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Así está afectando la cultura del autocuidado a la vida social, según la psicología

El aumento de cancelaciones, la soledad creciente y el deterioro del trato cotidiano revelan el lado menos visible del nuevo culto al bienestar.

El aumento de cancelaciones, la soledad creciente y el deterioro del trato cotidiano revelan el lado menos visible del nuevo culto al bienestar.
Una joven mira el móvil acostada en la cama. | Pexels

Pocas cosas definen mejor el clima emocional de nuestro tiempo que ese suspiro de alivio que muchos sueltan al cancelar planes. Una simple frase, escueta y aséptica —"lo siento, al final no puedo"—, y uno se siente como si hubiera hecho algo importante por su bienestar. No hay culpabilidad, no hay explicaciones. Total, no le debes nada a nadie.

La cultura del autocuidado ha terminado por convertirse en un comodín para justificar cualquier cosa que nos saque de nuestra zona de confort. Decir que no está de moda, y no sin cierta connotación heroica. Pero la heroicidad que encierra hoy un "no voy" empieza a tener consecuencias que pocos quieren mirar de frente: cada vez estamos más solos, más ansiosos y, curiosamente, más agotados.

La comodidad se nos está yendo de las manos

Hay una diferencia entre priorizarse y despreocuparse de todo lo demás. El nuevo discurso del bienestar ha confundido la salud emocional con la pereza emocional. Se cancela un plan con la misma ligereza con la que uno cancela una suscripción a una plataforma de series: porque ya no interesa, porque no cuadra, porque simplemente no apetece.

Un estudio realizado por YouGov en 2022, recogido por Business Insider, reveló que el 36 % de los estadounidenses reconocía aceptar planes con antelación y arrepentirse después. Entre los jóvenes de 18 a 29 años, ese porcentaje subía hasta el 56 %. Cancelar ya no es la excepción: es la norma.

Sin embargo, socializar —aunque cueste admitirlo— es necesario. William Chopik, profesor de psicología en la Universidad Estatal de Michigan, ha advertido que cancelar con frecuencia puede debilitar nuestros vínculos más cercanos y alimentar la soledad. "Estás rechazando a otra persona; le estás diciendo que no quieres pasar tiempo con ella", señala. El mensaje puede parecer banal, pero sus efectos no lo son.

Además, los datos demuestran que cada vez pasamos más tiempo solos. En 2010, un adulto estadounidense pasaba de media 5,6 horas al día en solitario; en 2023, la cifra superaba ya las siete horas. A fuerza de priorizarnos, estamos acabando en una vida vacía de encuentros.

Los restaurantes no viven del ghosting

Esta deriva no se limita a lo emocional. También afecta a los negocios que dependen del mínimo compromiso de sus clientes. No presentarse a una reserva en un restaurante, por ejemplo, no es una anécdota: es una mesa vacía y una pérdida directa. De ahí que muchos locales estén empezando a aplicar depósitos o penalizaciones, porque no pueden permitirse vivir al ritmo del "ya veré si me apetece".

El público se ha acostumbrado a tratar los compromisos sociales —y todo lo que los rodea— como si fueran contenido a demanda. Y el mundo real, a diferencia del digital, no puede sostenerse con ausencias.

Tratamos peor porque vemos menos a los demás

La caída del contacto humano también ha deteriorado la convivencia básica. Muchos trabajadores del sector servicios han notado cómo los clientes se han vuelto más bruscos, impacientes o directamente agresivos desde la pandemia. La falta de interacción cotidiana, sumada a la ansiedad social, ha vuelto a parte de la población incapaz de gestionar el mínimo roce con otro ser humano.

Encerrados en nuestras rutinas digitales y discursos de autocuidado, hemos perdido el hábito —y la tolerancia— de estar con otros. Y cuando finalmente lo hacemos, estallamos a la mínima incomodidad. No hay nada de saludable en esa forma de relacionarse.

Salir, aunque no apetezca, también es cuidarse

Lo curioso es que, cuando alguien nos escribe para quedar o nos propone algo, casi siempre lo recibimos con agrado. Pero seguimos convencidos de que, si somos nosotros quienes damos el paso, molestamos. Investigaciones recientes confirman que tendemos a subestimar lo positivo que resulta para los demás recibir un mensaje o una invitación. Es decir, el problema no es que no quieran vernos, sino que creemos que no quieren.

Frente a esa inercia, algunas señales invitan al optimismo. Se está viendo un resurgir de eventos presenciales, desde festivales temáticos hasta clubes de lectura o noches de juegos. Retomar esos espacios es, para muchos, una forma de volver a conectar con lo real. Pero exige esfuerzo. Exige —sí— cierta incomodidad.

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