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Hastings: "Para combatir el terrorismo pagaremos un precio con nuestra libertad"

El británico Max Hastings ha presentado su último libro, 'La guerra secreta. Espías, códigos y guerrillas' (1939-1945). Las bambalinas de la guerra.

El británico Max Hastings ha presentado su último libro, 'La guerra secreta. Espías, códigos y guerrillas' (1939-1945). Las bambalinas de la guerra.
Max Hastings en Madrid durante la entrevista | Libertad Digital

El historiador británico Max Hastings ha venido a España a presentar su último libro, La guerra secreta. Espías, códigos y guerrillas (1939-1945), como ya hizo en diciembre de 2013, en vísperas del primer centenario de la Gran Guerra. A diferencia de lo que sostienen las películas y novelas, para las cúpulas dirigentes de las naciones en guerra fueron más importantes los rutinarios informes remitidos por sus diplomáticos y las escuchas de las comunicaciones del enemigo que los espías que arriesgaban sus vidas en hacerse con revelaciones secretas. Por ejemplo, el principal informador para los Aliados fue el embajador de Japón en Berlín, cuyos informes enviados a Tokio los servicios de escucha británicos interceptaban.

En la entrevista, el autor se mostró sorprendido por el éxito de sus libros entre el público español, pero confesó que ya no sabía qué más escribir sobre la Segunda Guerra Mundial y anunció que su próximo ensayo será sobre la guerra de Vietnam. En el presente, a Hastings le preocupan la corrección política y la memoria histórica, que pueden erradicar el libre debate en Occidente, y la guerra contra el islamismo.

Pedro Fernández Barbadillo: En su libro usted defiende que, al margen de los espías y los grupos de resistentes, lo más importante en la guerra secreta fueron las escuchas sistemáticas de las comunicaciones del enemigo.

Max Hastings: Así es. El descifrado de las comunicaciones de radio había cambiado la naturaleza del espionaje. Por fin se tenía una fuente de información que ofrecía a las cúpulas políticas y militares que tenían que creer, cuando en general no hacían caso de los espías. Los británicos no tuvieron ningún espía en el alto mando alemán; los rusos, por el contrario, dispusieron de la red más fabulosa que el mundo haya conocido, pero Stalin se negaba a aceptar su información.

Por eso, una de las cosas más fascinantes de Bletchley Park, el centro británico de descifrado de códigos, es que, carecían de espías dentro del régimen nazi, pero leían los informes que enviaba el embajador japonés a Tokio, sobre sus conversaciones con Hitler y el alto mando nazi. Y ésta fue una fuente mucho mejor y más fiable que cualquier espía.

P.F.B.: Usted califica a los jefes alemanes de los servicios de información, como el almirante Canaris y el coronel Gehlen, de incompetentes. Hitler se entrometía en las decisiones militares de sus generales. ¿Cómo, con semejantes líderes, pudo Alemania conquistar casi toda Europa?

M.H.: Aunque Canaris hubiera sido un genio, Hitler no se habría dado cuenta porque él se negaba a escuchar cualquier opinión o dato que le contradijese. El ejército alemán era el mejor del mundo, muy superior al británico, pero estaba mal dirigido, porque a nadie se le permitía pensar de manera sincera sobre nada. Sospecho que muchos de los agentes de la Abwehr en el extranjero sentían que no servía para nada la información que obtuviesen, porque nadie se la iba a tomar en serio en Berlín. Una de las historias más sorprendentes es el agente alemán situado en Estocolmo que envió un informe en el que, según sus supuestas fuentes británicas, iba a haber un ataque de paracaidistas en Arnhem (Operación Market Garden, en septiembre de 1944); después de la guerra se supo que no tenía a nadie, que lo había elaborado a partir de su imaginación.

El mito de la alianza fraternal entre Inglaterra y EEUU

P.F.B.: Usted y otros historiadores, Laurence Rees por ejemplo, muestran los enfrentamientos entre Roosevelt y Churchill, los planes opuestos que tenían ambos para la posguerra, como la supervivencia o el desmantelamiento de los imperios coloniales. Pese a los documentos que aportan, se mantiene el mito de la amistad fraternal entre los anglosajones.

