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José Tomás mantiene su idilio con Barcelona y corta cuatro orejas en la Monumental

Una vez más José Tomás, y ya van unas cuantas, el diestro José Tomás ha vuelto a salir por la puerta grande de la Monumental de Barcelona. En una faena en la que llevó en volandas al público, cortó cuatro orejas y evidenció la afición a los toros, a pesar de los políticos, que existe en Cataluña.

Una vez más José Tomás, y ya van unas cuantas, el diestro José Tomás ha vuelto a salir por la puerta grande de la Monumental de Barcelona. En una faena en la que llevó en volandas al público, cortó cuatro orejas y evidenció la afición a los toros, a pesar de los políticos, que existe en Cataluña.

No falla el fenómeno José Tomás, al menos en la taquilla, y sobre todo en Barcelona. Ambientazo como en ninguna otra plaza y feria. Más allá de agotar las localidades, la ciudad ha vivido un día extraordinariamente taurino, sin duda gracias a él.

Hasta los "antis" habitualmente apostados en grupo insignificante frente a la Monumental barcelonesa multiplicaron su presencia, aunque tampoco eran más de veinte los vociferantes de consignas contra "la más culta de todas las Fiestas", como definió al espectáculo taurino el universal Federico García Lorca.

Partidarios de Tomás de toda España y parte del extranjero, a miles, volvieron a tomar Barcelona, como en cada convocatoria que anuncia a su ídolo en esta plaza. Y pueden estar tranquilos, porque el fenómeno sigue imparable.

Dejando al margen la presencia de los toros, algo depauperada, o de escaso trapío como se dice en el argot, y teniendo en cuenta que la elección de los mismos ha sido responsabilidad directa suya, sin embargo, hay muchos aspectos muy positivos para destacar y ensalzar de sus dos faenas.

En las dos ha toreado Tomás más cerca y más quieto de lo que habitualmente torean los demás. Eso como punto de inflexión. Nunca antes ni ahora ha pisado los terrenos que él pisa, y con la apabullante serenidad que lo hace. Nada le inmuta, ni le inquieta. Tal es la impresión que da. Aunque ese desafío a la ley de la física, al no dejar prácticamente espacio para que pase el toro, a veces se refleja también en enganchones.

Faltó limpieza en las dos faenas, no siempre, pero hubo muchos enganchones. Y esto podría ser, y de hecho no tiene otra explicación, consecuencia también de la falta de temple. Razonamiento técnico: Tomás acompaña a los toros, pasándoselos muy cerca, cerquísima, pero acompañándoles más que llevándoles "toreados" en el sentido estricto. Si los "enganchara", tirando de ellos a base de templarlos, mandaría él, y no habría tantos tropezones.

Es igual. De cualquier manera, estuvo también solemne en grado sumo, con esa verticalidad que caracteriza asimismo su estilo. Y algo igualmente consustancial en él: sin recurrir como casi todos los demás a los muletazos invertidos en los finales de faena. Lo suyo ha sido lo fundamental y lo puro, de tomar al toro siempre por delante y, después de enroscárselo, despedirlo atrás. Nada más, y nada menos, para emocionar como emocionó.

La víspera se había puesto el listón muy alto con la maestría de "El Juli", el arte de Manzanares, incluso la torería de Cayetano, expresadas con rotundidad sobre la base de una excelente corrida de toros, subrayado lo de toros, de Victoriano del Río.

En esta ocasión jugaron también papel preponderante los astados de Núñez del Cuvillo, cuya principal censura volvió a ser la presentación, ya está dicho. Aunque este efecto José Tomás que exagera y magnifica todas las circunstancias en torno a él, propició también una exagerada vuelta al ruedo al segundo bis.

Toro encastado, que planeó sobre los engaños, lo que se dice "haciendo el avión". Tomás lo toreó con galanura tanto en el recibo de capote a pies juntos como con la muleta. Solemne, quieto y pasándoselo inexcusablemente muy cerca. Emoción aún sin temple y algún que otro enganchón. Faena a más conforme el toro perdía aceleración. Hubo desarme y todo, pero la lentitud final por naturales y tres "cositas" más antes del estoconazo hasta la bola, fueron definitivas para las dos orejas primeras.

En el quinto, sin tanta redondez, mayor pasión. De la elegancia de capote por verónicas y delantales, a la solemnidad de las trincheras en la apertura de muleta, y los medios pases por el pitón izquierdo al final del trasteo. Lo presidió todo, otra vez, la quietud y la despaciosidad, extremas las dos. Los enganchones no pareció importarle mucho a la enfervorizada concurrencia. Ni el pinchazo en el primer viaje con la espada.

Recuperó el ambiente con cuatro manoletinas marca de la casa. Y seguidamente estocada letal. La plaza ya no dejó de aclamarle, "torero, torero", hasta que cruzó a hombros la Puerta Grande.

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