Medio siglo de castrismo

Y después de Castro, ¿qué?

José Carlos Rodríguez

Fidel Castro con su hermano Raúl

El 13 de este mes hará 80 años del nacimiento de Fidel Castro, sin que sepamos si los cumplirá o no. Que la salud de Castro y la de su régimen están indisolublemente unidas, es ya un lugar común. Lo que no lo es, porque aún no está escrito, es qué puede pasar a partir de estas horas. Lo primero es el estado de salud del tirano, que se ha convertido en un secreto de Estado. Puede que se esté recuperando de su hemorragia, puede que haya muerto y la maquinaria política esté dándose el tiempo necesario para dar con una estrategia salvadora, y puede, aunque resulte más improbable, que Fidel Castro esté perfectamente y haya fingido una indisposición para ver la reacción de su propio Gobierno, desconfiado como es este pequeño Stalin.

Pase lo que pase, no hay vuelta atrás. Aunque recupere por completo la salud, su temporal entrega a su hermano Raúl de las tres ramas del poder, el Consejo de Estado (los políticos), el Partido Comunista (los ideólogos) y el Ejército ha acelerado todas las fuerzas que tienen que responder a una sencilla pregunta: Y después de Fidel, ¿qué?

La tiranía de Fidel Castro es un caudillismo basado en una represión revestida de ideología y en la personalidad de un líder al que se presenta como salvador de la patria. Sólo Fidel Castro otorga la unidad necesaria al brutal régimen construido a la medida de él. Sin su presencia, ningún héroe de Sierra Maestra, hombre del partido o del ejército podrá ocupar su lugar. La base de la legitimidad con que todo Gobierno tiene que revestirse se tendrá que buscar en otras fuentes, y ese simple cambio introduce una crisis difícil de resolver sin el único elemento une las distintas fuerzas del régimen.

En el imaginario colectivo, Fidel es el ideólogo idealista y su hermano quien se ha encargado del trabajo sucio. Raúl no tiene ni el carisma ni la oratoria de Fidel, y es odiado sinceramente por la mayoría del pueblo. Pero tiene la legitimidad de ser el hermanísimo, más su pasado criminal (revolucionario lo llaman algunos) al servicio del Estado. Ningún otro podría ocupar su lugar en estos momentos.

Si Fidel muere o queda incapaz para hacer apariciones en público o tomar decisiones, ¿qué puede hacer Raúl? La opción más inmediata, la más segura en las primeras horas, es continuar con el régimen tal cual está. Convertir la muerte de Fidel en un gran acto de luto y exaltación patriótica que traspase simbólicamente la legitimidad del tirano a su criatura criminal. Pero cada grupo de poder querrá adelantarse y tomar posiciones, por lo que las intrigas y guerras internas son inevitables. Ningún analista piensa en una continuación sin más de la dictadura si no es de forma provisional hacia otra forma de gobierno.

El modelo chino

La primera de las opciones es una transición a lo chino, con reformas económicas, cambiándolo todo para que nada cambie. Tras la caída del muro de Berlín y el desplome histórico del socialismo, la antigua URSS dejó de firmar cheques por valor de 6.000 millones de dólares anuales con Castro y el entramado político cubano como beneficiarios. La presión de la alarmante miseria hizo que el dictador abriera la mano en la economía. Permitió la entrada de divisas procedentes del exilio, la creación de restaurantes privados, los paladares, y la inversión de capitales extranjeros en el sector turístico, bajo control y participación del ejército. Esas tímidas reformas, impulsadas por Raúl, fueron cortadas cinco años más tarde, en 1997, por Fidel Castro. Observaba una descentralización del poder económico del que sospechaba podría crearle problemas en el futuro. Una sociedad en la inanición es más fácil de controlar y estará más sumisa al Estado, pues el siguiente plato de comida puede depender de cualquier decisión política arbitraria, no de la riqueza que uno sea capaz de generar.

La disidencia teme que Raúl, que hasta el momento de ocupar el lugar de su hermano era el ministro de Defensa, podría optar por hacer un pacto con inversores extranjeros, abrir la espita de la economía y permitir un progreso económico que dé legitimidad a la dictadura post-Fidel. El Ejército, que es el agente del régimen para el reparto del negocio turístico con las empresas inversoras foráneas, se vería asegurado en el negocio. Y Raúl podría entregar a la parte miserable de Europa que no exija una democracia completa y sin condiciones a hombres "aceptables", como Felipe Pérez Roque o Ricardo Alarcón. Se da la circunstancia de que en China también es el Ejército el que se repartía el botín de las primeras inversiones de fuera.

Abona la misma tesis el hecho de que la situación del régimen es muy precaria, y que los revolucionarios pueden temer de una democracia un Nuremberg en el que hayan de pagar sus crímenes. Raúl, más proclive a las reformas que el otro Castro, ya mostró su admiración por el modelo chino en 1997, justo el año en que Fidel daba carpetazo a la tímida experiencia aperturista. El Ejército tiene a su favor, además, que no ha sido utilizado para labores represoras, por lo que Fidel Castro le ha librado del odio que generan otros órganos coactivos en manos del Estado o del partido.

