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La secretaria de los presidentes desvela sus secretos en la Moncloa

Mª Ángeles López de Celis entró en la Secretaría de Presidencia en 1977 y dejó el puesto en julio pasado. Ahora está a punto de publicar un libro en el que se desvelan las vivencias más desconocidas y privadas de los cinco presidentes de la democracia española.

El volumen, titulado "Los presidentes en zapatillas", de Espasa, tiene interesantes y significativos fragmentos que el suplemento Crónica de El Mundo desvela el domingo. Celis es la única persona que ha formado parte de la Secretaría de todos los presidentes, trabajando a sólo diez metros del despacho del jefe de Gobierno, organizando viajes, visistas de mandatarios extranjeros. Y según dice, salvo a Calvo Sotelo, que no fue candidato en las urnas, les ha votado a todos menos a uno...

Zapatero (2004-)

De Zapatero Celis dice que ya se ha infectado del síndrome de La Moncloa: "El primer síntoma no es el alejamiento de la realidad, sino la intolerancia a las críticas" . Y continúa: "Zapatero ha entrado más en el síndrome de la madrastra de Blancanieves. Se mira al espejo y se pregunta, o mejor, afirma directamente, que él es lo mejor que le ha pasado a España".

Aunque matiza de forma muy valiosa: "No todo es el síndrome; también es la necedad, la ineficacia y la mediocridad de quienes ostentan el poder". Y más: Zapatero es hincha de Barcelona y del baloncesto, escucha a Supertramp, su plato favorito es la ensaladilla rusa y le fascinan los cómics de Tintín.

Discrepa con Sonsoles siempre en lo que toca a la educación de sus hijas, Laura y Alba. "Discuten, en la mayoría de los casos por sus hijas, con quien su padre es demasiado tolerante en opinión de la mdre. Forma parte de su filosofía de la vida: "Mejor incentivar con estímulos y no con imposiciones".

Los actuales inquilinos de La Moncloa son, también, los menos ruidosos y sibaritas de todos los que la han habitado. "Llevan una vida muy sencilla, incluso aburrida, con un arutina que facilita enormemente la tarea de todos los que están a su alrededor". La personalidad de Zapatero en las distancias cortas sale bien parada, informa Crónica. "Un hombre tranquilo que gana extraordinariamente en la distancia corta".

Aznar (1996-2004)

Así describe el primer día de Aznar en la Moncloa: "Con traje oscuro y las manos en los bolsillos avanzaba por el paseo de los plátenos sacando pecho y adivinándose bajo su bigote siciliano una austera sonrisa de satisfacción...Pero para satisfacción la de su esposa".

Y es que Ana Botella adquirió un extraordinario protagonismo durante su estancia en la Moncloa. Además, "no cabe duda de la influencia que Ana Botella tuvo sobre su marido, como un poder en la sombra". Botella hizo la mayor remodelación de las instalaciones conocida hasta ese momento. Después del paso de Botella "todo era recargado y ostentoso, tanto que el edificio parecía haber encogido de tamaño". "La Moncloa vivió su período de mayor esplendor cortesano" con Botella.

Aznar también tenía una cara tierna, y la demostró en septiembre de 2002, cuando era un "padre emocionado acompañaba a su hija al altar y a quien, aunque era feliz, le embargaba una cierta melancolía".

Otra anécdota con José María Aznar fue la noche que pasó en el búnker de Moncloa, en la noche del milenio, junto a Cascos y Acebes, por si el efecto 2000 colapsaba el globo terráqueo.

Y las palabras, en Crónica, con las que Aznar ordenó la intervención en Perejil: "Para teñir de solemnidad el momento, el presidente descolgó el teléfono y habló de usted a su amigo Federico Trillo: Ministerio de Defensa, ordene a los responsables militares que la operación se lleve a cabo, y dígales que tienen toda la confianza y el respaldo del Gobierno, que Dios les acompañe y que vuelvan con el triunfo". No obstante, Aznar, "en su forzado autismo, acabó pensando que la suya era la verdad absoluta".

González (1982-96)

Sobre el presidente socialista, Celis menciona las luchas de su sastre para mitigar "ese look a lo Curro Jiménez", aunque el inquilino esta vez fuera, según ella, "un animal político sin conservantes ni edulcorantes un flautista de Hamilin que movía masas con la música de su lenguaje verbal y corporal", pero que en privado menguaba en algo "esquivo, tímido, parco en palabras, poco comunicativo...".

Fue González quien introdujo ordenadores en La Moncloa, y construyó el famoso búnker referido antes. Los dos hijos del presidente, Pablo y David, "volvían locos a sus padres y les hacían la vida imposible", llegando a escaparse de Mocloa por la noche para irse a "tugurios y botellón".

En lo anecdótico, destaca respuetas de González al conocer el embarazo casi simultáneo de varias empleadas. "No pudo por menos que comentarle a su jefe de seguridad: Céspedes, mira a ver si hay por aquí una picha envenená".

Sobre sus últimos días en Moncloa, fueron taciturnos. "Pareciera triste, pero aliviado, como aligerado de una pesada carga". Entre Rosa Conde y él, "no cabía duda de que entre ambos siempre hubo una atracción especial que trascendía lo puramente profesional. La visitaba con frecuencia en la tranquilidad del edificio y, eventualmente, echaban el pestillo a la puerta".

Calvo Sotelo (1981-82)

Los Calvo Sotelo tenían nada menos que ocho hijos, y él tocaba virtuosamente el piano. "Fue ésa una de las pocas licencias que se permitió". Aterrizó en mocnloa tras el 23-F, y es famosa una anécdota que ilustra esos momentos de tensión. "Uno de los generales, cuyo psocionameinto es fácil de adivinar, en tono cuartelero dijo: "No estés tan serio, hombre, sonríe, Leopoldo, que viene la tele". El presidente, sin que se le dsespeinara unsolo pelo y sin apenas levantar la voz, respondió al militar bromista: "General, que yo sonría, como que usted sepa comportarse, son ambos imposibles metafísicos".

Era, según Celis, el presidente mejor preparado y de más talla intelectual. "Jamás le oí una palabra vulgar". Y cantaba habaneras.

Suárez (1976-1981)

Finaliza Crónica con el primer presidente de la democracia. Entonces se estrenó un nuevo sistema de interfonos y había un "falsificador" que imitaba la firma del presidente a la perfección.

Destaca la anécdota que vivió Suárez con un grupo de militares, al que asistió por insistencia del Rey, en 1981, poco antes del 23-F. "La comida discurrió en un ambiente de alta tensión", dice, y "en cierto momento el Rey salió del comedor a atender una llamada, y aprovechando sus ausencia, los presentes exigieron a Suárez que dimitiera "por el bien de España". La crispación era tal que uno de los militares llegó a echar mano de la pistola. El Rey regresó y todos disimularon".

El mensaje final de Suárez diciendo adiós "hubo de repetirse dos veces. ¡Ni siquiera con el maquillaje mejoraba la palidez del presidente ni sus ojeras!". Todos permanecieron lejos para evitar un posible estallido emocional. Después, todos se abrazaron, y algunos no fueron capaces de articular ni una sola palabra. "Pero no hacía falta. Él sólo nos daba las gracias una y otra vez y nos pedía la misma colaboración con el siguiente presidente".

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