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exposición en el thyssen de madrid

Hopper: algo malo va a pasar

Esta semana se inauguró en Madrid la muestra dedicada al pintor norteamericano Edward Hopper, uno de los más grandes pintores del pasado siglo.

La exposición, que estará en Madrid hasta el 16 de septiembre, momento en el que partirá a París, consta de 73 obras y se erige como la mayor retrospectiva del autor norteamericano realizada en Europa. Algunas de las piezas proceden de las mayores instituciones artísticas del mundo.

La exposición viene a cubrir un vacío histórico en el viejo continente, huérfano de dedicatorias al autor de Nighthawks, o como se la denomina en castellano, Halcones (1942). Y pese a que esta obra emblemática no está incluida en la muestra, sí lo estarán otras igual de representativas como la famosa Casa junto a la vía del tren (1925), o la bellísima Sol de la mañana (1952), dos perfectas muestras de la madurez de Hopper.

Realizada con la colaboración de la Reunión des Musées Nationaux de Francia y Terra Foundation for American Art, la exposición está dividida en varios periodos que abarcan la totalidad de la actividad del artista.

Nacido a orilla del río Hudson, Edward Hopper manifestó desde temprana edad tanto sus inclinaciones artísticas como ese carácter solitario que atestiguan sus obras. Su etapa de formación tuvo lugar en el estudio de Robert Henri, donde Hopper aprendió a implementar su realismo moderno aderezado con las influencias impresionistas recibidas en su viaje a París en 1906, que se prolongó todo un año. La luz será siempre y a partir de entonces un tema fundamental en su obra, pese a pasar este precepto impresionista por su propio ideario. Un código visual, el de Hopper, que acabaría generando un nuevo tipo de énfasis en lo ordinario.

Su etapa de madurez, con su estilo ya cristalizado, fusionó americanismo y realismo como dos corrientes en constante tensión creativa. Su manera de llevarse Europa y el impresionismo al arte americano se fundió con las imposiciones de la crisis económica que asoló América. La necesidad de que el arte formase parte activa del testimonio social anclaron el arte de Hopper a lo figurativo, si bien pasado por su particular y angustioso filtro.

En sus paisajes conviven por ello las dos vías temáticas que desarrolló Hopper, sus serenas y angustiosas escenas de interior y las escenas urbanas, igualmente ominosas y pesimistas, pero también delicadas, pobladas por personajes aislados y absortos: una nueva forma de costumbrismo. En este sentido, su Casa junto a la vía del tren (1925), en la que la famosa casa de Psicosis se alza en solitario en un paisaje vacío, en el que la mano del hombre ha hecho desaparecer la naturaleza, anuncia cambios en su trayectoria. En sus escenas humanas, Hopper funciona más como un voyeur que como un verdadero observador de la anécdota, contribuyendo a esa sensación de escalofrío que complementa la soledad.

Entretanto, Hopper también desarrolló una fructífera actividad como ilustrador, actividad que le ayudó a mejorar su técnica de dibujo y abrir su temática a las nuevas formas de ocio, espectáculo y también la actualidad política, que complementarían una obra pictórica que se desarrollaría por derroteros bien distintos. Esto, y su trabajo como grabador y acuarelista, abrieron y completaron el abanico de recursos de Hopper, proporcionando al pintor una mayor libertad formal para sus óleos.

La exposición del Thyssen también presta una especial atención a la relación de Hopper con el cine. Del 19 al 22 de junio tendrá lugar un simposio internacional bajo el título de Hopper: el cine y la vida moderna, donde cineastas como Isabel Coixet o el director de fotografía Juan Ruíz Anchía, así como historiadores del arte como Valeriano Bozal, o artistas contemporáneos, debatirán la influencia recíproca entre Hopper y el séptimo arte.

Una relación visible en películas como Scarface (Howard Hawks, 1932); Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), Malas Tierras (Terrence Malick, 1973) o Terciopelo Azul (David Lynch, 1986), que serán proyectadas hasta el 1 de septiembre en un ciclo que abarca hasta una veintena de películas. No faltará tampoco una sala concebida como un set cinematográfico en la que el cineasta Ed Lachman recrea en tres dimensiones uno de los más famosos cuadros de Hopper, Sol de la mañana (1952).

Museo Thyssen-Bornemisza, Paseo del Prado, 8.

Horario: Martes a sábados de 10 a 23 horas, L y D de 10 a 19

Precio Genral 10 eruos, reducida 6 para estudiantes y mayores 65 años y pensionistas.

Mas información: www.MuseoThyssen.org

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