En la vida he visto nada igual. Al menos no en ese sentido. Era mucho más que una guerra: una batalla entre aficiones, una lucha entre credos. En 90 minutos no hubo ni un solo segundo de silencio. Imposible incluso comunicarse con el compañero más cercano. Las dos curvas no paraban de alentar. No podían. Sentían que no debían. Se contestaban la una a la otra. Hubo guerra de canciones, de pancartas y, por supuesto, hubo guerra dentro del campo. En cada jugada, en cada balón dividido, en cada protesta, podía comprobarse la importancia del partido. Y eso que no se jugaban un título. Ni siquiera una plaza europea. Era mucho más que eso. Era un Roma-Lazio.
Todo listo en Trigoria
La relevancia del choque que se iba a disputar el domingo a las 15:00 horas podía sentirse desde días antes. Ya el jueves todos los medios no hacían más que hablar del partido. A todas horas. Ni siquiera la muerte de Lucio Dalla, uno de los más grandes cantautores italianos de la historia, le pudo restar trascendencia. Nada lo hubiera hecho.
El día anterior, sábado, tuvimos la oportunidad de acudir a Trigoria, el campo de entrenamiento de la Roma. A las diez de la mañana estaba programada la rueda de prensa de Luis Enrique. Una hora atípica, pero no importó. Los periodistas inundaron la sala. Pudo comprobarse la tensión tanto de los giornalisti como del entrenador, a pesar de los intentos de ambos por evitarlo. Dentro de 24 horas llegaba el partido más importante para el español. Quizá el partido más importante para todos.
Por eso Luis Enrique no quiso cargar a los suyos en la última sesión. Un poco de trote, un poco de toque de balón y disparos a puerta. Incluso, con el objetivo de rebajar la tensión que inevitablemente ya tenían los futbolistas, se permitió el lujo de charlar un rato con los pocos que ahí estábamos presentes y de dejar a los niños que por ahí rondaban saltar al campo de entrenamiento para jugar con la pelota.
Es Trigoria una ciudad deportiva que absorbe. Deja ver el paso de los años, nada que ver con las instalaciones de Real Madrid o Barcelona. Pero sabe reflejar la grandeza de una squadra histórica, representada con la presencia de aquellos que alguna vez se han proclamado campeones del mundo mientras vestían la camiseta de la Roma. El poder pasear por ahí y ver los entresijos donde se prepara todo el material de uno de los mejores equipos de Italia fue algo cautivador. Casi tanto como la gran cantidad de aficionados que esperaban la salida de sus ídolos, aunque como mucho alcanzaran a verles por el cristal tintado de sus coches.
Ya por la noche, de regreso al maravilloso centro de la città, se respiraba el derbi por todas las esquinas. Daba igual estar en Piazza Navona, en Campo dei Fiori, Piazza Venezia o el Trastevere. Todos, paseantes italianos o extranjeros, camareros e incluso algún despistado que había bebido más de la cuenta, hablaban del partido. Todos. Más aún cuando les comentabas que eras un periodista español que había acudido a la ciudad por el derbi romano. Entonces se emocionaban y empezaban a contarte todo aquello de lo que pudieran acordarse del partido que tuviera algo que ver con lo español. Y con Luis Enrique, Bojan, Garrido, José Ángel o el exdeportivista Scaloni presentes, no era poco.
Domingo agridulce
Nada más aparecer el sol, el domingo ya indicaba que era un día grande en la ciudad. Un día especial. Nos pusimos en marcha y, después de un breve paseo por la preciosa Vía del Corso, nos dirigimos al estadio lo antes posible. Desde tres y cuatro horas antes, los alrededores del Olímpico ya estaban repletos. No era para menos.
El Stadio Olímpico data de 1953 y, a pesar de sus remodelaciones, sigue transmitiendo el aroma a historia, por supuesto acrecentado con la presencia del Foro Itálico, que recuerda los Juegos Olímpicos que ahí se disputaron en 1960. Eso, unido a la presencia de tantísima gente joven y de dos equipos que tanto se han modernizado en los últimos años, ofrecía una combinación de un gusto agradable pero difícil de digerir. Sobre todo por la enorme presencia de carabinieri en los aledaños del estadio, con el fin de evitar cualquier conato de incidente –que lo hubo– que pudiera producirse. Era su trabajo y el despliegue fue encomiable. Todo, bajo la espectacular columna dedicada a Mussolini que preside el recinto, pero a la que nadie contemplaba ya. Quizá premonitorio de lo que iba a suceder pocas horas después, pues no hay que olvidar que el Duce, con su gobierno, fue el fundador de la AS Roma, aunque terminara afiliándose a la Lazio.
