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Zoé Valdés

La cómoda rebeldía de Carlos Fuentes

Su cómoda y fingida rebeldía, para unos, le pudo más que su verdadera personalidad de escritor burgués, al que le fascinaban, como a todos, los reconocimientos, las condecoraciones, y la vigencia inmortal de su obra.

No me gusta hablar de los muertos tibios, es la razón por la que cuando me enteré de que el escritor Carlos Fuentes había fallecido hice un post en mi blog personal, di el pésame a su esposa, y pasé a otra cosa. Sin embargo, transcurridos dos días creo que puedo manifestar lo que pienso de Carlos Fuentes, tal como él lo hizo cuando murió Octavio Paz. En Francia se ha presentado al escritor mexicano como el último gran escritor del "boom latinoamericano", lo que no es cierto, queda el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, en activo, o sea escribiendo, pero los franceses tienen una muy precaria memoria para lo que les conviene. Por cierto, me ha extrañado mucho que Gabriel García Márquez no haya escrito y publicado nada sobre el fallecimiento de su carnal Fuentes, ¿no es raro?

Yo, como la mayoría de los escritores cubanos, leí a Carlos Fuentes. No me parece el inmenso escritor que se dice que es ni por asomo. La región más transparente me pareció también su novela más aburrida. Sin embargo, me gustó mucho aquella noveleta Aura. La película la vi en el cine Habana con mi madre. Era una de sus películas preferidas. Con esa noveleta aprendí la palabra "mandrágora". Yo todavía era una niña.

En el año 1992, por el Quinto Centenario del Descubrimiento y Conquista de América, Carlos Fuentes dio una larga entrevista para un documental televisivo sobre el tema. El documental seguía las pautas de aquel libro del dominicano Juan Bosch, quien además de escritor fue presidente de República Dominicana, y cuya mujer era cubana, titulado De Cristóbal Colón a Fidel Castro. En aquel material filmado, y pese a su edad, Carlos Fuentes hablaba como un irresponsable en relación a la "revolución cubana". Ni una palabra de condena al castrismo, o algunas frasecillas aquí o allá, lanzadas de manera esquinada, como quien no quiere la cosa. Ahí le noté la costura a Carlos Fuentes, y me dio pena. ¿Cómo podía este hombre criticar a México y a los mexicanos, criticar a Estados Unidos de forma tan virulenta, y sentirse cómodo haciéndose el quasi rebelde del lado de los "revolucionarios" Castro? Carlos Fuentes fue profesor en Estados Unidos durante muchos años con todos los beneficios que eso representa. 

Sin embargo, al parecer, por lo que me contaron algunos escritores latinoamericanos más jóvenes, Fuentes era sumamente crítico, cuando se reunía en pequeño comité, de lo que sucedía en Cuba, pero no más le colocaban un micrófono delante, el tono cambiaba y seguía la rima de lo que había que decir, en el estilo del buen rebelde que la izquierda norteamericana y europea espera de un escritor latinoamericano.

Años más tarde, en un Salón del Libro de París, teníamos que compartir mesa de firmas en el stand de Gallimard, al lado derecho tenía yo a Jean-Claude Carrière, el célebre guionista y novelista, al lado izquierdo debía sentarse Carlos Fuentes. Gallimard le festejaba por todo lo alto sus ochenta años. 

El escritor, panameño de nacimiento (su padre era diplomático y es la razón por la que nació en Panamá), llegó elegantemente trajeado, con dos mastodontes vestidos de negro como guardaespaldas. Una cola de lectores lo esperaba desde hacía horas. No bien llegó, ni siquiera se sentó, firmó dos libros y se largó, siendo bastante ríspido con el público. No tuvo ni una sola palabra, ni un gesto, para Carrière ni para mí. Semanas más tarde me enteré que mi anticastrismo lo ponía incómodo con personas de su entorno literario con las que había contraído compromisos primordiales en su carrera. Pese a que en un artículo en el 2003 –bastante tardíamente– declaró sentirse en contra de Bush y de Castro. El primer nombre amagaba el impacto que podía tener el segundo.

En el 2010, la Maison de l’Amérique Latine de Paris le hizo un homenaje a Mario Vargas Llosa; allí estuvo Fuentes. Nos hicimos todos los escritores que allí estábamos varias fotos juntos, la tomó el fotógrafo argentino Daniel Mordzinsky. Tampoco en esa ocasión Fuentes se dignó saludarme. Y no era nada particular conmigo, siempre fue así, al parecer, con buena parte de los escritores cubanos exiliados. Su cómoda y fingida rebeldía, para unos, le pudo más que su verdadera personalidad de escritor burgués, al que le fascinaban, como a todos, los reconocimientos, las condecoraciones, y la vigencia inmortal de su obra.

Es una pena, para él, que se haya ido de la manera en la que se fue, sin rectificar con los cubanos, porque por lo visto una gran cantidad lo leyó, como lo leí yo. Yo lo leí en Cuba, publicado en Casa de las Américas. Pero otros lo leyeron en el exilio, y la verdad que existiendo tantas opciones, lo que no ocurría en Cuba en mi época, es de admirar que un cubano del exilio, pese a la pesadez de Carlos Fuentes, y a su indiferencia para con ellos, eligiera uno de sus libros sin prejuicios ni a priori, los que sí tuvo él, desdichadamente.

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