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Rafael L. Bardají

Comic-Con 2017: Hacer la Estrella de la Muerte grande otra vez

El Comic-Con es una experiencia que todo el mundo debería probar al menos una vez en la vida.

El Comic-Con es una experiencia que todo el mundo debería probar al menos una vez en la vida.
La CómicCon, más que una fiesta de disfraces

En el primer aniversario de la nominación de Donald Trump como candidato oficial republicano para la presidencia de los Estados Unidos, ha vuelto a abrir sus puertas la archi-famosa Comic-Con de San Diego. La tranquila ciudad del sur de California, con la base naval del Pacífico más importante de la US Navy, se ha vuelto a ver, un año más, invadida por una legión de amantes de las historias gráficas, la ciencia ficción, el horror y la ilustración fantástica. Más de 135.000 almas vagando en busca de sus ídolos, novedades, avances o elementos con los que completar la colección de sus vidas. Pero, sobre todo, 135.000 fans deseosos de pasar cuatro días disfrazados del personaje que más les inspira, sin ningún tipo de cortapisas o restricciones. Bueno, sí: la restricción principal es haber conseguido una entrada para la Convención. Es un proceso laborioso que dura todo un año, y en el que se elige mediante una suerte de lotería y que permite poder comprar la acreditación. Un camino arduo y estresante pero que merece la pena recorrer.

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Al Comic-Con se va a disfrutar. Para un europeo puede resultar chocante ver a personas ya talluditas encarnando a princesas Leia ligeras de ropa o a varios Batman algo rollizos. Aquí los prejuicios se quedan fuera. En esta edición el disfraz femenino más abundante ha sido, sin lugar a dudas, el de Wonder Woman, alimentado, por la presencia de la atractiva actriz israelí Gal Gadot, quien da vida en la pantalla a la heroína. Por los vítores y aplausos de los miles de congregados en torno al pabellón de DC Comics, no me ha parecido que a nadie le importase que fuese israelí. Los amantes del cómic no apoyan las insidiosas campañas de boycot contra Israel, a la luz de los hechos, tan del gusto de la izquierda y los académicos de los Estados Unidos.

El segundo disfraz femenino más común ha sido el de Harley Quinn, en todas sus variantes, desde piloto de combate a sumisa y sexy ante el Joker. Para caballeros, la cosa ha estado más dividida, con la excepción del personaje que más resiste el paso del tiempo: Darth Vader. Eso sí, este año no tanto en su equipación completa (que se sigue vendiendo al precio de mil dólares), sino en cientos de variantes. Hasta impreso en la cresta de un neo-punk.

En una galaxia no muy lejana

Star Wars, como no podía ser de otra manera, contaba con un gran stand, donde interminables colas de pacientes y abnegados fans esperaban a hacerse una foto en un set de la nueva entrega que se nos promete para fin de este año: El último Jedi. Y alrededor del pabellón, toda una retahíla de tiendas para el disfrute de vendedores y compradores con todo tipo de caprichos. Yo me he hecho con un maletín para la versión de Darth Vader ejecutivo. Todo un lujo. Con todo, la sección más llamativa, como en los últimos años, ha sido la de Walking Dead, donde un decorado avanzaba una escena de la próxima entrega y permitía a todos sus seguidores a realizar un paseo entre los "caminantes". Fuera del recinto de Convenciones, una especie de pista americana hacía las delicias de los fans de la serie y su precuela (Fearing the Walking dead).

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Con todo, la gran sorpresa de esta edición ha sido la obra de Sir Ridley Scott. Por un lado, un set servía de simulador de la nave Covenant y permitía evaluar a los participantes si tenían lo que debían tener para ser colonos intergalácticos y sobrevivir a los aliens pre-xenomorphos, pero, sobre todo, una gran nave donde experimentar una aventura de realidad aumentada y virtual sobre la próxima entrega de Blade Runner.