Nada más entrar en el campo, los nervios se pusieron a flor de piel. Después de visitar las magníficas instalaciones para la zona de prensa, llegamos a las gradas. Y fue entonces cuando nos inundó el torrente de exaltación y vehemencia con el que se estaba viviendo el partido. Las dos curvas repletas. Las dos cantando a los suyos. Como si estuviéramos en los minutos finales del encuentro. Pero aún faltaba una hora para que comenzara el mismo.
El momento culminante llegó cuando sonó el himno de la Roma, el equipo local. Estremecedor. Casi todo el estadio fue un clamor emocionado por su equipo. No se amedrentó la afición de la Lazio, que en cuanto terminó el mismo se hizo oír. Entonces nos dimos cuenta de que lo que se había vivido hasta el momento sólo era el calentamiento. Ahora comenzaba la batalla de verdad.
A pesar del disgusto con el que arrancaron el encuentro los romanistas, con su guardameta expulsado a los cinco minutos y el 0-1 en el marcador tras transformar Hernanes el penalti, éstos no se vinieron abajo y, antes al contrario, animaron aún más a los suyos. Eso fue, sin duda, lo que provocó que los de Luis Enrique reaccionaran y, antes del descanso, lograran la igualada en la segunda mitad. Pero el cansancio hizo mella y la Lazio terminó llevándose el triunfo gracias a un tanto de Mauri a balón parado. Era el broche de oro para los tiffosi laziali: 14 años después volvían a llevarse una victoria en el derbi jugando como visitante, y lo hacían con un tanto de su capitán. Lo que hubiera soñado cualquier romanista con el suyo, Francesco Totti. Por cierto, ni Totti ni De Rossi estuvieron demasiado acertados a lo largo del encuentro. Pero ese es otro tema...
Más allá de lo que sucedía en el césped, la batalla entre aficiones copó toda la atención. Cánticos, insultos y, sobre todo, una preciosa y minuciosa guerra de pancartas. "En Roma sois huéspedes", "Quitad el tractor de la doble fila" o "Atreveos a hacerlo aquí en lugar de en Madrid" –por los incidentes la semana anterior en el estadio Vicente Calderón– fueron algunas de las que pudieron verse en la Curva Sud, la de la Roma. "Se buscan romanistas en Facebook", "Capitán futuro, dadle cinco millones y firma seguro" o "Si el Papa me diese toda Roma y me dijera deja ir a quien te ama, yo le diría: ¡No, Sacra Corona...!" respondió la Curva Nord, la de la Lazio.
De hecho, hubo batalla incluso entre los periodistas. Sentados todos juntos, pudieron verse agrias discusiones entre los romanistas y los laciales. Nada que ver con lo que se contempla en España, donde por lo general son mucho más comedidos. Al menos hasta llegar a la redacción. Aquellas tensiones continuaron en la zona de prensa, donde a Luis Enrique le acusaron casi hasta de la crisis mundial. Él se defendió como pudo, hablando de decepción pero de proyecto; de duro golpe pero ganas de levantarse. No perdió la compostura, a pesar de los ataques directos de algún que otro informador. Toca eso, levantarse. Peccato que aquella derrota le impidiera gozar de una noche mágica, de la que todos hubiéramos disfrutado.
La ciudad se queda triste
Nada más regresar al centro de la ciudad, una sensación nos invadió: la tristeza. No a nosotros, sino a los paisajes. La jovialidad y la alegría que habíamos visto 24 horas antes habían desaparecido de un plumazo. La derrota había hecho mucho daño. Nadie estaba para cánticos, alegrías o celebraciones. Lo mismo sucedió a la mañana siguiente. Incluso en el aeropuerto, en nuestros últimos minutos en Italia, un polizia nos preguntó qué nos había parecido el partido. Su cara lo dijo todo. Representaba la decepción de más de la mitad de la ciudad. Porque un Roma-Lazio es uno de esos partidos que dejan alegrías y decepciones a raudales. De esos partidos que difícilmente se pueden igualar. De esos partidos que te dejan marcado para toda la vida.