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"Dejo a mis hijos un desastre y no un negocio con el que ganarse la vida"

Los robos en joyerías son noticias habituales, en cambio prestamos poca atención al calvario de las víctimas que con el delito sólo empieza.

Todos hemos visto y leído noticias sobre butrones, alunizajes o incluso de asaltos que despreocupadamente calificamos de "espectaculares", lo que la mayor parte de la sociedad desconoce es el drama para muchas familias que se esconde detrás de esos titulares.

Para tener un testimonio de primera mano nos hemos acercado a dos casos que han ocurrido en Madrid en los últimos años y que son un perfecto ejemplo de la situación en la que pequeñas empresas y familias quedan tras uno de estos robos.

El primero de ellos es el de un taller de joyería de la capital que sufrió un robo el año pasado. Su propietario, Enrique (nombre figurado) accede a hablar con Libertad Digital pero siempre que respetemos su anonimato, preocupado por la publicidad negativa que estos sucesos siempre atraen.

Entrando por la puerta

El taller de Enrique, que da trabajo a tres personas, sufrió un robo a finales de 2011. Los ladrones desconectaron la alarma con total facilidad, esperaron unos minutos a que dejara de sonar la alarma, entraron y "reventaron las cajas con una lanza térmica" (un equipo para la cerrajería y la construcción que se puede comprar en cualquier almacén de maquinaria).

Los vecinos no oyeron nada, la alarma no saltó en la empresa de seguridad o si saltó ésta no avisó a la Policía y, con tiempo para "trabajar", los ladrones desvalijaron por completo el taller. El importe de lo robado ascendió a centenares de miles de euros.

Enrique es un hombre de mediana edad, con más aspecto de trabajador que de empresario (o al menos de lo que muchos tomarían por aspecto de empresario), con ademanes francos y decididos y con una conversación llana y directa: habla sin pelos en la lengua.

Lo hace, por ejemplo, de la Policía. Aunque no quiere cargar las tintas sobre los agentes de la ley señala que es difícil que en este tipo de casos se esfuercen mucho: "En los robos sin fuerza hay poca pena y los jueces los sacan sin problema, así que no es de extrañar que un padre de familia no se juegue la vida en uno de estos casos".

El problema de los seguros

Enrique nos dice categóricamente que "no se puede tener todo el capital asegurado", hoy por hoy es un coste que una empresa normal de su sector no puede asumir. Esto es todavía más cierto en el caso de ser robado: "Tras el robo reaseguras con menos cantidad porque no puedes más. Si repites ya no te asegura nadie y sin pago de seguro, al garete".

No obstante, reconoce que en su caso la aseguradora ha respondido de forma impecable, aunque eso ha significado cobrar varios meses después del siniestro, la gestión ha sido todo lo rápida que es posible en estos casos.

Mientras tanto, con pedidos que no se han podido entregar, sin ventas y, por tanto, sin generar dinero y con un importante volumen de reparaciones en su local pendientes, la situación ha llegado a ser tan límite que "me he visto obligado a rescatar dos planes de jubilación que tenía".

Y es que, sin contar las deudas que ha tenido que asumir con terceros de los que tenía material (aunque el taller de Enrique se dedica más a la fabricación que a la reparación) y la materia prima que había que volver a adquirir, poner el negocio en marcha le ha supuesto decenas de miles de euros: "Cerca de 40.000 euros en montar de nuevo la maquinaria y el taller y unos 15.000 más en el nuevo sistema de alarma".

Con palabras más que claras Enrique nos habla de "una experiencia acojonante" y nos confiesa que, tras décadas en una profesión en la que empezó a los quince años, "he perdido completamente la ilusión porque ahora he logrado salir adelante pero, ¿quién te dice que no te pegan otro trancazo en dos o tres años?".

Una empresa familiar

Nuestra segunda historia es la de Tomás (también es un nombre figurado ya que el verdadero protagonista nos ha pedido, como Enrique, que no revelemos detalles que permitan reconocerlo), el propietario de otro pequeño taller de joyería en Madrid.

