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José García Domínguez

Por la senda del absurdo

Avanzaremos, pues, todos juntos, y Rajoy el primero, por la senda del absurdo conceptual que nos llevará a la suprema idiocia de pretender que son los territorios, y no las personas, quienes pagan los impuestos.

Me entero por La Vanguardia de que la claudicación estrella que ha de anunciarnos en su discurso de investidura el Aspirante será renuncia muy del gusto del Aspirado. Porque es sabido que sobre la perentoria cuestión de Estado (en descomposición) de calcular las balanzas fiscales entre las montañas, los valles, los ríos y las planicies, es decir entre todos los sitios que aún componen esto, el ministro de la Oposición en funciones (decorativas) y el Adolescente vienen barruntando algo así como lo mismo. Y es que uno está a favor y el otro no está en contra, tal como se esforzó en repetir por activa, por pasiva y por perifrástica durante la campaña, cuando se plantó en París para explicarle a Sarkozy que él también tenía una niña.

Avanzaremos, pues, todos juntos, y Rajoy el primero, por la senda del absurdo conceptual que nos llevará a la suprema idiocia de pretender que son los territorios, y no las personas, quienes pagan los impuestos. En fin, "qué solos nos quedamos los muertos", debe pensar a estas horas aquel finado Jordi Sevilla que cavara su propia tumba cuando le dio por reírse de la Operación Charnego Agradecido. Aquel pobre Sevilla, en el siglo profesor de refuerzo para casos perdidos, que nos dejara escrito en sus papeles póstumos que interrogarse por los saldos fiscales entre regiones es como preguntar cuántos goles se han metido en una corrida de toros.

Lástima que de aquí al martes ya sólo nos reste confiar en un par de sesiones de Ouija con tal de que el vivo de Rajoy se entere de cierta obviedad que constató el difunto en su día. A saber. Que no hace falta ir a Salamanca para descubrir que, en un sistema fiscal progresivo, los ricos pagan –en teoría– más impuestos que el resto no porque se enseñen en Neguri, en la calle Nicaragua de Barcelona o en Puerta de Hierro, sino por razones de orden exclusivamente ontológico; y que justo lo contrario sucede con los pobres, tanto da que sobrevivan en un polígono de Cornellà del Llobregat o a la sombra del pantano franquista de Iznájar. Ergo, don Mariano, eso de ocupar a los funcionarios de Hacienda en extender un mapa de España sobre el suelo del ministerio, colocando encima de cada región sus respectivas declaraciones individuales del IRPF, no deja de ser una ruindad digna de Zapatero, pero resulta algo impropio de un partido liberal-conservador que crea en la igualdad de todos ante la ley.

Vaya que empezamos bien.

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