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Toni Cantó

Landa

Landa fue grande siempre. En las películas en las que puso cara al españolito medio y en sus últimos trabajos, donde la vida se le veía por los poros.

De la misma forma que la madera vieja y curada ayuda a mejorar el vino o el sonido de algunos instrumentos, los años dotan de sabiduría y efectividad al instrumento de los actores... nuestro propio cuerpo, la parte visible del alma.

Landa no fue ajeno a esta verdad. Fue exponente de una vieja escuela española que en la época de la transición comenzó a convivir con unos jóvenes actores que, influidos por el método, miraban a sus mayores con desprecio. Tuve la suerte de convivir con ambas escuelas. De experimentar lo mejor de cada una. Unos mayores que decían perfecto y sin sentir, al lado de unos jóvenes que sólo sentían y decían peor o a los que no se les escuchaba.

A Landa los años y un cine más serio le dieron la oportunidad de postularse.

Y una progresía estúpida que se creía con el derecho de otorgar categorías lo subió de división junto a otros grandes como Fernán-Gómez, Manolo Aleixandre, Tony Leblanc, Paco Rabal, Bódalo, López Vázquez, etc. Un grupo fantástico que en realidad siempre jugó en primera.

Otorgamos carnets alegremente y obviamos la experiencia. Nadie sabe lo que cuesta nada hasta que lo prueba. Subir a un escenario, colocarse delante de una cámara parece fácil hasta que lo intentas. Pero siempre nos ha faltado la generosidad de reconocerlo y nos ha sobrado el carácter implacable de nuestra crítica.

Landa fue grande siempre. En las películas en las que puso cara al españolito medio y en sus últimos trabajos, donde la vida se le veía a través de los poros, marcada por sus arrugas.

Ahora está en el cielo de los actores, donde no faltan papeles, ni contratos, ni público, donde al final de cada función o rodaje se comenta el trabajo y el anecdotario con los compañeros, regándolos con un buen vino y una excelente comida.

Mucha mierda, Don Alfredo.

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