Un Gobierno sin fin
Agapito Maestre, filósofo y periodista



La ceguera del presidente del Gobierno ante su principal fin, que no debería ser otro que la defensa de la Nación española, es pagada con creces por todos los ciudadanos de España. Pero, sobre todo, son las víctimas más directas del terrorismo las que sufren esa esclerosis intelectual de Zapatero a la hora de poner los fines de la nación por encima de los medios. Al dolor de sus almas mancilladas y sus cuerpos torturados, las víctimas directas de ETA han tenido que añadir la incomprensión, cuando no el desprecio, que los gobernantes exhiben ante su lucha ciudadana.

La pedagogía política desplegada por las víctimas del terrorismo, lejos de ser reconocida como una de las principales escuelas de ciudadanía y democracia de España, ha sido insultada permanentemente por el comportamiento torticero y negociador de Zapatero con los criminales de ETA. En el fondo, detrás de todo el "discurso" retórico del Gobierno sobre las víctimas, se trata de alimentar la ignominia de que la "víctima siempre es culpable". A la víctima, según el Gobierno socialista, hay que reducirla al silencio compasivo, o peor, a ser una mera mercancía sujeta a compra estatal. Cualquier cosa es posible para este Gobierno respecto a la víctima, excepto otorgarle un rol relevante en el proceso de creación de bienes públicos, es decir, en la recuperación de la Nación española.

Zapatero, Peces-Barba y Bono, y muchos otros entre los socialistas, podrían escribir manuales enteros sobre este tipo de cruel manipulación de las víctimas. Ejemplo de ese desprecio gubernamental es el trato que el gobierno de Zapatero le ha dado a la Fundación Miguel Ángel Blanco, el concejal de Ermua asesinado por ETA, poco tiempo después de que la Guardia Civil hubiera liberado de las garras de la banda criminal a otro español ejemplar, el ciudadano Ortega Lara. Triste es ver a la hermana de Miguel Ángel Blanco, el concejal del PP asesinado por ETA hace diez años, recorrer en un autobús España para recordarnos que su hermano fue asesinado sólo por ser español. Para esta mujer, para esta víctima del terrorismo, no existe otro fin más loable de su lucha ciudadana que recuperar, en cierto sentido, resucitar el "ser español" asesinado por ETA.

Este fin político, que debería ser el primero y principal del Gobierno, es, sin embargo, ocultado sigilosamente por Zapatero. En efecto, los crímenes de ETA son olvidados con rapidez merced al manejo hábil que los nacionalistas por un lado, y la izquierda española por otro, tienen de la opinión pública. Esa habilidad ha sido desarrollada con precisión geométrica por Zapatero en los tres últimos años, a pesar de las protestas de las víctimas contra su política de negociación con los criminales. Precisamente, el abuso de esa "habilidad" ha hecho del presidente del Gobierno un hombre casi al margen del Estado de Derecho, sí, fuera de cualquier posibilidad de mediar entre las técnicas más groseras del poder y la finalidad político-ética del poder. Zapatero, frente a lo que creen sus adversarios, no sacrifica los fines por los medios. Ojala. Eso sería maquiavelismo. Un arte político discutible, pero digno. El problema de Zapatero, en realidad, el problema de todos los españoles es la desaparición del fin, o peor, creer que sea el medio lo único que justifica el medio.





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