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Musas del destape

Nadiuska, ese oscuro objeto del deseo

Pese a su fama, o quizá or ella, Nadiuska terminó esquizofrénica, al cuidado de unas monjas en Ciempozuelos.

Pese a su fama, o quizá or ella, Nadiuska terminó esquizofrénica, al cuidado de unas monjas en Ciempozuelos.
Nadiuska | Archivo

En los estertores del franquismo, todavía con la censura "haciendo de las suyas" no permitiendo –por ejemplo, en el cine- que se vieran desnudos, los españolitos deseosos de ciertas emociones se iban a Perpiñán, o a Biarritz para contemplarlos en sesiones continuas de "Emmanuelles" o filmes sencillamente pornográficos. Esos viajes ya no serían necesarios a partir de la Transición, cuando "se abrió la mano" permitiéndose que se rodaran en nuestro suelo películas con toda clase de fantasías sexuales.

El primer mito erótico fue Nadiuska, una judía polaca nacida en la República Federal Alemana el 19 de enero de 1952, que aterrizó en Barcelona con diecinueve años, tras un pasado difícil. Había trabajado como peluquera, maquilladora, me contaron que también ejerció en bares de alterne, fue bailarina y luego modelo, profesión por la que fue conocida en la Ciudad Condal. Allí la descubrió un maestro de escuela y director de cine, José Antonio de la Loma, contratándola aunque sólo fuera para lucir su espléndida anatomía en Timanfaya, rodada en las Islas Canarias. Eso sucedía en 1972. Poco después la exuberante joven se instaló en Madrid donde el mejor representante artístico de su tiempo, Damián Rabal (hermano de Paco, el gran actor) deslumbrado ante aquella belleza, se convirtió en su Pigmalión. Lo primero que hizo fue buscarle su definitivo nombre de guerra artístico, pues en su pasaporte de apátrida figuraba como Roswithka Bertasha Smid Honczar Nadjuschka Nadlovska. ¡Como para encargarse tarjetas de visita, tamaño folio…!

Nadiuska | Archivo

Aquel citado 1972 Nadiuska apareció emparejada con Alfredo Landa en "Manolo la nuit", una de aquellas comedietas de Mariano Ozores en el inicio de un tímido cine de destape, que ya un quinquenio después significó el despelote definitivo. Y ahí es donde Nadiuska fue la estrella indiscutible, el mito erótico de nuestras pantallas. Con unos ojos verdes plenos de exotismo, que miraban como ninguna otra mujer. O eso nos parecía entonces. Y unos labios carnosos, que inspiraron a Francisco Umbral para compararlos con los de Felipe González, al que llamaba "Nadiusko" en sus columnas de prensa. Luego estaba el cuerpo de esta "jai", con más curvas que el circuito de Montmeló. Total: conquistó a productores y directores y desde su debut hasta mediados los años 80 –es decir, durante un decenio- rodó, casi siempre como protagonista, la friolera de treinta y cinco películas. Cobraba millón y medio de pesetas por cada una. Llegó a tener cinco de ellas, simultáneamente, en los cines de estreno de la Gran Vía madrileña. Lo que ninguna actriz había logrado hasta entonces.

Nadiuska en Conan, el Bárbaro

Claro está que esa filmografía de Nadiuska no pasará nunca a la historia por su calidad. Sirva como botones de muestra estos títulos: "Lo verde empieza en los Pirineos", "Chicas de alquiler", "El chulo", "Polvo eres…", "El señor está servido", "Suave, cariño, muy suave", "Mi marido no funciona"… En 1982, al menos, podía pavonearse de haber sido incluida en el largo reparto de “Conan, el bárbaro”, coproducción que se rodó en España con Arnold Schwarzenegger de protagonista. Posteriormente apareció en una notable serie de televisión, "Tristeza de amor". Ella, me confesaría: "Yo no he pasado por ninguna escuela de arte dramático. Lo que sí he puesto ha sido mi enorme voluntad, mi esfuerzo". Y su escultural cuerpo, añado yo. Pero también he de significar que hablaba cuatro idiomas, que aprendió español en tiempo récord, aunque la traicionara siempre un marcado acento germánico. Era extranjera, tenía que regularizar su situación, pues aún funcionaba el llamado Sindicato Nacional del Espectáculo, en vida de Franco. Y la manera que encontró su "mánager" fue encontrar un marido de ocasión, de alquiler, un pobre chatarrero de pocas luces, del que se dijo era oligofrénico, al que pagaron tres mil pesetas para que se aviniese a una boda de conveniencia. Lo que sucedió el 23 de junio de 1973. El "marido de ida y vuelta" respondía a la identidad de Fernando Montalbán Sánchez. No hubo noche de bodas ni viaje nupcial, por supuesto. Sólo un par de ósculos ante un avisado fotógrafo. Aquel matrimonio permitió a Nadiuska trabajar sin problemas en la cinematografía española. La nulidad se produjo ocho años después. Aquel episodio le serviría al guionista y productor Vicente Escrivá para rodar con ella "Zorrita Martínez".

Es curioso recordar que pese a ser, parafraseando a Luis Buñuel, "ese oscuro objeto del deseo", no tuvo otras relaciones amorosas, (que los periodistas supiéramos), que con su representante artístico y con un apuesto reportero llamado Adolfo Ayllón. Andrew Morton, biógrafo de Lady Dí, deslizó en su libro "Ladies of Spain" que el Rey Juan Carlos había intimado con Nadiuska. De la que siempre recordaré su carácter amable, respetuoso, divertido… Me enviaba regularmente notas de agradecimiento si publicaba algo sobre ella, lo que no era común entre sus colegas. Vivía en un confortable apartamento frente al Museo del Prado. Pero su sino, cambió. Entre 1984 y 1990 no trabajó en ninguna película. La última está fechada ese año: "El tío del saco y el inspector Lobatón". Nadie volvió a reclamarla. Su nombre, su figura, fue borrándose de la memoria de productores, amigos, admiradores… Se supo que malvivía en una pensión de la calle de los Artistas, en el barrio madrileño de Cuatro Caminos. Vagaba por las calles pintando en el suelo cruces negras. La ingresaron en el hospital Alonso Vega. ¿Diagnóstico? Esquizofrenia paranoide. Le dieron el alta y luego fue vista callejeando por la ciudad de Guadalajara. ¿Por qué tuvo ese final sórdido y dramático? Nunca se supo. Terminó en tiempos recientes en un centro asistencial de Ciempozuelos, a cargo de unas monjitas, las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús.

Nadiuska, aquel mito erótico de los años de la Transición, acabaría siendo uno de esos "juguetes rotos", como los llamó el recordado Manuel Summers en una de sus películas documentales.

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