M.H.: Tenemos que comprender que Churchill y Roosevelt elaboraron durante la guerra un mito necesario aunque retórico sobre la Gran Alianza. Pero los tres grandes aliados (EEUU, URSS y el imperio británico) lucharon en la guerra por motivos y con objetivos totalmente distintos.

Cuando se cita la special relationship entre Washington y Londres, yo no recuerdo ningún caso desde 1940 en que EEUU no haya ayudado a Gran Bretaña sin que haya ido en su propio interés. No lo digo como una queja, porque me parece estúpido esperar sentimientos en las relaciones entre las grandes potencias. Al final, las potencias reaccionan de acuerdo con sus propios intereses y cualquier pretensión de que vaya a haber una especie de gratitud es ridícula.

Por eso me enfado mucho cuando los conservadores británicos hablan cariñosamente de nuestra relación con EEUU. No es que los norteamericanos estén en contra de nosotros, es que no les interesamos lo más mínimo. Hace unos años, un embajador de EEUU en Londres me dijo: "Recordad siempre que los norteamericanos sólo tienen interés en Gran Bretaña en tanto en cuanto siga siendo un poder influyente en Europa". Creo que era cierto entonces y sigue siéndolo ahora.

Volviendo a la guerra, EEUU se portó de una manera terrible con Gran Bretaña. Gran Bretaña salió de la guerra en bancarrota, mientras que Estados Unidos fue el único país que se benefició materialmente de la guerra. Soy muy escéptico sobre el Plan Marshall: los norteamericanos reinvirtieron en Europa una parte pequeña de la gran suma que antes habían sacado.

Los políticos no dicen la verdad sobre el terrorismo

P.F.B.: Ahora Occidente se enfrenta a una nueva guerra. ¿Cree que los pueblos europeos de 2016 tienen el mismo coraje que en los años 40 para soportar esta guerra yihadista?

M.H.: No creo que los medios de comunicación ni los políticos nos estén explicando correctamente la situación como creo que deberían hablarnos. El terrorismo representa una amenaza terrible, pero no es una amenaza existencial como lo fue la de la Unión Soviética o la del III Reich. Me gustaría oír a algunos de nuestros líderes explicar la nueva situación. Antes había un período de guerra y luego otro de paz, y así sucesivamente. Pero este mundo claro ha desaparecido, quizás para siempre. En el futuro viviremos en un mundo muy peculiar, en el que la mayoría de nosotros llevará una vida feliz y próspera, pero constantemente todos sufriremos episodios terroristas. Nadie nos va a pedir que hagamos los sacrificios que hicieron nuestros abuelos, como ponerse uniformes y salir a combatir. Pero sí que tendremos que pagar un precio en términos de pérdida de libertad, como aceptar un cierto grado de vigilancia electrónica.

P.F.B.: En esta nueva guerra, ¿Será mucho más importante la guerra secreta que la guerra clásica, con despliegue de tropas en escenarios de combate lejanos?

M.H.: La última frase de mi libro es la siguiente: "Bien podría ser que la guerra secreta que practicaron las naciones beligerantes entre 1939 y 1945 se convirtiera en la confrontación bélica del futuro". Por un lado creo que nuestros hijos podrán evitar un conflicto nuclear (Hastings toca madera), pero por otro lado supongo que sufriremos ciber-conflictos, que a fin de cuentas es la evolución natural de lo que empezó en Bletchley Park.

En mi opinión, los países europeos tienen que centrarse en tres puntos. El primero, que los Gobiernos dediquen más recursos en la inteligencia. Aunque siempre tenemos que mantener una supervisión legal de los servicios secretos, porque la historia demuestra que si se permite libertad total a los servicios, éstos acabarán haciendo estupideces.

