y a un grupo de estudiantes destacados de bachillerato en New Jersey. Los muchachos belgas aplastaron a los estadounidenses y los llamaron "estúpidos". Y no son sólo los belgas quienes reciben una mejor educación que los jóvenes de Estados Unidos; lo mismo sucede con estudiantes polacos, checos, surcoreanos y de otros diecisiete países.

El documental no deja dudas de la mala educación recibida por jóvenes blancos en Estados Unidos, pero la recibida por muchos estudiantes negros realmente da asco y raya con lo criminal. Stossel entrevistó a un joven negro de 18 años que casi no podía leer un librito para niños de primer grado. La cadena lo envió al Centro de Aprendizaje Sylvan y en 72 horas su lectura mejoró hasta alcanzar el nivel de tercer grado.

Estúpidos en América relata el caso del maestro que enviaba mensajes sexuales a una estudiante de 16 años. Después de un litigio que duró seis años en los tribunales, el Departamento de Educación de la Ciudad de Nueva York logró despedir al maestro; mientras tanto, ingresó más de 300.000 dólares en salarios.

La solución al problema de la educación no es dedicarle más dinero, por más que el establishment educativo quiera convencernos de lo contrario, sino la beneficiosa competencia que se lograría si los padres pudieran escoger la escuela para sus hijos. Casi todo el mundo está de acuerdo en que el Estado financie la educación, pero no hay ninguna razón para que, además, la produzca. Estamos de acuerdo en que el Gobierno tenga aviones de guerra F-22, pero eso no quiere decir que tenga que fabricarlos.

Un sistema de libre elección de los colegios, en la forma de cheque escolar o desgravaciones fiscales a las matrículas, sería un gran paso en el camino a introducir la competencia necesaria para que las escuelas tuvieran que rendir cuentas por sus resultados. ¿Qué tiene de malo que los padres tengan el derecho y los medios para inscribir a sus hijos en los centros que prefieran?

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