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Ignacio Cosidó

La raíz cristiana de España

No es casual que las naciones abiertas, libres y democráticas tengan hoy mayoritariamente en el mundo una raíz cristiana. El cristianismo parte de una defensa radical de la libertad del ser humano.

Ha tenido que venir un Papa alemán a recordarnos lo que somos: una nación de profunda raíz cristiana. Es imposible entender lo que hoy es España sin esa dimensión religiosa y espiritual que se ha forjado a lo largo de muchos siglos. El nacimiento mismo de nuestro Estado estuvo vinculado a la lucha por defender unas creencias religiosas propias. España ha contribuido a lo largo de su historia a la expansión y a la fortaleza espiritual de la Iglesia Universal como quizá ningún otro país lo haya hecho. Aún hoy, una gran mayoría de españoles se siguen definiendo como católicos más o menos practicantes. Nuestra propia Constitución reconoce esa realidad.

El cristianismo fue durante mucho tiempo nuestra principal conexión con Europa. En buena medida somos europeos porque somos cristianos. Europa es más que una realidad geográfica indefinida, es también una identidad cultural y espiritual de la que la religión es parte sustancial. El Camino de Santiago, cuya catedral visitó ayer el Santo Padre, fue durante siglos el cordón umbilical que nos unió al resto del continente, una vía por la que penetraron las principales corrientes del arte, la cultura y la filosofía que germinaban en Europa.

Tener una religión común a ambos lados de los Pirineos no sólo ha contribuido a enraizar España con la idea de Europa, sino que ha sido un factor decisivo en la conformación misma de lo que hoy es Europa. La democracia, el desarrollo económico, el bienestar social y el liderazgo científico del que durante los últimos siglos disfrutó nuestro continente se debe en buena medida a la contribución de los valores del humanismo cristianismo de separación de la Iglesia y el Estado, de defensa de la libertad y la dignidad humana y de mantener un diálogo, no siempre fácil, entre la Fe y la Razón.

No es casual que las naciones abiertas, libres y democráticas tengan hoy mayoritariamente en el mundo una raíz cristiana. El cristianismo parte de una defensa radical de la libertad del ser humano, porque estamos hechos a imagen de Dios; de la igualdad, porque todos somos hijos de Dios; y de la dignidad, que emana del amor de Dios a cada vida humana. Esta concepción religiosa está en la raíz misma de la civilización occidental a la que pertenecemos, una civilización que por fortuna es la que más libertad y felicidad ha proporcionado en toda la historia de la humanidad.

Hoy nos encontramos en una doble encrucijada. Por un lado, hay quienes quieren desterrar a Dios de Europa, borrar esa dimensión espiritual de nuestra identidad e incluso negar esa raíz cristiana que nos sustenta en términos históricos. Se trata de acabar con cualquier límite moral impuesto por la religión o la tradición como supuestos atentados contra la libertad del hombre. Se impone un relativismo absoluto en el que el bien o el mal dependen exclusivamente de la opinión de la mayoría en cada momento. Se ataca a la religión como algo contrapuesto al progreso científico y social.

En España la situación es especialmente grave porque el Gobierno socialista ha hecho de ese laicismo radical uno de los ejes de su acción política. Se desprecia la vida humana cambiando la concepción del aborto como un delito, que tiene algunas excepciones como mal menor, al aborto como un derecho fundamental de la mujer. Se desnaturaliza la familia considerando como matrimonio a uniones de personas del mismo sexo. Se intenta adoctrinar a los niños ideológicamente a través de una educación para la ciudadanía que en muchos casos hurta a los padres su derecho a educar libremente a sus hijos en sus propios valores. Se intenta borrar del espacio público cualquier manifestación religiosa, como ocurre con los crucifijos en las aulas. Un laicismo radical que puede derivar en un peligroso anticlericalismo que como advertía el Papa tiene en España antecedentes nefastos. Todo esto ante el silencio de una mayoría católica quizá demasiado angustiada por la crisis como para reaccionar. Espero que esta visita de Benedicto XVI sea un revulsivo porque la crisis moral a la que Zapatero está sumiendo a nuestro país es aún más grave que la ruina económica a la que nos conduce.

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