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Carmen G. Teixeira

'Las lealtades' de Delphine de Vigan, esos lazos invisibles que nos vinculan a los demás

La última novela de la escritora francesa reflexiona sobre la adolescencia comparándola con la suya, una adolescencia rota y herida.

Nada se opone a la noche/Rien ne s'oppose à la nuit (Anagrama, 2012/éditions Jean-Claude Lattès, 2011) fue la revelación de una autora, Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966), hasta entonces desconocida por los lectores españoles. En Francia ya había publicado cinco libros, el primero, Días sin hambre /Jours sans faim en 2001.

Nada se opone a la noche, una novela sobre su infancia, en la que trata de entender la vida y la muerte de su madre, supuso su consagración como escritora de culto. Fue galardonada con más de cinco premios, entre ellos: Premio novela Fnac y Premio Renaudot de los institutos de Francia, vendió medio millón de ejemplares y recibió las mejores críticas: "Un relato sensible y fascinante que nos devuelve el eco de nuestras propias heridas" (L'Express). Otra de sus novelas, Basada en hechos reales/ D'après une histoire vraie, fue llevada al cine por Polanski. La última, Las Lealtades/Les loyatés, se publicó en España en octubre de 2019. En ella Delphine de Vigan reflexiona sobre la adolescencia comparándola con la suya, una adolescencia rota y herida.

Las Lealtades

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Son lazos invisibles que nos vinculan a los demás -lo mismo a los muertos que a los vivos-, son promesas que hemos murmurado y cuya repercusión ignoramos, fidelidades silenciosas, son contratos pactados las más de las veces con nosotros mismos, consignas aceptadas sin haberlas oído, deudas que albergamos en los entresijos de nuestras memorias.
Son las leyes de la infancia que dormitan en el interior de nuestros cuerpos, los valores en cuyo nombre actuamos con rectitud, los fundamentos que nos permiten resistir, los principios ilegibles que nos corroen y nos aprisionan. Nuestras alas y nuestros yugos. Son los trampolines sobre los que despliegan nuestras fuerzas y las zanjas en las que enterramos nuestros sueños.

Con esta declaración sobre el significado que la autora atribuye a la lealtad abre su novela. Una novela coral a cuatro voces que van apareciendo ordenadamente capítulo a capítulo: Hélène, la profesora; Théo, un niño de trece años; Cécile, la madre de Mathis; Mathis, el mejor amigo de Théo. Son sus voces las que narran los hechos. Hélène, profesora de SVT/Biología, ha sufrido malos tratos siendo niña. Es la primera de los adultos del entorno de Théo en percibir que su alumno tiene un problema. Théo, es hijo de padres separados. Vive en custodia compartida entre un padre deprimido y una madre que odia a su ex que la abandonó por otra mujer. Théo en su primera aparición ya declara su problema: "me gusta notar el alcohol dentro de mi cuerpo". Cécile, la madre de Mathis no aprueba la relación de los dos chicos, precisamente ahora cuando descubre que su marido, al que siempre ha sido leal, tiene una doble vida. Desde esta situación de partida cada uno actúa según sus "lealtades". Y son las que deciden el transcurso de la historia: La lealtad hacia su padre y también a su madre porque los quiere a los dos impide a Théo confesar a su madre lo que ocurre con su padre (pg.132). Mathis miente a su madre cuando ella descubre que bebe alcohol (pg.63) y volverá a mentirle en otras ocasiones siempre leal a su amigo hasta el desenlace final cuando tiene que ayudarle. Mathis ya no se divierte como al principio con las costumbres de su amigo y es consciente de la gravedad del asunto en el que están metidos. El día de la visita de los alumnos al Jardín Botánico esta a punto de pedir ayuda a la profesora de Biología que los acompaña, Hélène. Pero la lealtad a su amigo le detiene (pg.125). Hélène se implica seriamente en el estado de Théo, su lealtad consigo mismo la alejara del colegio, donde no ha respetado los códigos establecidos, con una baja por enfermedad de al menos un mes (pg.176). Y son ellos dos, los que le han sido leales, Mathis y Hélène los que acuden a salvarle...

Las lealtades se publicó en España en octubre. En ese mismo mes, la autora, en una entrevista para El Cultural de El Mundo, explica que optó por un formato corto, apenas 200 páginas, porque le permitía un texto más potente, "casi un puñetazo al lector para hablar de ese concepto de lealtad a través del mundo de los hijos de padres separados". "Probablemente porque yo lo viví yo misma en mi piel y lo he observado a lo largo de los años, a través de las experiencias de mis hijos cuando me separé de su padre". Un relato que se asemeja a un informe, un testimonio, sin emitir ningún juicio moral, ninguna muestra de compasión. Un modo de narrar preciso, riguroso, austero.

Hace unas semanas, Delphine de Vigan concedió una entrevista a El País en la que de nuevo habla sobre la adolescencia y sobre las huellas de la infancia. A modo de conclusión para cerrar este texto destaco dos de sus afirmaciones que por mi parte suscribo:

"La herida mayor de una infancia es sobreponerse a la falta de amor...No ha sido mi caso. A veces, me quisieron torpemente, brutalmente, pero, pese a todo, recibí amor".

"Creo en el poder de la palabra. Poder decir o escribir las cosas ayuda. Podemos necesitar poner en palabras lo vivido para comprenderlo. La palabra es terapéutica en sí misma. pero publicar un libro sobre algo personal tiene sentido cuando esa historia propia puede tener un carácter universal y entrar en resonancia con la de otras personas".

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