El Apocalipsis

Si ha habido un tema que ha resonado por toda el Comic-Con 2017 ha sido el de un futuro oscuro para la humanidad. En docenas de paneles se ha debatido sobre utopías, distopías y simplemente topías de todo tipo, pero en sus conclusiones, así como en el desarrollo de las principales historias gráficas y producciones de televisión, el tono de advertencia sobre algo que se nos viene encima y no nos gusta, ha sido la tónica. En cierta medida esa ha sido la función social más relevante de la ciencia ficción, la de servir de alerta sobre un futuro o un mundo feliz que, en realidad, está muy lejos de serlo. Sólo que en esta ocasión las grandes tormentas o catástrofes naturales son secundarias a las decisiones humanas.

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Yo llegué a San Diego creyendo que, en la estela de Hollywood, me iba a sumergir en un universo anti-Trump. Para mi sorpresa, salvo alguna tibia excepción, el actual presidente americano ha sido el gran ausente: nadie se ha metido con él, le ha ridiculizado o usado como adelanto del infierno al que caminamos. Sólo dos libros le caricaturizaban. Uno para usar sus frases más famosas en el contexto de los superhéroes de Marvel; El Segundo, de título muy sugerente, "President Evil", en realidad pintaba tanto a Trump como a Hillary como zombies incurables. Entre el público, sólo un único disfraz de un Darth Vader pelirrojo que reclamaba una nueva Estrella de la Muerte.

Algunos anuncios interesantes

El primero, los productores y el reparto principal de la serie Timeless, donde se trata con seriedad y atractivo el viaje en el tiempo (aunque sólo hacia el pasado) y que fue suspendida por NBC tras acabar su primera temporada, confirmaron que ya están trabajando en la segunda, que constará de 10 capítulos, que se emitirá el año que viene.

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El segundo, de Charlaine Harris, quien nos presentó su segundo éxito literario llevado a la televisión en forma de serie: Midnight Texas. Una historia, al igual que su predecesora, True Blood, que junta en un pequeño pueblo a todos cuantos tienen poderes sobrenaturales. Y al igual que en True Blood, resulta sorprende ver cómo una plácida abuelita, a la que uno se imagina escribiendo sus historias en una camilla y mecedora, puede tener tanta imaginación para las criaturas más que humanas, la violencia y el sexo. Pudimos ver los dos primeros episodios y no desmerecen a True Blood, tal vez la trama aún más exagerada; el tercer gran anuncio, a mano de la productora y también mujer de John Carpenter, probablemente el creador del más fino terror en el cine, de una nueva película y de dos nuevas series de novelas gráficas, The Vault y Vortex, con las que completar las famosas "Carpenter’s new tales of science fiction". Desgraciadamente, y por más que insistí, no logré arrancarle el compromiso de que rodarían pronto la secuela de "the Thing", obra maestra que nos debe un final desde hace ya 35 años. Paciencia.

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No hay Comic-Con que valga sin alguna locura. Para mi, esta vez, ha sido el avance de la quinta entrega de la inefable Sharknado. La nueva película sucede en el mundo mundial y básicamente los tiburones absorbidos del mar por un gigantesco tornado destruyen Londres, Roma, El Cairo, China y todo lo que se le ponga por delante (con la excepción, claro, de los protagonistas, que se mantienen fieles desde la primera entrega). Una serie sobre la que nadie hubiera apostado nada cuando salió, ha pasado a convertirse en un auténtico fenómeno social, seguida por millones de entusiastas que le perdonan todo y que sólo aspiran a "un todavía más". A tenor de la proyección, nadie va a quedar defraudado. Los miles de fans de la sala 6BCD, ya gritaban demandando la sexta entrega.

El Comic-Con es una experiencia que todo el mundo debería probar al menos una vez en la vida. es un gran antídoto contra el sentido trágico que ahoga a España y contra el complejo de superioridad europeo. Es un buen baño de humildad, pero también de inspiración. Es una pena que esté subdesarrollada en España la industria del cómic y que los autores de ciencia ficción sean pocos. Si, como he dicho antes, la ciencia ficción nos sirve para avisarnos de los futuros más indeseables, tal vez nos sirviera para librarnos de escenarios que nada bueno nos depararán. Igual hasta nos ayudaría a mejorar el presente, algo para lo que necesitamos mucha, pero que mucha, imaginación.

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