Es complicado entender el valor real de un activo intangible como un idioma. De hecho, hasta ahora no se había siquiera intentado. Los primeros en hacerlo fueron los ingleses, cuyo espíritu mercantilista les ha llevado a posicionar su idioma como uno de los grandes activos de su economía.
Pero, ¿cómo puede cuantificarse lo que el español genera desde un punto de vista estrictamente mercantil?
Se trata de una pregunta que parece estar en boga en los últimos años. A su respuesta se han lanzado multitud de filólogos y economistas que han concluido que el idioma tiene un precio, mueve un volumen concreto de dinero, genera ingresos, emplea un número determinado de personas y permite ahorrar en la formación de los trabajadores que se hallan en una zona donde predomina el uso de dicho idioma. De modo que, el idioma, como el agua o el aire tiene un peso específico y cuantificable.
El catedrático de Economía Aplicada José Luis García Delgado, en un artículo incluido en el libro El español de los negocios (2008) hace una aproximación de lo que podría ser la definición de esta cuantificación de lo inmaterial: "Se trata de un activo dotado de importantes externalidades, incapaz de ser apropiado por los agentes económicos que acceden a su uso, que carece de costes de producción y que no se agota al ser consumido”. Según esta visión, la lengua es un bien público, cuyo valor aumenta conforme crece el número de personas que la hablan y conforme crece su utilidad como medio de comunicación internacional.
El primer estudio sobre la rentabilidad del castellano, dirigido por Ángel Martín Municio, fue publicado en 2003. Calculaba que el español equivalía al 15% del PIB. El cálculo proviene de considerar el idioma como un activo que se incorporaba a todos los bienes y servicios finales producidos en España.
Tres dimensiones
Desde el punto de vista económico, la lengua es un componente esencial del capital humano y social de una comunidad. Existen tres diferentes formas de evaluarla antes de ser cuantificada. Los profesores Francisco Moreno y Jaime Otero, autores de El Atlas de la lengua española en el mundo, distinguen tres dimensiones distintas de este negocio de lo intangible.
La primera dimensión la encontramos en los ingresos que genera la propia enseñanza del idioma y las actividades asociadas a ella. En segundo lugar, se situaría toda la producción cultural, de ocio y servicios que utiliza un idioma como soporte (cine, teatro, publicaciones, etc…). Y en tercer lugar, una lengua y una cultura comunes pueden facilitar el comercio y las inversiones internacionales; debido a la reducción de costes de transacción que permite (formación, información, negociación…).
Oportunidades
A nadie se le escapa que, en este contexto, el español es una de las fuentes de riqueza con más recorrido de nuestra economía. La creación de un área económica que tenga como principal sinergia el idioma representa una de las mejores bazas. Y es el eje de una estrategia común en el nuevo mapa económico global que ha abierto la crisis.
España, como país originario del español, ha apostado por revitalizar el eje atlántico y su relación con Latinoamérica. De hecho, el borrador de objetivos presentado por el Gobierno para la Presidencia española de la Unión Europea (2010) centrará sus esfuerzos en potenciar las relaciones entre Europa y América Latina.
Por otra parte, la llegada del demócrata Barack Obama al poder en Estados Unidos representa una oportunidad única; dada la vecindad del coloso yankie con los países de habla hispana y la anunciada revisión de las relaciones exteriores en ciernes.
Dificultades
Sin embargo, el español no ha conseguido posicionarse como idioma de negocios de forma proporcional a su peso e importancia en el mundo. Y, en un contexto de crisis económica, muchos expertos, como el gurú de origen indio CK Prahalad, sostienen que una de las medidas que más urge la economía global es la adopción de un idioma común: el inglés.
De modo que, excluido del protagonismo, el español debe conformarse con la importancia que actualmente tienen las transacciones y el volumen de negocio de los países de habla hispana.
No obstante, existen varias acciones que nuestro idioma tiene pendiente de desarrollar. Entre ellas, mejorar los alicientes para la atracción de talento “en español”. La influencia y competencia que suponen las becas del sistema norteamericano representa una agujero por donde se cuelan numerosos “cerebros” latinos que, de otra forma, podrían establecerse dentro del dominio del español. Ampliar el sistema de becas, recomiendan los expertos, sería una de las primeras recomendaciones.
A ello se añade la dificultad de expedir visados para los cursos de español para extranjeros. Y el escaso desarrollo del sistema de enseñanza de nuestro idioma, que todavía no está a la altura del anglosajón. Además, el llamado turismo idiomático -potenciado con gran éxito desde plataformas como el Instituto Cervantes- encuentra una creciente competencia en los países de Latinoamérica.