Pero no quiere decir ello que sea el camino de China o Vietnam el único posible, o que el Ejército pueda decidir por sí mismo. Álvaro Vargas Llosa explicaba en un reciente artículo en el Wall Street Journal que el pasado 9 de junio la Asamblea Nacional aprobó una ley que permitía a cualquier súbdito impugnar las decisiones de sus líderes si éstas contradicen la Ley comunista. Poco después, el propio Raúl daba un discurso en el que dejaba claro que cuando faltara su hermano la guía de la banda criminal constituida en Estado debía tomarlo el partido. No deja de ser significativo, porque él estaba al frente del Ejército. Por añadidura, muerto Fidel, sólo el corsé ideológico puede unir al régimen, y esa labor la tienen que hacer los ideólogos.

Chávez y Castro

Un nuevo elemento que reforzaría la posibilidad del mantenimiento de la dictadura, acaso con apertura económica para ganarse a la gente, es el papel de Hugo Chávez. Entre él y Castro han creado lo que esperaban fuera una especie de nueva URSS en las antípodas geográficas. El golpista envía a Cuba 90.000 barriles diarios, cuando la pobre economía cubana sólo absorbe 50.000; el resto se intercambia en los mercados internacionales por un buen dinero, que ayuda a la supervivencia del régimen. Pero, junto con toda la maquinaria del régimen, la mayor aportación de éste a Chávez era la perspicacia y la inteligencia política de Fidel, de la que su hermano carece. En cualquier caso, Hugo Chávez, que ha desestabilizado la democracia boliviana y lo ha intentado con la peruana y otras, no dejará de hacer lo que esté en su mano para evitar una revolución democrática en Cuba. La dictadura tiene en él un sólido apoyo.

La democracia

Pero el régimen no tiene la situación perfectamente controlada. Cuenta con una disidencia interna importante, aunque quizás no cuente con una masa crítica. Pero la sensación de fin de régimen, la necesidad imperiosa del pueblo cubano de mejorar su pobre calidad de vida pueden ser muy poderosas, si por alguna vía se cuela un mensaje de esperanza unido a la transición democrática. Se enfrenta, además, al exilio, numeroso y rico. Estados Unidos, por su parte, jamás aceptaría una solución dizquedemocrática para Cuba.

Las propias luchas internas entre Partido, Consejo de Estado y Ejército, o entre la vieja guardia y los jóvenes apparatchiks pueden desembocar en una crisis de la que no saldría viva la dictadura. Una rama del Ejército, una parte de los políticos, ante el vértigo de una revolución democrática que se avecina pueden hacer movimientos de última hora para erigirse en héroes del nuevo sistema y mantenerse en el poder. Y no se pueden descartar episodios de violencia espontánea por una parte de la sociedad. Ni siquiera la vía china es segura. No hay más que ver lo ocurrido en la Europa del Este, donde se abrió la mano para evitar una situación peor y el resultado fue una marea democrática incontrolable.

De modo que una democracia es el resultado más probable a corto o medio plazo de todos los imaginables. Pero, ¿qué democracia? El proyecto Varela pretende llevar en lo posible una transición de la ley a la ley, como fue la española. Resultaría de un pacto del actual régimen con la disidencia cubana, se daría lugar a unas elecciones constituyentes y se construiría un régimen democrático a partir de la legislación precedente. Pero la vieja guardia sabe que no puede fiarse de unos juzgados que no controle el propio Gobierno, y muchos no aceptarán absolutamente nada de la dictadura comunista, precisamente en sus horas más bajas. Y en España, no lo olvidemos, fueron hombres del régimen anterior quienes monitorizaron la transición. Nuestro país, además, contaba con una amplia clase media, integrada en una economía de mercado que nada tiene que ver con la situación de Cuba.

Ni siquiera una Cuba democrática está exenta de graves problemas. ¿Cuál es el papel del exilio? Muchos dirigentes de la oposición democrática al castrismo en el exterior han mostrado su conformidad con que el cambio en su añorada Cuba se producirá desde dentro. Pero con Fidel en la tumba que él procuró a miles de compatriotas, ¿quién se resiste a influir en una Cuba en transición a la democracia? Por ejemplo, ¿qué se hace con las propiedades robadas a los cubanos, a quienes tuvieron que huir por su vida o su libertad? ¿Y las robadas a ciudadanos de otras partes del mundo? Si un cubano vuelve a su casa, robada por un gobierno que ha hecho del crimen su razón de ser, y se encuentra que está ocupada por una familia que no tiene otro lugar al que ir, ¿qué hacer? El exilio también ha llamado a la calma en este aspecto, y parece que sólo los políticos y las empresas tienen que temer por devolver lo robado.

Alberto Recarte, que conoce muy bien la realidad política y económica de Cuba, decía en un artículo en que intentaba dar respuesta a la primera pregunta que nos hemos hecho, que el país "tiene (...) más potencialidades que casi ningún país iberoamericano. Ninguno tiene un movimiento disidente como el cubano, sólo comparable al de la República Checa durante el socialismo. Ninguno tiene una población emigrante instalada en Estados Unidos de un tamaño y éxito semejante. Ninguno puede tener las ‘rentas de localización’ de que podría disfrutar en un futuro la República de Cuba. Y con ninguno se ha mostrado tan abierto los Estados Unidos de América". Confiemos en que todo ello lleve al extraordinario país a la libertad robada.

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