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Murió en 1973 en Argentina

40 años de la muerte de Angelillo

Su mujer lo abandonó y él decidió en plena guerra civil marcharse a la Argentina.

Su mujer lo abandonó y él decidió en plena guerra civil marcharse a la Argentina.
Angelillo | Archivo

De no ser por Carlos Cano, que rescató una de sus creaciones (el precioso pasodoble "Chiclanera"), el nombre de Angelillo estaría aún más ensombrecido, acaso solamente recordado por los viejos amantes de la copla y el flamenco. Fue uno de los más grandes en esos cantes. Y este domingo 24 de noviembre consta como la fecha en la que, hace justamente cuarenta años, se fue de este mundo. Televisión Española ha tenido la sensibilidad de homenajearlo, programando en Cine de barrio una de sus películas, Suspiros de Triana, (rodada en 1954), que lo emparejó con Paquita Rico, donde interpretaron a dúo su versión de "Suspiros de España", y él estrenó un bolero aflamencado que le escribió a propósito el maestro Carmelo Larrea, "Camino verde", en la memoria sentimental de millones de españoles.

Ángel Sampedro Montero nació en el barrio de doña Carlota, en el madrileño Puente de Vallecas, el 12 de enero de 1908 (no en 1910, como equivocadamente lo sitúan algunos), en el humilde hogar de un emigrante gallego de Lugo que se ganó la vida como barrendero. Ángel trabajó en diversos oficios, el último como aprendiz de joyero, que abandonó para dedicarse profesionalmente al cante flamenco. Lo había practicado en sus horas libres, cantiñeando en las tabernas. Estuvo a punto de ganar la entonces valiosa Copa Pavón, año 1924, que se la arrebató Manuel Vallejo, pero él quedó segundo, por delante del Niño Marchena.

Sería en 1929 cuando, sin renunciar al arte jondo, debutó como protagonista, en el mismo teatro Pavón de la cabecera del Rastro, de una obra de corte costumbrista, La copla andaluza, que marcó los inicios de un género que, poco más de un decenio después, inauguró Concha Piquer seguida por otras estrellas del género de la canción española. Es decir: combinando un libreto teatral de raíces sureñas trufado de piezas aflamencadas. Y, en ese terreno, por el que transitarían tanto el mentado Pepe Marchena, Autor del retrato: Leandro Gonzalez de Leon Fuente: Wikipediaen menor medida, y desde luego más habitualmente Pepe Pinto y Juanito Valderrama, (y mucho más tarde Antonio Molina y Rafael Farina, ídolos todos de multitudes), Angelillo ha de ser considerado el indiscutible pionero, el más popular de su tiempo.

No hay nada más que acotar que, en 1935, cantó en el circo de Price acompañado por una orquesta de veinticinco profesores a las órdenes del maestro Daniel Montorio. Era la primera vez que un flamenco dejaba de lado la clásica guitarra española de acompañante para actuar ante una disciplinada formación de músicos de Conservatorio. Si en el pasado aquellos flamencos improvisaban con sus cantes, a partir de ese gesto de Angelillo se ajustarían a las partituras. Esos espectáculos se denominaron "de ópera flamenca". Nada tenían que ver con el bel canto. Fue una ocurrencia del empresario Carlos Hernández, apodado Vedrines, quien se percató que los espectáculos operísticos pagaban menos impuestos que los de flamenco. Acuñó aquel feliz término y los del Fisco no tuvieron más remedio que encajar la jugada.

La notoriedad de Angelillo no la logró sólo por su perfecto conocimiento de los palos del flamenco (fandangos, colombianas, caracoles, tarantas) sino más bien por acercarse a públicos mayoritarios con sus coplas populares. Además, sobresalió como galán de cine, en los primeros tiempos del sonoro en España. Sépase que en EE.UU esa etapa se inauguró en 1927 con El cantor de jazz. Pero aquí tardaron más de tres años en aplicar las nuevas técnicas. Protagonizó El sabor de la gloria (1932), El negro que tenía el alma blanca (1934) y La hija de Juan Simón (1935), cuyo argumento partía de la milonga de igual título, de contenido claramente lacrimógeno, que le proporcionó una fama no conseguida antes por ningún otro actor-cantante en España. Los espectadores gritaban hasta que el proyeccionista daba marcha atrás en las imágenes para volver a escuchar a Angelillo en aquella popular pieza. No llegó a terminar una nueva versión de "Currito de la Cruz" y se despidió de la pantalla con ¡Centinela, alerta!, que oficialmente figura como codirigida por José Luis Sáenz de Heredia y Nemesio Sobrevila, pero que se cree fue concluida por Luis Buñuel, productor asimismo del filme. Eran vísperas de la guerra civil. Angelillo, aclamado por los públicos, con dinero, vivió un duro trance: su mujer, Concepción Camps, lo abandonó. Él tenía simpatías por el bando republicano. Debió comprender que le iba a ser complicado mantener su "status" profesional. Y como le salió un contrato en Orán, para allá se fue y desde allí, embarcó hacia la Argentina. Los exiliados españoles enjugaban sus lágrimas cada vez que lo escuchaban cantar "Tengo una hermanilla chica", "Soy un pobre presidiario", "Como reluce", y sobre todo "Mi jaca" que, en tiempos de la contienda bélica sonaba en las emisoras del bando nacional en la voz de Estrellita Castro y en zona roja en versión de nuestro personaje.

Se acostumbró a vivir en la capital argentina, donde rehízo su vida amorosa y hasta tuvo un nuevo hijo (era padre de otro de su primera unión). Hacía giras por Centro y Sudamérica. Y además se ganaba muy bien la vida con un taller de automóviles. Pero el cante seguía siendo su pasión. Y tras asegurarse que, como no tenía delitos de sangre ni tampoco estaría obligado a cumplir con el servicio militar, podía volver tranquilamente a España, lo hizo en 1954. Rodó la citada Suspiros de Triana y una segunda película más, Tremolina, junto a Lolita Sevilla. Intervino temporadas después en varios espectáculos de variedades, que le proporcionó su compadre Juanito Valderrama.

Murió en una clínica de Buenos Aires cuando lo intervenían de una dolencia estomacal. Era el 24 de noviembre de 1973. Hace de esto cuatro decenios. En su último viaje, cuando lo entrevisté un atardecer en el Capitol, un hotel de la Gran Vía madrileña, me dijo que tenía ya establecida su existencia en Buenos Aires pero que nunca dejó de sentirse muy español. Era un tipo sencillo, encantador, que había conquistado con su garganta el cariño de millones de españoles.

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