El segundo, no sé lo que está haciendo el Gobierno español, pero el Gobierno británico ha dedicado todos sus recursos a la inteligencia y está desmantelando el Ministerio de Asuntos Exteriores. Y para poder utilizar la inteligencia hay que cotejar las fuentes secretas con la diplomacia, los informes de los diplomáticos, y las fuentes abiertas, como las noticias en los medios de comunicación. En Inglaterra, la opinión pública se está obsesionando con las fuentes secretas y no está prestando atención a las otras.

Y el tercer punto, es la calidad del análisis de la inteligencia. Uno de los motivos por los que a Inglaterra le fue tan bien en la Segunda Guerra Mundial es que fue capaz de reunir a todas las personas inteligentes de las que hablo en mi libro y ponerlas a trabajar no sólo en Bletchley Park, sino también en los departamentos de análisis de inteligencia. Sinceramente, hoy no se dispone de gente tan preparada ni en las policías ni en los servicios secretos. Con el servicio militar obligatorio, en la Segunda Guerra Mundial los Gobiernos podían emplear a quien quisieran, pero hoy no existe. Es un problema muy real: ¿cómo conseguimos que personas de semejante nivel trabajen en la policía y los servicios secretos?

La memoria histórica, "una locura"

P.F.B.: En España se aprobó hace unos años una Ley de Memoria Histórica, en la misma línea que las leyes que en Francia y Alemania castigan la negación del holocausto judío y del armenio. Hace poco, una asociación de descendientes de víctimas de la guerra civil y la posguerra franquista pidió la prohibición de una conferencia del profesor Stanley Payne, porque iba a dar una explicación de los motivos por los que se produjo el alzamiento de18 de julio que no le gustaba. ¿Nos encontramos ante un movimiento de censura?

M.H.: Esto es una locura, un problema muy grave y que no afecta sólo a España. Si miramos lo que está ocurriendo en las universidades de Estados Unidos, encontramos que hay gente que está exigiendo que no deberían escuchar puntos de vista que les molestan. Lo que me aterra no es que los estudiantes sean más tontos que hace años, sino que las autoridades académicas y los profesores están dispuestos a cumplir estas exigencias. Yo soy crítico con las políticas de Israel pero la idea de excluir a los israelíes de los debates nacionales es terrible. Cuando alguien dice que no quiere escuchar una discusión sobre tal o cual opinión o punto de vista es desastroso.

Tenemos que recordar que a partir de la Ilustración va entrando en el debate de que los métodos intelectuales adecuados consisten en examinar todas las pruebas y después llegar a conclusiones racionales. Antes de la Ilustración, la mayoría de las sociedades europeas eran tan intolerantes como lo son las musulmanas de hoy. Me da la impresión de que hay personas en Occidente que quieren devolverlos a la oscuridad. Me causa mucho miedo y tenemos que luchar en contra de este movimiento. Hemos aceptado que el estudio debe ser siempre racional y será un día muy terrible si retrocedemos.

P.F.B.: Para acabar, le planteo una conjetura: ¿Qué habría pasado si Franco no se hubiera mantenido neutral y se hubiera unido al Eje, habría sido España una carga para Alemania como lo fue Italia?

M.H.: Es muy difícil la historia contrafactual. Obviamente, lo mejor que hizo Franco por los españoles fue no entrar en la guerra, y tomó esa decisión, en mi opinión, no por motivos morales, sino porque Hitler no estaba dispuesto a pagar el precio que él pedía. No obstante, Franco mantuvo a España fuera de la guerra y para los españoles fue un resultado muy bueno.

En respuesta a su pregunta, si España hubiera entrado en la guerra en la segunda mitad de 1940 y Hitler hubiera proporcionado un poco más de apoyo a Italia en el norte de África, el Eje habría cerrado el Mediterráneo, Inglaterra habría sido expulsada de Oriente Próximo, y entonces a Winston Churchill le habría sido imposible sobrevivir en su puesto de primer ministro. Y cualquier sucesor de Churchill habría negociado con Hitler. Podría haberse dado una situación como ésa, pero esto no pasa de ser una conjetura.

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