Se trata de una empresa modesta, ubicada en un barrio de clase media-baja de Madrid y que alimenta a toda una familia, el propio Tomás y dos hijos, y que se ha enfrentado a una experiencia igualmente difícil.

Su robo tuvo lugar en un fin de semana de julio del 2009: "Me fui a casa como todos los fines de semana tranquilo y convencido de que tenía un búnker", pero lamentablemente no estaba en lo cierto: los ladrones desconectaron la alarma sin mayores problemas, "reventaron los bombines de la puerta", pasaron y con una lanza térmica abrieron la caja y se llevaron decenas de miles de euros en material, aproximadamente un 60% más de la cantidad que Tomás tenía asegurada.

Tomás dirige sus quejas en dos direcciones: en primer lugar, a la empresa de seguridad, que tras el asalto le comentó que su alarma estaba "un poco obsoleta", según sus propias palabras. "No me han asesorado en condiciones", lamenta, "simplemente con cortar el cable del teléfono yo estaba completamente desprotegido". En cuanto a estas necesidades del asesoramiento Tomás nos pone un ejemplo clarificador: "Una gestoría no se limita a hacer las cuentas de sus clientes sino que también les informa de las novedades que pueden afectarles".

La empresa de seguridad tenía, como es obvio, un contrato de mantenimiento y la queja de Tomás ha tenido eco hasta en la justicia: ha sido el primer profesional del sector que ha litigado contra la empresa de seguridad y, en una sentencia que se hizo pública hace unos días, ha logrado que ésta sea condenada a pagarle una indemnización.

Y, en segundo lugar, Tomás muestra fuertes suspicacias sobre los negocios de compra-venta de oro que han proliferado en los últimos años, para él un terreno que es propicio para dar salida a lo que se roba en negocios como el suyo, ya que "tienen muy poco control". Por el contrario, en opinión de nuestro primer protagonista la gran mayoría de lo que se roba en este tipo de golpes está destinado a salir de nuestras fronteras: "En algunos casos está claro incluso que son robos de encargo".

Mantenerse en pie

Pero mientras esto llegaba, la empresa requería un esfuerzo titánico para volver a ponerse en pie. Como en el caso de Enrique, Tomás nos confiesa que tuvo que rescatar un plan de jubilación para poder salir adelante, una decisión nada fácil para un hombre que acaba de cumplir los 65 años.

Ahora tiene un nuevo sistema de seguridad incluso con cámaras cuyas imágenes puede ver desde casa, pero no se crean que eso le hace estar tranquilo: en el mes de julio del año pasado los vecinos se dieron cuenta de que se estaba intentando realizar un butrón desde el cuarto de contadores del edificio en el que está el taller.

Afortunadamente, ese intento fue abortado, pero la historia no acaba ahí: en el último puente de diciembre y pese a haber instalado un sistema de sensores en la pared, de nuevo intentaron entrar al taller por la vía del butrón: sólo el paso de uno de los hijos de Tomás, alertado de nuevo por los vecinos, impidió que el robo se consumase.

Tomás sabe que si vuelve a sufrir un atraco no podrá tener un seguro y tendrá que echar el cierre, y tras estas experiencias no hay cámara ni alarma que le haga estar tranquilo: "¿Tú sabes lo que corroe esa indefensión?", pregunta sosteniendo a duras penas la mirada.

Como Enrique, Tomás es un hombre que lleva toda la vida en el negocio, "desde los catorce", pero el final de su carrera, con la situación actual y tras las peripecias con los robos, escondía un giro especialmente amargo: "Me imaginaba que dejaba a mis hijos un negocio saneado con el que se podían ganar la vida y ahora veo que les dejo un auténtico desastre".

 

Lean en Libertad Digital la primera parte de este reportaje: El drama de los joyeros: la delincuencia coloca el sector al borde del colapso

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